Agrippina, de Georg Friedrich Händel (1685-1759), Teatro Real,
Madrid, 16 de mayo de 2019.
Versión concierto
Elenco
Sopranos
Joyce DiDonato
(Agrippina)
Elsa Benoit (Poppea)
Bajo-barítono
Renato Dolcini
(Claudio)
Contratenores
Franco Fagioli
(Nerone),
Xavier Sabata
(Ottone/Giunone)
Carlo Vistoli
(Narciso)
Bajo
Andrea Mastroni
(Pallante)
Barítono
Biagio Pizzuti
(Lesbo)
Orquesta
Il Pomo d’oro
Director y
clavecinista
Maxim Emelyanychev.
Agrippina se suma a las diez composiciones de este compositor que
se han ofrecido en el Teatro Real desde su reapertura: Giulio Cesare (2002),
Ariodante (2007), Tamerlano (2008), Il trionfo del tempo e del disinganno (2008),
Tolomeo, Re d’Egitto (2009), Theodora (2009), otra Agrippina (2009), Alcina
(2015), Rodelinda (2017) y de nuevo Ariodante (2018).
En versión de concierto con un ramillete de cantantes muy cercanos a
este tipo de repertorio, como las sopranos Joyce DiDonato (Agrippina) y Elsa
Benoit (Poppea), el bajo-barítono Renato Dolcini (Claudio), los contratenores
Franco Fagioli (Nerone), Xavier Sabata (Ottone/Giunone) y Carlo Vistoli
(Narciso), el bajo Andrea Mastroni (Pallante) y el barítono Biagio Pizzuti (Lesbo).
Completa el elenco la orquesta Il Pomo d’oro, que ha tocado en el
Teatro Real dos veces en 2017 en veladas también protagonizadas por Joyce
DiDonato y Franco Fagioli, dirigidos, como en esta ocasión, por Maxim
Emelyanychev, un joven músico y director, clavecinista además con un amplio
despliegue de recursos en escena.
Un compositor protoalemán, Georg Friedrich Händel, que se vengaría
como germano de los antiguos emperadores romanos que invadieron esas tierras
del este en repetidas ocasiones, esclavizando y sentando escuela bélica por
aquellos parajes.
Händel estuvo en Italia casi 3 años y medio, de 1706 a 1710, y esta
circunstancia influiría en su carrera creativa y profesional, hasta llegar a Londres,
donde el compositor gozaría durante más de cuatro décadas, de una
preponderancia incuestionable como compositor y empresario.
Se instala por lo tanto en Britania, pues, otro territorio de la
periferia del Imperio Romano, al que los “imperatores” (generales en jefe) ya
querían subyugar desde los tiempos de Julio César, que nunca llegó a
convertirse en emperador, pero dejó el camino blindado para que Augusto
(Octavio) llegara a serlo y con él sus descendientes, entre los cuales se
destacan muchos de los protagonistas de esta ópera.
Vincenzo Grimani está considerado el posible libretista de esta
obra, Agrippina, sexta de las 42 óperas de Händel, respuesta final a ese periodo
italiano y estrenada con todos los honores en el fastuoso teatro San Giovanni
Grisostomo de Venecia.
Un éxito completo en el que Händel fue ovacionado con sonoros ¡Viva
il caro Sassone!, por su origen sajón (de aquellos polvos estos lodos
históricos, ¡ay! Las interpretaciones pueden ser jugosas e interminables).
El libreto cuya trama, basada en personajes históricos
reconstruidos desde la fantasía contemporánea muy a la ligera y seguramente con
una proyección de situaciones actualizadas y presentes, propias de las vividas
por los implicados en esta composición ( ¿el libretista, el compositor et
caetera…?), claro y es típica del melodrama veneciano del siglo XVII.
Considerada a menudo como una crítica al papa Clemente XI,
encarnado en el personaje de Claudio, alude también a la corrupción de la curia
romana (un clásico desde los tiempos del Papa Borgia y su familia) o, yendo más
lejos, como una evocación de la Guerra
de Sucesión española, con el enfrentamiento entre Felipe de Anjou y Carlos de
Austria reflejado en la disputa entre Nerone y Ottone. En ambos casos el libretista, perteneciente a
la poderosa familia veneciana de los Grimani, apoyaba abiertamente la causa
finalmente perdedora, la de los Habsburgo e intentó, con el resultado de un
“marivaudage” o un Beaumarchais avant- la lettre, hacer justicia poética.
