Mario Benedetti
(izquierda) y el pintor cubano Mariano Rodríguez, en el Museo de Bellas Artes
de La Habana en 1987. ARCHIVO FUNDACIÓN BENEDETTI
Era un hombre que
buscaba amparo. Su voluntad era la de ser únicamente un poeta. Se le cruzó la
vida triste de Uruguay, la maldad militar, la dictadura. Perseguido por la
catástrofe que mató a tantos, ingresó en la nómina mundial de los perseguidos,
y ya siempre tuvo miedo. En Argentina, en Perú, en Cuba y en Madrid.
Siempre tuvo miedo
Mario Benedetti Farrugia. Le gustaba decir sus numerosos nombres propios, y
añadir el otro apellido italiano, Farrugia. Era un niño en busca de amparo.
Hasta en el hospital se sostenía en la rabia. Era imposible que se estuviera
despidiendo. Y ya no pudo más el 17 de mayo de 2009, hizo 10 años ahora. Su
penúltimo amparo, la Universidad de Alicante, donde está su biblioteca, le hizo
un homenaje el viernes. Hace 20 años, en 1999, allí, cuando se ponía en marcha
el Centro Mario Benedetti, él leyó un poema, Zapping de siglos, que ahora suena
profecía. Lo preparó como un testamento de incertidumbre. ¿Qué será este tiempo
en el que ya no voy a estar? Al morir tenía 88 años. Ya no sabía que había sido
Mario Benedetti.
Pudo haber caído
sobre él el cielo gris del limbo que hace invisibles a los poetas muertos. Pero
su fundación en Montevideo, a cuyo mando está su biógrafa, Hortensia
Campanella, se encarga de ponerle sal y fuego a la memoria de aquel hombre que
parecía, dice ella: “Un abuelito para mi hijo”. Carmen Alemany, que en Alicante
acompañó a José Carlos Rovira y a Eva Valero en la tarea de poner en marcha el
Centro Mario Benedetti, contaba el viernes que su hija lo llamaba “el marido de
Luz”. Pues Luz, su mujer, más que su sombra fue efectivamente su luz, su amparo
mayor, su compañera. Luz murió sin memoria. Cuando se fueron de Madrid, en
2003, ya Luz no escuchaba el teléfono, no sabía qué hacer con los recados. Él
la cuidaba con una delicadeza incendiada por el aturdimiento.
Esa mañana del
regreso definitivo a Uruguay ella se dejó las llaves dentro de la casa. Era la
metáfora de la despedida. Después de tantos viajes de ida y vuelta, tras el
exilio y el desexilio, ya iba a ser Montevideo, de donde partió huyendo, el
amparo final, el salto a la esperanza y al vacío. Y las llaves se quedaron en
Madrid, ya no habría vuelta.
Palma de Mallorca,
Madrid, Alicante fueron sus últimos amparos. Y la música de Serrat o de
Viglietti. El amparo era que le hicieran caso sus amigos. Que no hubiera
espinas en el pescado, que le funcionaran los aparatos del asma, que no le
pusieran almendras en los platos, que hubiera urinarios cerca de sus firmas en
la feria, que le salieran bien las operaciones, que no le faltaran el periódico
ni los lápices, que hubiera guayaberas limpias. Que ya no hubiera más uniformes
señalándole la puerta o la pena de muerte. Y que Luz, su mujer, estuviera
siempre.
Ella murió tres años
antes que él. Lo vi llorar meses más tarde. Desde su butaca miraba al aire gris
de Montevideo. Escribía haikus, había presentado la dimisión al diablo del
tiempo. Ya qué iba a hacer, se le había hecho la noche, como dice un verso
argentino, en la mitad de la tarde.
Desamparado tantos
años Mario Benedetti. La historia lo hizo desconfiar de las sombras. Entraba en
los sitios como si fuera a resbalar, inquieto. Aplaudido por miles, como una
estrella del rock de la poesía, siempre sintió que pasaría algo atroz o
incomprensible. Así que buscaba amparo. Había en él esa ausencia triste del
perseguido que ni en la pared halla apoyo. Alicante le dio honores y calor,
hasta ahora mismo, Chus Visor no para de editarle; Campanella dice que a la
fundación siguen viniendo sin cesar solicitudes para hacer de sus versos
canciones y de sus novelas o relatos teatro o cine.
En Montevideo lo
acogieron, de vuelta, como una leyenda que ya se iba a quedar allí, en su casa
donde lo único que se movía era la mecedora. En aquel Zapping de siglos dejó
escrita, con la ironía que le aclaraba las ideas y los días, su manera de ver
lo que venía: “El siglo light está a dos pasos / su locurita ya encandila / al
cuervo azul lo embalsamaron / y ya no dice nunca más”.
Él sobrevivió nueve
años la locurita del siglo XXI. Su biblioteca está en Alicante, en Montevideo,
en las canciones y en miles de librerías o de casas.
https://elpais.com/cultura/2019/05/19/actualidad/1558261459_860964.html
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