sábado, 7 de septiembre de 2019

NOS ESTÁN SUICIDANDO


JORGE BUSTOS
Nos están suicidando porque los suicidas no se manifiestan. Cuando el suicidio no llega al periodismo, es el periodismo el que se suicida


El 19 de julio de 2017 un hombre célebre que se encontraba de cacería en una finca cordobesa apoyó en el suelo la culata de un rifle del calibre 270, inclinó el tórax sobre la boca del cañón y apretó el gatillo. Bastaron horas para que todos los titulares contemplasen el suicidio, y bastó un solo día para que dos digitales de izquierda -depositaria oficial de la compasión- titularan: "Miguel Blesa, otra muerte sospechosa relacionada con la corrupción» y «La muerte de Blesa pone a salvo su botín". A nadie le preocupó entonces ni su esposa ni su hija. Se trataba de un banquero corrupto de derechas. El eslabón más débil en la cadena antropológica de la empatía.

La cobertura de la desaparición de Blanca Fernández Ochoa ha acusado un terror secular al tabú del suicidio, paliado once días después por eufemismos del tipo "muerte no violenta no accidental". Pero aquel terror lo inspiraba el juicio inquisitorial de la profesión y el corazón palpitante del público, unidos ambos, emisor y receptor, en la hipocresía colectiva que toca la entraña de nuestra nación católica y sentimental, donde durante siglos se excluyó a los suicidas de los cementerios decentes. Ese estigma dura. La santa indignación tuitera contra el morbo nace de un compartido hondón religioso que exige los paños calientes de la fe -sigamos creyendo que vive, y si no que fue un accidente, y si no que está en el cielo- para amordazar las implacables conclusiones de la razón. Y sí, el periodismo siempre ha trabajado con las emociones, pero se supone que no debe consentir que las emociones trabajen por él. Con Blesa era fácil, porque aquel hombre no emocionaba a nadie.

Del suicidio se habló mucho cuando lo peor de la crisis, pero eso solo fue posible porque el suicidio se presentaba como homicidio: asesinatos de pérfidos desahuciadores. La pena mezclada y agitada con la ira política es un combustible tan inflamable que su detonación ciega toda posibilidad de vislumbrar la intimidad de una familia. Sin embargo la reminiscencia clerical del periodismo patrio empieza quizá a despejarse. El jueves Carlos Alsina, que no es por fortuna la clase de periodista que sacrifica la inteligencia al ídolo corporativo, pronunció lentamente la palabra "suicidio" y luego atacó el tabú mientras la audiencia se iba encogiendo. Diez españoles se matan al día y no parece que todos lo hagan desde la soberana lucidez de un Gabriel Ferrater. Suicidarse no es una vergüenza innombrable. Lo que da vergüenza es la cobardía de políticos y periodistas que excusan su silencio en la delicadeza epitelial de su sensibilidad, mientras avanza una lacra muda que no moviliza pancartas zafias del estilo Nos están suicidando porque los suicidas no se manifiestan. Cuando el suicidio no llega al periodismo, es el periodismo el que se suicida.

https://www.elmundo.es/opinion/2019/09/07/5d72ac7a21efa0e0218b4653.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario