La fotorreportera Gerda Taro con Robert Capa.
Gerda Taro, la fotorreportera alemana de origen judío fue
la primera mujer que retrató desde el frente una guerra, pero quedó eclipsada
durante años por la leyenda de quien fue su compañero: el mítico Robert Capa
ANTONIO LUCAS Madrid
Esta mujer fue un pájaro de fuego. Todo en su
existencia es extremo. Desde el origen hasta el acta de defunción. En 26 años
de vida -nació en 1910, en Sttutgart- no es fácil meter tanta biografía. Ni tan
convulsa. Ni tan confusa. Ni tan febril. Ni tan malograda. Gerta Pohorylle no
es exactamente nadie a quien debamos conocer, pues todo lo apostó a la fuerza
de un seudónimo pactado: Gerda Taro. Entonces sí. Alrededor de esa identidad
dispuesta para la gloria se acumula una historia fabulosa, la de una joven
judía de origen polaco que vivió a toda velocidad con la córnea derecha
encaramada a una cámara de hacer fotos.
Para llegar a saber de Gerda Taro hay que hacer
parada en la penumbra de otro hombre con modales de espectáculo: Robert Capa.
Y, como ella, Capa no era exactamente Capa, sino un húngaro de
bulbo judío inscrito en el registro como Erne Endrö Friedmann. Ambos se
encontraron en París, donde los depositó (como a tantos otros) el empuje del
fascismo en Europa. Ambos eran muy jóvenes. Ambos tenían sed de champán. Juntos
quisieron triunfar. Y en 1936 se cambiaron los nombres para alinearse mejor con
el triunfo. Él le enseñó a ella los trucos del oficio. Ella le enseñó a él a
soplar sin miedo las trompetas del Apocalipsis y a no endurecer los músculos de
la cara cuando las balas silbaban acariciando las sienes.
Danzaron por las redacciones y las agencias de
París intentando desovar sus negativos con una voluntad de hormigón. Y poco a
poco, la firma Capa se convirtió en una rudimentaria factoría que les comenzó a
dar liquidez y cierto prestigio. Las instantáneas de uno y de otro se firmaban
indistintamente como Capa. Gerda Taro era una extensión más del testicular
Robert. Así funcionaron hasta que el espectáculo de una de nuestras
típicas barbaries se les puso a tiro: la Guerra Civil. Gerda había
conseguido su primer carnet de prensa trabajando en Alliance Photo, pero la
escabechina española empezaba a excitar su apetito y en agosto de 1936 se
instala en Barcelona con Capa para documentar el nacimiento de un infierno
nuevo. Ella viaja con su Rolleiflex. Él con su Leica. Envían las imágenes a la
prensa ilustrada de izquierdas. Sus trabajos van tomando cada vez más presencia
en la prensa internacional y Gerda empieza a emanciparse de la firma única de
Capa. La pareja comienza a firmar como Capa & Taro.Así durante un par de
meses más, hasta que la reportera rompe aguas en las páginas de Ce Soir,
publicación de aroma comunista dirigida por el poeta Louis Aragon. Ahí aparecen
ya las primeras imágenes firmadas por ella en solitario, como si la vida fuese
tomando sentido. Pero le quedaba tan sólo un año de vida.
Retratando
España
España olía a sardina de bota y en los descampados
se lamían mutuamente los perros tristes. Gerda Taro, aquel mirlo corajudo,
encontró en este país descoyuntado el mejor caladero para el palangre de su
mirada. Poco a poco se fue distanciando de Capa. Vestida de miliciana, con
alpargatas de suela de esparto anudadas al calcañar, retrató a grupos de
mujeres republicanas practicando técnicas de tiro en la playa de Barcelona. A
los campesinos del frente de Aragón. Las estampidas de ciudadanos en los
alrededores de Córdoba. La batalla de Guadalajara. El Jarama. La resistencia de
Madrid, donde coincidió en el Hotel Florida con Hemingway, que tenía por
costumbre zamparse de tres dentelladas un cochinillo en el restaurante Botín,
aliñado con tres botellas de vino. Impresionantes fueron sus expediciones por
hospitales y orfanatos. O los retratos a los invitados del II Congreso
Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura en Valencia y Madrid.
