JUAN JOSÉ MILLÁS
Un hombre lee un
libro con su nieta. GETTY IMAGES
Leo a mi nieto un
libro infantil titulado Los contrarios. A medida que avanzo, me doy cuenta de
que estoy introduciendo en su cabeza el pensamiento binario que tanto nos ha
hecho sufrir a lo largo de la Historia. Digamos que le parto el corazón sin que
él se dé cuenta. Yo mismo no reparo en ello hasta la página catorce o quince.
Ahí estamos los dos, en fin, cada uno en su papel, dóciles y obedientes como
ovejas que pastan tras la valla. Cerca / lejos. Dentro / fuera. Arriba / abajo.
Delante / detrás. Grande / pequeño. Largo / corto. Ancho / estrecho. Seco /
mojado. Caliente / frío. Duro / blando. Lento / rápido.
Las ilustraciones no
dejan lugar a dudas sobre la existencia de los contrarios, pero resulta
imposible averiguar dónde termina lo pequeño y comienza lo grande, por ejemplo,
pues no están dibujados sus límites. La frontera es un lugar confuso para el
pensamiento infantil, incluso para el adulto. De ahí las concertinas. De ahí
Trump. De ahí el sentimiento nacional. De ahí el otro, lo otro. Cuando cerramos
el cuento, el crío salta de mis rodillas con el corsé de la cultura un poco más
ceñido en su mente de lo que lo estaba cuando se subió. Más apretado. Su
capacidad de deducción le conducirá con el tiempo a la creación de nuevas
dicotomías culturales. Joven / viejo. Hombre / mujer. Nacional / extranjero.
Blanco / negro. Rico / pobre. Sabio / ignorante.
Le ayudarán en la
construcción de este pensamiento disociado los libros de texto, los periódicos,
la tele, la radio, las revistas. El mundo, en su cabeza, se conformará como un
juego de oposiciones, no como una posibilidad de encuentros. Aunque tal vez un
día, de mayor, revisando los textos de su abuelo muerto (muerto / vivo), dé con
esta columna y se detenga a meditar unos instantes.
https://elpais.com/elpais/2019/05/23/opinion/1558611369_172230.html
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