martes, 16 de enero de 2018

LA ORQUESTA FILARMÓNICA DE VIENA DIRIGIDA POR GUSTAVO DUDAMEL EN EL TEATRO REAL: ¿LA TORMENTA PERFECTA?

Programa

Parte I
Gustav Mahler (1860-1911)
Sinfonía no. 10
I Adagio

Parte II
Hector Berlioz (1803-1869)
Symphonie fantastique: Épisode de la vie d´un artiste en cinq parties, op. 14
I Rêveries- Passions
II Un bal
III Scène aux champs
IV Marche au supplice
V Songe d´une nuit d´été

Teatro Real de Madrid. Sábado 13 de enero de 2018. 20 horas.


Coproducido este concierto por un conocido grupo turístico catalán, que tiene su sede en Mallorca durante sus espectáculos de verano, esta vez trajeron a la capital a una agrupación clásica y de relumbrón en el mundo con la Filarmónica de Viena, aunque el binomio, no resultó todo lo  excelso que podía esperarse.

En primer lugar, cambiaron las costumbres en el coliseo madrileño, que mutó drásticamente de invitados y asistentes, con invitados del grupo hotelero, amigos y abonados, elitista en sus planteamientos y en sus precios y reservado a un público no necesariamente culto e iniciado en la música clásica, pero sí de posibles y con un vestuario muy cuidado. Todo muy mediático y extraño, en un teatro que desalojó a los habituales de la sala, teniendo que aguardar en los pasillos hasta solo un cuarto de hora de la producción, antes de que comenzara la velada. Lo nunca visto.


Gustavo Dudamel tiene complicado ponerse metas personales y sobre todo profesionales, porque ya lo ha conseguido, desde muy joven, casi todo lo que hubiera podido desear y soñar con su primigenia formación venezolana, con la que se hizo famoso internacionalmente.
Goza hasta de una serie de televisión que le ha sido dedicada, Mozart in the jungle, con cameo incluido, que interpretó a su manera, el territorio del repertorio clásico y todos sus pormenores humanos y vitales.

Se podría decir que hay tantos Dudamel como veces se presenta el director en escena en los diferentes teatros y circunstancias ofrecidas para cubrir la avidez de unos oyentes que van buscando, en gran medida, el bocado apetecible con que saciar su ansia de conseguir “estar en el mundo” o “ser alguien”. La otra noche, en el Teatro Real, la mitad de los presentes, se dedicó a mirar a la otra mitad.

Si hubiera que, finalmente, y por justicia, hablar de música, el programa escogido para la función es cuando menos sorprendente. Mahler para comenzar, el Adagio de su Sinfonía no. 10, que el compositor dibujó en sus últimos estertores como creador y como hombre, mientras se derrumbaba aquella geografía que había tejido para su mayor gloria, con el inefable apoyo de su mujer, Alma y una relativa buena salud, que entonces, comenzaron definitivamente a abandonarlo. El propio Mahler tuvo una atribulada relación con la Filarmónica, cuando era todavía parte del proyecto del imperio austrohúngaro y sus “peculiaridades”.

No resultó brillante la interpretación tan apolínea de la Filarmónica, pero sí hubo una en cambio  ejecución impecable y perfeccionista. La orquesta vienesa es como un gran bordado perfecto, mayoritariamente habitado por intérpretes masculinos y austríacos, que transitan desde hace décadas por esa formación, donde todos los nudos están atados y bien atados. No hace falta recordar que el sonido de este grupo es impoluto, cristalino e irreprochable desde todo punto de vista. Es un mecanismo de relojería perfecto, claro, como pocos. Una maquinaria muy bien engrasada.

La segunda parte, con la Sinfonía Fantástica de Héctor Berlioz, tuvo sus altibajos, pero permitió un disfrute mayor de la enorme masa sonora de la orquesta, donde las cuerdas, han sido desde la primera hora, legendarias. Y uno de los capítulos que mejor definen la forma de tocar y sonar de la Filarmónica de Viena.

Los distintos números son cinco momentos de una composición entre lo onírico y lo amenazador, con una efervescencia y una ebullición que el maestro Dudamel, consiguió producir aquí y allá en la prestación de la orquesta.

Como propinas, El vals del divertimento de Bernstein, vinculado también a la Filarmónica y al propio repertorio de Gustavo Dudamel y la polca Winterlust de Josef Strauss, que ya había sido aplaudida en el Concierto de Año Nuevo del 2017 en la Musikverein, con un Dudamel festivo, chispeante, comunicador, entonces casi en estado de gracia.

Sea como fuere, la propuesta turística en origen, se convirtió- ¡cómo no!, en un éxito musical y de sociedad. No hay mal que por bien no venga. De todas maneras y hechas las cuentas de todo tipo, un maravilloso regalo de comienzos de año, envuelto para epatar, un lujo.


Alicia Perris

No hay comentarios:

Publicar un comentario