Estreno absoluto, Roma, Teatro Argentina, 20 de febrero de 1816.
Teatro de La Fenice, Venecia, 11 de septiembre de 2019.
El Barbero de Sevilla, comedia fundacional de Pierre- Augustin Caron de Beaumarchais (París, 1732-1799),
posiblemente ayudó a cambiar el curso de la historia francesa y universal, con
modestia y alegría, pero con contundencia, igual que el proyecto de La
Enciclopedia o las obras de Montesquieu, Rousseau o Voltaire. La clase media
ascendente que ya disponía de poder económico, aspiraba también al político, en
un momento en que la hegemonía de aristócratas y monarcas, se adentraba por la
holgazanería y la ineptitud generalizadas, en una vía muerta.
Melodrama cómico de Gioachino
Rossini (Pesaro, 1792-París, 1868), con un libreto en dos actos de Cesare Sterbini de la obra francesa,
vuelve a escena en la admirada producción del “regista” Bepi Morassi, con
escenas y vestuario de Lauro Crisman, el artista de Trieste y luces de Andrea
Benetello. Los maestros Francesco Ivan
Ciampa y Marco Paladin en dos recitales de septiembre, dirigirán la
Orquesta y el Coro del teatro de La Fenice. En la función de la reseña, el
Maestro Ciampa estuvo al mando de la velada.
La historia en dos
líneas del Teatro La Fenice
Fundado en 1792, fue en el ochocientos, sede de numerosos estrenos
absolutos de ópera de Rossini, Bellini, Donizetti y Giuseppe Verdi. En el
último siglo, dirigió también la atención a proyectos contemporáneos con estrenos
mundiales como The Rake´s Progress de Stravinski, Britten, El ángel de fuego de
Prokoviev, Intolerancia de Luigi Nono, Hyperio de Bruno Maderna y recientemente
El rapto de Mauricio Kagel, Medea de Adriano Guarnieri, el Signor Goldoni de
Luca Mosca, o El killer de palabras de Claudio Ambrosini.
Los dos rostros de
la belleza
Como relatan sus especialistas y gestores, concebido en 1789 (el
año crucial de la Revolución Francesa, justamente), se inauguró el 16 de mayo
de 1792, convirtiéndose desde entonces en el Teatro de Venecia.
Renacido de sus cenizas dos veces, La Fenice es Venecia, y refleja
su historia y el mito que la declina. Agua y luz, fuego y aire son los
elementos que constituyen indisolublemente su majestad, esos cuatro galeones
físicos y esotéricos de los que habla, también, la exposición dedicada a Leonardo da Vinci, recién inaugurada en
Santa María Novella de Florencia, de
los mismos monjes que dieron a la luz la maravillosa Oficina Farmacia homónima que tanto fascinaba al Hannibal de Thomas
Harris, cuando residía en la ciudad de los Medici.
El Teatro La Fenice está consagrado a Apolo y en su cielo azul
danzan las horas en medio de un bosquecillo, donde se sienta y siente el
público que ocupa la platea. El león de San Marco, también iluminado en el
Palco Real y en la propia ciudad de los canales, es un espejo que refleja su
identidad única y definitiva.
“Hay otro pájaro sagrado, el fénix. Yo nunca lo he visto, pero
aparece cada 500 años, como afirman los sacerdotes de Heliópolis y se deja ver,
cuando se ha muerto el padre. Por dimensiones y por forma, si es realmente como
lo describen, las plumas son doradas algunas y otras de color rojo intenso o
púrpura y se parece mucho a un águila en su diseño y en la grandeza…Partiendo
de Arabia, lleva al templo del Sol al padre, envuelto completamente en mirra y
lo sepulta en ese santuario” (Historia de Herodoto).
El mito del ave fénix que todos conocen es el de la resurrección
reiterada después de cada muerte. Que así sea. Y que otras vidas sean mejores
que esta…
REPARTO
Director musical, Francesco
Ivan Ciampa
Director musical, Bepi
Morassi
Escenografía y
vestuario, Lauro Crisman
Luces, Andrea Benetello
Al fortepiano, Roberta Ferrari.
Subtítulos en
italiano y en inglés.
