RAÚL DEL
POZO
En este otoño triunfal, una segunda primavera,
donde cada hoja cae como una lámina de oro, el ébola ha llegado a envenenar
nuestros pensamientos y hacernos mirar el aire como a un enemigo.
Primero ha contagiado la política. La epidemia
llegó al Congreso de los Diputados, donde el Gobierno aseguró algo imposible:
todo está controlado. Si no fueron capaces de inspeccionar con garantías el
traslado y agonía del misionero, ¿cómo van a ejercer autoridad sobre las
pulgas, los gatos, los perros, las personas, los profesores y los estudiantes,
los camilleros y los viandantes de Alcorcón y de las Cuatro Torres Business
Area?
Sólo hay que tener miedo al canguelo, pero
díganme ustedes qué puede hacer el Gobierno sino equivocarse. No pueden vigilar
los medios porque sabemos muy bien que para vender periódicos, ahora que se
venden tan mal, nada hay que pueda igualar a la foto en primera de un niño, un
perro o una epidemia. En este caso, sólo falta el niño, que llegará, si es que
no ha llegado ya.
En cuanto a la alarma social, pasará. Los partidos se
culparán unos a otros y descubrirán que sólo impresionan los primeros muertos.
Después, como asegura Albert Camus, la peste siempre coge desprevenidos a los
políticos, pero cuando empiezan a amontonarse los cadáveres no son más que humo
de la imaginación.
No pasará
nada; y si pasa, que pase. Pero el espectáculo es valleinclanesco. Como en las
tragedias grotescas, ha ladrado Cerbero, el perro del infierno, que en Madrid
se llama ‘Excálibur’, y se lo han llevado para sacrificarlo, entre los gritos
de los animalistas. Dana, la perrita de mis vecinos y mía, se ha acurrucado
esta mañana en mi regazo con ojos asustados, han ladrado todos los perros de mi
barrio y les han contestado los de caza, los de los ciegos, el de Las Meninas y
hasta el perro salchicha Lump, de Picasso, que era el único que podía acostarse
en su cama. También se han acojonado los vagabundos que duermen entre papeles y
que no han amado nunca a nadie como a su cachorro y también los gatos y, por
supuesto, las palomas y los alimoches.
En Alcorcón ha
estallado un brote de anarquismo verde y perrero para impedir que se llevaran
al sacrificio a Excálibur. Gritaban que la peste la transmiten las ratas, no
los perros. Arturo Pérez-Reverte ha sacado un tuit como una navaja: «Propongo
poner el perro en observación y sacrificar a Ana Mato. No hay color». En las
redes, el grito es: Habrá que matar a las aves migratorias, a los de las
pateras y a todos los perros de Alcorcón y de Madrid.
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