MANUEL VILAS
Retratos de Van Gogh
en una exposición dedicada al pintor holandés en Alicante en 2018. PEPE
OLIVARES
Muy poca gente en
este mundo puede comprarse la ropa y las joyas que exhiben los grandes artistas
de cine en los festivales internacionales. A los relojes caros, los perfumes y
los pañuelos se les llama “complementos”. La ropa lo ha acabado siendo todo en este
momento de la historia. Ves una película en donde el protagonista es un
perdedor, un alcohólico, un loco, un pobre hombre, un Vicent van Gogh
cualquiera, y luego, al tiempo, ves al actor que encarna a ese personaje,
vestido de gala, bien peinado, zapatos brillando en la noche perfecta,
caminando por la alfombra roja de un festival en una ciudad maravillosa,
vestido con un traje que cuesta diez mil euros, sentado al lado de un ministro,
o de una reina, o de un gran empresario, o del presidente de algo, y de
inmediato el personaje que interpretaba en la película se desvanece.
La vida de la gente
que sale en las películas es pobretona y sórdida, pero la vida de quienes la
interpretan en la pantalla es lujosa. La verosimilitud se resquebraja. ¿No
podría existir un glamour de la humildad? ¿Un glamour de la pobreza, de la
renuncia, del adiós al éxito o el dinero, que es lo mismo? Ir todos con
harapos, con camisetas de cinco euros, con sandalias franciscanas, con ropa de
segunda mano, con pajaritas rotas, con relojes de tres euros, y ellas sin
pintar, sin peinar, sin adornos, sin joyas, sin perfumes, descalzas. Así todos
los actores, las actrices, así los políticos, así los grandes empresarios, los
dueños de las corporaciones internacionales, los presidentes de gobierno, los
presidentes de las repúblicas, los reyes, las reinas, los dueños de todo esto
que se llama la civilización occidental. Un gran homenaje a la pobreza
universal. Una gran fraternidad con todos los que no tienen “complementos”.
Porque el lujo es
uno de los grandes reductos del capitalismo. Cuando entro en según qué sitios
con mis camisas compradas por diez euros me da un vuelco el corazón. Y si lo
notan. Y si se dan cuenta de que mi camisa apesta a ropa barata. Pero es
difícil notarlo, si le echas un poco de estilo.
El otro día lo
hablaba con el escritor José Ovejero, a quien le pasa lo mismo que a mí.
Pensamos que no merecemos una camisa que exceda de los diez euros. Demasiados
hombres y mujeres sobre el planeta. No todos pueden ir bien vestidos. Vete al
Museo del Prado. Te darás cuenta de que hace cuatrocientos años pasaba lo
mismo. Mira la ropa de los retratos de los duques, de los generales, de los
reyes. ¿Cuánto vale la camisa que llevas?, puede que esa sea la pregunta
definitiva. ¿Cuánto mide el armario donde guardas tu ropa? Nunca podré usar
ropa de lujo, porque no la merezco. La palabra es merecimiento. ¿Cuántos
zapatos tienes en tu armario zapatero? ¿Cuántos zapatos tuvieron tus abuelos?
¿Cuántas generaciones te separan del hambre? ¿Qué has hecho para merecerlo?
https://elpais.com/cultura/2019/05/20/actualidad/1558362447_133667.html
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