INTÉRPRETES
Conde de Almaviva, Maxim
Mironov
Bartolo, Omar Montanari
Rosina, Laura Polverelli
Figaro, Julian Kim
Don Basilio, Andrea Patucelli
Fiorello, Matteo Ferrara
Berta, Giovanna Donadini
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Orquesta y Coro del Teatro La Fenice
Maestro del Coro ⎮ Claudio Marino Moretti
Maestra al cembalo ⎮ Roberta Ferrari
Producción Fondazione Teatro La Fenice
Lo primero que sorprende, a pesar de que es la segunda visita (la
primera fue el día anterior con Butterfly) es un foyer relativamente contenido
y de líneas clásicas, de colores claros, que se absorben perfectamente por la
mirada, escaleras y una librería bien surtida con un bar para golosos
dependientes habituales u ocasionales.
La sala, en cambio, se presenta en tonos pastel subidos, dinámica,
inabarcable, casi un punto kitsch. La temperatura de los diseños y los matices,
alta y sugerente. Las butacas, como suelen ser en los teatros italianos, un
lujo, no un sacrificio. Ni un ahorro en el presupuesto.
Y lo más sorprendente es la atención que prestan los acomodadores
del lugar, sobre todo a los potenciales disruptores de la función. Son varios,
muy estilosos, ágiles y determinados y desde una cámara vigilan los
movimientos, las posibles grabaciones o fotos, para que nada perturbe el normal
desarrollo de la escucha y la visibilidad de la ópera. No “están” solo, sino que forman parte del proyecto.
Dicen los expertos, que El barbero de Sevilla sigue siendo una de
las óperas más populares; en las estadísticas aparece como la novena de las
cien óperas más representadas en el período 2005-2010, siendo la novena en
italiano y la primera de Rossini.
Cuenta con una obertura conocidísima que se hace a
menudo en versión de concierto por
su carácter alegre, chispeante y humorístico prepara al
público para las divertidas circunstancias y enredos de la trama argumental. Su
música había sido utilizada por el compositor como obertura de dos óperas
anteriores. Sin embargo, ha quedado ligada de manera permanente a ésta, una de
sus obras maestras. Se usó también como marcha de la banda de guerra del
Ejército mexicano en tiempos del general Santa Anna. El aria Largo al factotum,
interpretada por Fígaro es un must de la constelación lírica y subraya la importancia que se atribuye a este
personaje en la obra.
Rosina, tiene un rol escrito para una contralto de coloratura . Más frecuentemente ha sido cantada por una mezzosoprano de coloratura
en el pasado y ocasionalmente, en épocas más recientes, en trasposición por sopranos de
coloratura como Marcella Sembrich, Maria Callas, Roberta Peters, Gianna
D'Angelo, Victoria de los Ángeles, Beverly Sills, Lily Pons, Diana Damrau,
Kathleen Battle, Luciana Serra e Isabel Leonard. Entre las famosas
mezzosopranos que han cantado además el rol de Rosina están Marilyn Horne,
Teresa Berganza (ejemplar), Lucia Valentini Terrani, Cecilia Bartoli (un
clásico), Joyce DiDonato, Jennifer Larmore, Elīna Garanča y Vesselina Kasarova.
Las contraltos más famosas que han cantado el papel de Rosina han sido Fanny Anitúa y Ewa Podleś.
Una vez comenzado el espectáculo, se tiene la tranquilidad de saber
que tampoco se ha ahorrado dinero en la escenografía, ni en los trajes, de
época, verosímiles, bonitos, desempolvados. Los públicos comienzan a fatigarse
de la sobrecarga escénica de la nada, de la ausencia de todo: de sugerencias,
de objetos, de elementos. Ya se sabe, “el vacío del mundo en la oquedad de sus
cabezas” ( el poeta Antonio Machado dixit en “Del pasado efímero”) de los que
“visten la música”, hoy convertidos en
los amos de los teatros con el aplauso de casi todos. Sobre todo en aquellas salas
que pretenden ser lo que no son ni pueden afrontar económicamente, porque no
están a la altura tampoco del talento necesario y siguen por el camino adelante
con la supuesta simplicidad en las propuestas teatrales y un minimalismo que,
en realidad, lo que desvela es la falta más absoluta de ideas.
En el caso del Barbero de La Fenice, el trabajo actoral de los
cantantes es excelente, difícil de mejorar, porque deben bailar, sentarse,
levantarse, moverse, mientras evolucionan sin parar con una partitura difícil
de cantar y de decir.
