El legado literario de
Lampedusa se atesora en un palacio en Palermo con habitaciones para el alquiler
turístico. Su heredero, Gioachino Lanza Tomasi, vela por su recuerdo
Gioacchino Lanza Tomasi,
heredero de Lampedusa, asoma al balcón del palacio en el que este vivió sus
últimos años. PRISCILLA BENEDETTI
IKER SEISDEDOS
Palermo
¿Se ha movido usted mucho
este verano? Seguramente no tanto como acostumbraba Giuseppe Tomasi di
Lampedusa (1896-1957), autor de El gatopardo. Su rutina estival incluía en los
años veinte “un viaje largo por Europa, iniciado con una larga estancia en
Inglaterra, seguida de un breve trayecto por Francia y de una escala en
Austria, antes de reunirse con su madre para terminar en el Tirol”. Lo cuenta
Gioacchino Lanza Tomasi, pariente y heredero del escritor italiano, en la
introducción al volumen epistolar Viaje por Europa. Correspondencia
(1925-1930), traducido por Juan Antonio Méndez. Editado por Acantilado, es una
deliciosa reunión de cartas llenas de humor enviadas desde el extranjero a sus
primos en Sicilia, los Piccolo, dos hermanos exquisitamente excéntricos:
Casimiro, pintor dado a hablar con los espectros, y Lucio, poeta y músico medio
ocultista cuyo éxito despertó al escritor que había en Lampedusa.
Lanza Tomasi y su esposa
Nicoletta Polo, duques de Palma, no se permiten unas vacaciones tan largas como
las del viejo noble autor de una sola obra maestra. Tampoco pueden tirarse el
verano en el castillo de Donnafugata para ver si la ralentización propia de la
estación apacigua las llamas del cambio social, como hace el príncipe Salina en
El Gatopardo, novela situada en 1860 tras el desembarco en Sicilia de
Garibaldi. Así que ahí estaban los dos, a mitad de julio, con todas las
ventanas del palacio en el que viven abiertas de par en par para combatir el
calor pegajoso de Palermo.
A este edificio del siglo
XVIII con vistas al puerto se mudó el escritor durante la II Guerra Mundial,
después de que una bomba redujera a escombros el palazzo donde nació (y que hoy
alberga un condominio de apartamentos de semilujo). El hogar de la pareja es un
museo lleno de cosas que recuerdan al príncipe: la biblioteca superviviente, el
retrato del abuelo aficionado a la astronomía que inspiró el personaje de Don
Fabrizio (Burt Lancaster en la inmortal adaptación al cine de Luchino Visconti;
otro noble, aunque más rojo) o las versiones de El Gatopardo. La que se dio a
imprenta en 1958, hace ahora 60 años, y el manuscrito que nutre la edición
definitiva de 2002.
El palacio también funciona
como “alojamiento boutique”. La pareja alquila por Internet 12 apartamentos que
“brindan una experiencia encantadora” a una heterogénea tribu de turistas
transatlánticos fascinados por la grandeur mediterránea y por la hospitalidad
que Polo, políglota, ha ido “perfeccionando con los años”. La experiencia
incluye el trato con Lanza Tomasi, refinado profesor, escritor y musicólogo e
intérprete de todas las cosas Lampedusa. Gioacchino, que ya portaba su propio
pedigrí, fue adoptado por este en 1956, “una práctica habitual en la nobleza
siciliana de la época para preservar el nombre y los títulos”, según cuenta el
biógrafo David Gilmour. El chico tenía 23 años, y, además de fiel amigo y
vibrante conversador, era el hijo que nunca tuvo el novelista.
Por el palacio, que se
alquila, circula una heterogénea tribu turística
La adopción llegó poco
después de que El Gatopardo fuese rechazado por el sello Mondadori a instancias
del autor siciliano Elio Vittorini, en una de las malas decisiones más famosas
de la historia editorial (Vittorini se reafirmaría al año siguiente, esta vez
requerido por Einaudi). Otro escritor, Giorgio Basani, apostó en Feltrinelli
por la novela de un autor novel de 60 años que había pasado toda su vida
leyendo más de cuatro mil libros, con predilección por Stendhal y por la armada
inglesa. Se preparaba sin saberlo para construir un monumental edificio mitad
autobiográfico, mitad recuento histórico de una época que la Italia de entonces
no había colocado aún en su sitio.
Lanza Tomasi y Nicoletta
Polo PRISCILLA DI BENEDETTI
Lampedusa murió de cáncer
de pulmón en 1957, sin ver su obra publicada, lo que le convierte, según Javier
Marías (Vidas escritas), en “uno de los pocos escritores que nunca se sintió
escritor ni vivió como tal”. Lástima que su autor no estuviera allí para verlo;
El Gatopardo fue un éxito inmediato, ganó el premio Strega y dividió a la
intelectualidad italiana entre los que la despacharon como decadente y
conservadora y los que abrazaron su extraordinaria calidad literaria. A través
de las décadas ha mantenido su carácter de tótem cultural.