Agrippina bebe mayoritariamente de retales musicales de obras
anteriores de Händel y en algunos casos, pasajes “prestados” de obras de compositores coetáneos. Pero eso,
que hoy sería objeto de delito, era entonces la norma.
En esta obra hay profusión de recitativos, parcelas de música muy
bellas escritas con una pluma excelente a pesar de la juventud del compositor.
Lo que desde todo punto de vista es objetable es la relectura que se hace de
los personajes romanos en cuestión, trivializados, enfocados con gran
superficialidad, despojándolos de la verdadera capacidad de maldad y
latrocinio, del incesto reiterado y la omnipresencia del deseo de poder y
gobierno que caracterizó a la primera gran familia de emperadores romanos, la
Julio-Claudia, que se reconocía descendiente de la diosa Venus.
Se trata de Nerón, Agrippina, Claudio el tartamudo, o el tonto,
como muy bien lo pintó Robert Graves, el paseante de Mallorca, en sus dos
novelas magistrales “Yo Claudio” y Claudio el dios y su esposa Mesalina”. Posteriormente
llevados jubilosamente a una serie de televisión inglesa multipremiada y modélica,
Séneca, preceptor de Nerón, Petronio, escritor de esa época, ambos suicidados
como tantos por mandato imperial, son habitantes muy contundentes de un tiempo
bárbaro. Acunados por la belleza de algunos monumentos neronianos que todavía
respiran con dificultad en el Roma actual, enfrente del coliseo, como la Domus
Aurea que mandó construir el detestado y temido hijo de Agrippina para su mayor
gloria y disfrute.
Agripina, ¡qué mujer!
Julia Agripina más conocida como Agripina la Menor —para
distinguirla de su madre— o Agripina, fue la hija mayor de Germánico y Agripina
la Mayor, bisnieta por tanto de Marco Antonio y Octavia la Menor. Fue además
hermana de Calígula, esposa y sobrina de Claudio y madre de Nerón. Con esta
presentación, hay que echarse a temblar.
Agripina consiguió tener, poco a poco, una relación cada vez más
íntima con su tío, el emperador. Claudio, tras descubrir que su esposa
Mesalina, madre de sus hijos Británico y Octavia, le era infiel, decidió ejecutarla
y casarse con su sobrina, a pesar de que el matrimonio de tíos y sobrinas era
ilegal e incestuoso según la ley romana, problema resuelto mediante un acuerdo
especial del Senado.
En el 49, contrajo matrimonio por tercera y última vez con su tío,
el emperador Claudio, con 34 años. Una vez obtenido el título de emperatriz y
Augusta, la primera después de Livia, y de haber obtenido honores y privilegios
extraordinarios, Agripina convenció a su marido para que adoptara como heredero
a Nerón, hijo de ella, dándole prioridad sobre Británico el hijo biológico de
él. Una vez conseguido
su propósito, se dijo que había ordenado que envenenaran a su marido con un
plato de setas donde mezclaron comestibles con venenosas, aunque no hay prueba
histórica de ello.
Su muerte, inducida por Nerón, cumplió una profecía de unos
astrólogos caldeos que, cuando Agripina les preguntó si su hijo sería rey, le
dijeron: «Será rey, pero matará a su madre». Después de escuchar estas
palabras, ella contestó: «Occidat, dum imperet!» («¡Que me mate con tal de que
reine!»).
Agrippina de Händel
en el Real
Vista la historia a vuelo de pájaro, la variante germano-inglesa se
aleja a distancia de la historia verídica, pero la ópera siempre negoció a su
modo con los argumentos que reinterpretó a placer, en función de las épocas,
los públicos, los teatros y la moda o la necesidad de lucimiento de los
cantantes, entre otras circunstancias.
Difícil de encontrar un cast que pueda cumplir con los requisitos
de este Händel exigente, florido y largo, muy extenso para versión de concierto
y estar sentado en una butaca. Efectivamente, en su época, la presencia en
estos acontecimientos, se acercaba más a la tradición de los teatros griegos y
romanos, (o el circo), donde los asistentes entraban, salían, dormitaban,
conversaban, comían, y más durante horas y horas, como si nada.
Por esta razón seguramente hubo en general una clara sobreactuación
de los cantantes, a veces vecina de la astracanada, frivolizando una historia
negra de contubernios y masacre en cotilleos de salón o de sit com americanos.
Para ayudar a los presentes a sobrellevar la duración de la producción.
El vestuario, a veces tuvo un reflejo de esta concepción de
cercanía y guiño al público, ya que la chaqueta del traje de Claudio (Renato
Dolcini), lucía unos laureles imperiales en alusión a su cargo o el de la
protagonista se orientaba hacia un estampado de mucha fantasía, evocador de sus
propios tejemanejes.
Pero la orquesta, Il Pomo
d´oro, sonó adecuada, con un director ruso efusivo, expansivo, el joven y bello Maxim Emelyanychev que dirigió bien a los
cantantes al tiempo que acompañaba al resto de músicos desde el clave. Hubo
algún problemilla de afinación rápidamente corregido que no deslució la
prestación.
Esta formación prestigiosa fue fundada en 2012 y pasó por varios directores
y se orienta hacia el repertorio barroco interpretado con instrumentos de
época. Es embajadora oficial del El Sistema Grecia, un proyecto humanitario que
promueve la educación musical gratuita para los niños de los campos de
refugiados en Grecia, en los que ha ofrecido conciertos, talleres y clases de
música de acuerdo con el método El Sistema.
En cuanto a los cantantes, Joyce
DiDonato, originaria de Kansas, tiene una bella voz de mezzo que conserva
toda su claridad y galanura, con una técnica desarrollada y segura, aunque por
momentos se distrajera demasiado con una teatralidad forzada que incluso le
hizo acudir con precipitación a alguna entrada, para sorpresa de los músicos
que la acompañaban. Verdadero “Figaro” de la velada, estaba en todo, incluso
cuando no estaba en escena.
La Poppea de la soprano francesa Elsa Benoît, es dulce, dentro de las tendencias de perversión de su
personaje. Tiene una voz no demasiado grande, pero la utiliza bien y es muy
musical y compagina bien su papel con el resto del elenco. Tiene además algo
que hoy se reclama mucho: una excelente presencia escénica.
El Claudio del bajo-barítono Renato
Dolcini, graduado en la Universidad de Pavía, tiene majestad y bucea con
holgura en un carácter bastante bien tratado aquí por el libretista (Cla, Cla,
Claudio tenía lo suyo, claro). Tiene una bella voz y comunica con esmero. El
Ottone del contratenor catalán Xavier
Sabata (es un lujo tener tres contratenores en esta función, ya que es una
cuerda especialísima y escasa, muy exigente) sale bien parado porque utiliza
muy adecuadamente sus recursos y no cae como otros de sus compañeros en una
sobreactuación innecesaria.
El contratenor argentino (de Tucumán) Franco Fagioli se sintió y comportó como el héroe de la noche.
Está viviendo un momento de inmensos éxitos y manda en escena. Se entrega a su personaje
desde su interpretación exuberante y amplia, con unas dotes vocales en
plenitud, aptas para las habilidades y la coloratura, aunque le falta
profundidad psicológica y un toque de seriedad y verosimilitud para representar
a un emperador que mató a su propia madre.
De todas formas, no desentona en un contexto desenfadado como se
explicó antes, en donde se desdramatiza una verdad histórica horrorosa y cruel,
fundacional, para adaptarse a los gustos de los públicos que en todos las
épocas han acudido a los teatros para buscar diversión y placeres sin excesivos
sobresaltos.
El bajo Andrea
Mastroni construye un Pallante convincente, suelto, firme, igual que el
Narciso de Carlo Vistoli, ambos con
una excelente dicción además, dada su origen italiano. El Lesbo del barítono Biagio
Pizzuti, nacido en Salerno, con
una breve intervención, conectó muy ajustado con sus compañeros en el
escenario.
Enfocado como un pasatiempo, sin rigor histórico y en la línea
“divertente” que decíamos arriba, la función cumplió más que sobradamente y así
lo entendió el público que llenaba la sala, menos algunas butacas libres en las
primeras filas de libre disposición del teatro y que premió a los artistas con
un aplauso cerrado.
Fue una noche de excelente canto y de una música rendida a un
empeñó esforzado y exigente. Ya lo decían los romanos:” Si vales, bene est.
Valeo” (Si te encuentras bien, está bien. Yo estoy bien”). Lo que, en versión
libérrima podría traducirse como: “Y la velada, efectivamente, estuvo muy bien”.
Alicia Perris
No hay comentarios:
Publicar un comentario