Davi Kopenawa en la universidad de Harvard (EE UU), el pasado 7 de
mayo. DANI PÉREZ
"Si me matan, el hombre blanco me convierte en símbolo”. La
frase la pronunció Davi Kopenawa, el gran líder del pueblo indígena yanomami,
en el Senado de Massachusetts, Boston, Estados Unidos. Era el 8 de mayo. El día
anterior, Kopenawa había sido aplaudido en pie en la Universidad de Harvard
durante la conferencia Amazonia and our planetary futures. Amenazado de muerte
en Brasil, Kopenawa observó con ojos atentos al indígena estampado en un vitral
del capitolio del Estado. No vio homenaje, sino asesinato. Los blancos
exterminan humanos y no humanos y cuelgan cosas muertas en las paredes. Cosas
que denominan símbolos. Si no se establece una alianza internacional para
proteger la vida de los pueblos indígenas en Brasil, Kopenawa teme que también
se convertirá en una cosa muerta en la pared.
Fue al capitolio de Massachusetts a pedir a los representantes
demócratas algo que revela la situación dramática de Brasil: que los
estadounidenses les digan a sus colegas brasileños que los indígenas están en
contra de la extracción minera y otras formas de explotación en sus tierras.
¿No puede decírselo directamente a los senadores brasileños?, le pregunto.
Kopenawa explica que a la mayoría no les gustan los indígenas. Y que no
encuentra quien le escuche en el Senado brasileño. Espera que, por lo menos,
escuchen a los colegas de otros países.
Kopenawa es uno de los más importantes intelectuales de la selva
amazónica. Si le asesinan, una biblioteca entera muere con él. Junto con el
antropólogo francés Bruce Albert, escribió una obra antológica denominada La
caída del cielo. La semana pasada, firmó el Book of Harvard, un honor reservado
a personajes históricos como Dalai Lama. En los años ochenta, unos 40.000
buscadores de oro invadieron el territorio yanomami, en la frontera de Brasil
con Venezuela. El número era cinco veces mayor que la población nativa. Por lo
menos un 20% de los yanomamis murieron de enfermedades o disparos en solo siete
años. Algunas aldeas fueron totalmente aniquiladas. La amenaza del genocidio se
repite. Unos 20.000 buscadores ocupan hoy el territorio. Y la cifra debe
aumentar con la autorización explícita de Jair Bolsonaro, que quiere abrir las
tierras indígenas a la explotación de minas, soja y ganado.
En la Amazonia, los anuncios presidenciales, aun sin estar
amparados en la Constitución, funcionan como autorización inmediata. Por toda
la región, madereros y buscadores de oro atacan la selva y subyugan a sus
pueblos. Mientras los científicos alertan sobre la emergencia de la crisis
climática, se acelera el proceso de destrucción de la Amazonia, estratégica
para controlar el calentamiento global. O el mundo reacciona ante la catástrofe
en curso en Brasil o tendrá que aprender a vivir en un planeta hostil.
Traducción de
Meritxell Almarza.
https://elpais.com/elpais/2019/05/14/opinion/1557834879_802142.html
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