Lanza Tomasi, que sirvió de
inspiración al personaje de Tancredi (Alain Delon con parche en el cine),
comparte la herencia con los sobrinos (y sucesores) de la viuda, Alessandra
Wolf Stormersee, ya fallecida, que en el libro de cartas es definida como “una
osa báltica, imponente y estirada”. “La princesa fue engañada de un modo infame
por el sello Feltrinelli”, explica Lanza Tomasi. “Al principio tal vez tuvo
sentido. Era un autor desconocido. Así que le pagaban el mínimo: 1,5% por la
tapa blanda y un 6% por la dura. Pero a los 20 años, al renovar el contrato,
Inge Feltrinelli ¡le ofreció prácticamente lo mismo cuando ya había vendido
tres millones de copias!”. Wolf —“que se fiaba solo, y demasiado, como se ve,
de las mujeres”— murió en 1982. Hoy, las obras completas de Lampedusa las
publica, paradojas de la vida, Mondadori, mientras que la heredad literaria la
maneja con más talento para los negocios el temible agente Andrew Wylie.
El encargado del legado
prepara una biografía del escritor
A sus 84 años, Lanza
Tomasi, que anda escribiendo una biografía de su pariente y es autor de libros
sobre Bellini, Verdi o Satie, muestra un pícaro sentido del humor y un español
a veces indescifrable mientras guía al visitante por el palazzo, auténtica
cueva de los tesoros, también los suyos. En las habitaciones se suceden el
retrato y la biblioteca de su madre, la aristócrata española María Conchita
Ramírez de Villa Urrutia y Camacho, todo un personaje, la colección de relojes
o los recuerdos de sus años como director artístico de algunos de los teatros
más importantes de Italia.
Hablando con él, en una
conversación que salta con facilidad de la lingüística estructural a Donizetti
(“el más insípido de todos los grandes compositores italianos”), se tiene la
impresión de asistir a los últimos ecos de un refinado mundo, donde, como
muestra el libro de Acantilado, erudición y buen gusto vienen a ser lo mismo y
la gente viaja, no hace turismo. En las cartas a sus primos, Lampedusa, que se
hace llamar El Monstruo, proporciona comentarios políticos, chismes de variada
índole, postales bucólico-artísticas de la campiña inglesa, indagaciones sobre
la porcelana de Sèvres y mucha autoironía.
El descubrimiento y puesta
en circulación de ese valioso material, “un precedente del estilo de El
Gatopardo y de los cuentos del autor”, se debe al tesón de Lanza Tomasi.
Ninguno de sus tres hijos (de dos matrimonios) y cuatro nietos se dedican a
preservar ese legado. “Cuando él falte”, dice Polo, “tomaré yo el relevo; soy
20 años más joven”.
La princesa se menciona en
las cartas como una osa báltica estirada
Lo cierto es que los
derechos de autor de El Gatopardo caducarán en 2027 y hoy Lampedusa suena en el
imaginario colectivo mucho más a la terrible crisis migratoria del Mediterráneo
que a la gran literatura, aunque en el fondo ambas tengan que ver: la árida
isla del mismo nombre, símbolo de la acogida y frontera con África, fue
propiedad de la familia del escritor hasta que la vendieron en 1840 al rey de
Nápoles por 12.000 ducados.
Un mar terrible
“Yo ya soy muy mayor, pero
ese mar se va a convertir en un lugar terrible. Todo es bastante desastroso:
nuestro alcalde es un loco completo, [el ministro del Interior italiano]
Salvini es lamentable. Y a Trump, no hay más que verlo. Puede sonar
aristocrático, pero basta con mirarlo andar”, opina Lanza Tomasi tras el
almuerzo, servido con guantes en un luminoso comedor. ¿Y la mafia? “Aquí la
mafia es como el rey. La mafia ha muerto... ¡Viva la mafia!”.
Los invitados a comer eran
participantes en uno de los famosos cursos de comida siciliana de Nicoletta,
que consisten en “quedar pronto, acudir al mercado, comprar lo necesario y
cocinarlo durante la mañana para al final comérselo”, según explica una de las
aprendices, subdirectora en un colegio pijo de Londres. El menú del día giró en
torno a unos ruvidelli con pesto, estilo trapanese, y unas sardinas beccafico.
El duque departió con los comensales en inglés, español, francés y alemán.
Sonará aristocrático, pero a Trump solo hay que verlo andar
Británicos, australianos,
estadounidenses, daneses o austriacos, huéspedes de los apartamentos o no, se
juntaron con otros amigos de la familia a la noche siguiente en los salones del
palacio para celebrar la fiesta de la patrona, Santa Rosalía, la más importante
del año en Palermo, una procesión popular que culmina en unos fuegos
artificiales que estallan frente al palazzo. Terminada la cena, Lanza Tomasi se
escabulló por las entrañas del edificio para salir por una minúscula puerta a
la muralla española por la que paseaban las viudas de la nobleza apartadas del
mundo.
La biblioteca de Giuseppe
Tomasi Lampedusa, conservada en el palacio Lanza Tomasi PRISCILLA DI BENEDETII
Abajo, hormigueaba la gente
entre los puestos de tiro y las barracas. Y entonces, tras dos días de
prolongada conversación sobre El Gatopardo y sus circunstancias surgió al fin
la insoslayable frase. Ya saben, aquella que dice Tancredi a su tío, se repite
hasta la náusea por lectores y no lectores de la novela y ha alumbrado hasta un
concepto, el gatopardismo, que vendría a definir la astucia conservadora: “Si
queremos que todo permanezca como está, hace falta que todo cambie”. Al
escucharla, Lanza Tomasi suspira, mira hacia Palermo, y dice. “Hoy, como
entonces, las cosas no machan bien en Sicilia. Y hoy, como siempre, las
predicciones pesimistas son las únicas que se cumplen en esa isla”.
https://elpais.com/cultura/2018/08/31/actualidad/1535733713_542666.html
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