Allí conoció a Alberti, que la dibujó en 'La arboleda perdida' con un
entusiasmo de camarada en celo. "Tenía el alborozo del peligro, la
sonrisa de la juventud inmortal, dinámica, valiente, tal vez inconsciente, pero
en cualquier caso decidida e irresistible". También andaban por allí
Max Aub; María Teresa León (a la que retrató); José Bergamín, que la bautizó
como "cazadora de luz"; y Antonio Machado.
Sus fotografías estaban cada vez más pegadas a lo
real. En ellas podías oler la pólvora. Su sitio predilecto para el avistamiento
del delirio era el perímetro del fuego cruzado, ajena a los toques de retreta.
Fue la primera reportera que pisó de este modo una guerra.
Gastaba maneras de ardilla urgente en medio de las
bandadas de milicianos que caían con el bozo untado de barro y el cerco negro de la muerte
asomando por el arco de las uñas. Atenta y audaz, captaba al vuelo instantes
decisivos con una cámara convertida en hornacina del desastre mientras se llenaban
de mierda y sangre los frágiles establos de la democracia.
En la revista 'Regards' colocó un reportaje
excelente que le dio poso y nombre. Estaba a un paso de la muerte. Gerda Taro
llegó una tarde de julio de 1937 a Brunete, donde los republicanos eran
perforados por la bendecida metralla nacional. Las batallas eran feroces y
descompensadas. Los muertos se sumaban por centenares al día, principalmente en
el bando rojo. La guerra no era ningún ejercicio de mitología, sino la
máxima expresión del desenfreno psicópático. Y ella estaba ahí, tomando
posición y conciencia con una firmeza inexpugnable, tomando como propio aquel
desastre desde el 6 x 6 de una cámara Rolleiflex.
El 25 de julio, cuando el cansancio y la derrota
empezaban a dejar rastros de espanto amarillo en los ojos de los milicianos,
Gerda Taro guardó el último carrete en el zurrón. Las tropas republicanas se
replegaban y de repente fueron rasgando el cielo aviones enemigos, descargando
una balacera muy loca. En un quiebro, la ardilla subió al estribo del coche del
general Walter (un polaco de las Brigadas Internacionales) al mismo tiempo que
un tanque que iba en el convoy golpeó el automóvil. Gerda cayó en un hondón del
camino sin tiempo para hacerse a un lado. Las cadenas del tanque oruga le pasaron
por encima de la cintura. Llegó viva al Hospital británico de El
Escorial, donde falleció al día siguiente. Tenía 26 años. Días antes dio
una entrevista en la que decía cosas así: "Cuando piensas en toda esa
gente que conocimos y ha muerto en esta ofensiva tienes el sentimiento de que
estar vivo es algo desleal".
Alberti reconoció el cadáver y lo trasladó a
Madrid. Louis Aragon dio la noticia a Capa. El Partido Comunista Francés
recibió el ataúd como se acoge a una heroína. Y una multitud le dio sepultura
en el cementerio parisino de Père-Lachaise, donde están enterrados los grandes
filósofos, los poetas y las estrellas del rock.
Tan sólo un año de reporterismo pudo cumplir Gerda
Taro, pero en ese puñado de fotos dejó el anuncio de lo que pudo haber sido y
no fue. Capa se convirtió en una estrella, como ambos soñaron. Casi una leyenda
que cumplió con ese vértigo purificador de caer en acto de servicio al pisar
una mina en Vietnam.Era 1954. Durante varias décadas recordó a Gerda en las
entrevistas, pero no hizo demasiado por poner el foco en la estela de su obra,
de la obra de los dos, de la escasa y potente obra que ella dejó como un
aullido, como una ráfaga brutal. Como un obús.
http://www.elmundo.es/cultura/2014/10/06/543243b2ca47418e718b456f.html
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