La dirección de orquesta del maestro Francesco Ivan Ciampa, nacido en el Avellino en 1982, es joven,
como él, armado de negro y una coleta. El respeto por el esfuerzo de los
cantantes, total. Sabe que la orquesta acompaña y no debe ser la estrella descollante
y única de la función, como ocurrió en Madame Butterfly, la noche previa. La
discreción y el buen gusto son su primera elección y le sale muy bien.
Bepi Morassi es el director de
escena, veneciano, alumno de Giovanni Poli, así que por ambos motivos, sabe lo
que hace porque nació en la tierra y el alma mater de Goldoni, donde alienta la
base del teatro moderno y contemporáneo.
Los trajes y la escenografía pertenecen a Lauro Crisman, un clásico, nacido en Trieste, patria de muchas
patrias (también de uno de mis tíos, que siempre contaba que “había sido
primero italiano, luego yugoslavo, luego…”o exactamente al revés) a lo largo
del siglo XX y antes. Crisman se inició en su especialidad en el universo
lírico luego de su paso por la ilustración.
Maxim Mironov compone un Conde de
Almaviva fiable en lo vocal, con un instrumento agradable, bien trabajado,
expresivo y una actuación divertida, justa en el papel de enamorado enfatuado
con la dama. Ya había cantado este rol en La Fenice en 2013 y Mahoma en 2005.
Muy bien el barítono Omar
Montanari en el papel de Bartolo. Ha intervenido en muchas producciones y
colaborado con directores de escena como Cucchi, Livermore, Michieletto y
directores musicales como Muti, entre otros artistas conocidos.
Laura Polverelli, mezzosoprano en el
rol de Rosina, defendió con gracia y denuedo un papel también exigente en lo
vocal y teatral. Como todo puede mejorarse, podría hacerlo, pero la precede y
ancla además una buena técnica y trayectoria, ya que fue alumna en la Accademia
Chigiana de Carlo Bergonzi y Alfredo Kraus, dos leyendas, nada menos.
Al barítono coreano Julian
Kim le toca desplegar el nada fácil personaje de Fígaro, al que incluso el
que no sabe nada de ópera, conoce. Es divertido, parece feliz de cantar y eso
es fundamental. Sus volteretas y gesticulaciones son perfectamente compatibles
con lo que los melómanos fantasean de Figaro, “aquí, y allí, arriba y abajo, el
factotum della città”. Tiene una chorro de voz, afinada, cálida y sugerente,
versátil. Y se adapta bien a la italianità, a pesar de sus orígenes orientales.
Otro barítono, Andrea
Patucelli, es Basilio, tierno, dentro de su torpeza, solvente en la voz,
fluido, envolvente. En cuanto a la soprano Giovanna
Donadini, en el rol de Berta, parece representar una mera acompañante de
las figuras importantes de la noche, pero por momentos brilla con luz propia y
lo hace estupendamente.
Y last but not least, el bajo-barítono Matteo Ferrara, de Padua, interpretando a Fiorello con eficacia y
soltura. Y Umberto Imbrenda,
cuidadoso y bien como “un oficial”. Está claro que esta ópera necesita de
varias cuerdas excelentes, que se coordinen entre sí, además de con la orquesta
y el coro, reducido, que están fantásticos en las direcciones de los maestros Ciampa y Moretti. Excelente el fortepiano de Roberta Ferrari.
Hubo muchos aplausos, incluso en la pausa de la primera parte, más
larga, detalle que no tienen en otros teatros, donde se dosifican los elogios
que se guardan, si acaso, para el final.
Mille grazie, de verdad al Ufficcio Stampa, el departamento de
Prensa del Teatro de La Fenice, por su generosidad y disponibilidad en permitir
que esta cronista acudiera a esta y otra función en días contiguos, acompañada.
Otro regalo raro en estos tiempos, ya que en otras instituciones que
conocen de sobra a sus periodistas de siempre, les piden una y otra vez el
curriculum y/o los medios para los que escriben, al comienzo de cada temporada
o cuando deciden cambiar las normas. Un fastidio redundante. Poco respetuoso y
sobre todo, poco eficaz.
Los italianos son así, más confiados, más entregados. Y esta
cronista, sorprendida, como en los viejos tiempos de holgura y simpatía,
emocionada.
Alicia Perris
Fotos 2, 3 y 4 y webmaster, Julio Serrano
Fotos 2, 3 y 4 y webmaster, Julio Serrano
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