viernes, 10 de octubre de 2014

ÉBOLA: LADRA CERBERO

RAÚL DEL POZO
En este otoño triunfal, una segunda primavera, donde cada hoja cae como una lámina de oro, el ébola ha llegado a envenenar nuestros pensamientos y hacernos mirar el aire como a un enemigo.
Primero ha contagiado la política. La epidemia llegó al Congreso de los Diputados, donde el Gobierno aseguró algo imposible: todo está controlado. Si no fueron capaces de inspeccionar con garantías el traslado y agonía del misionero, ¿cómo van a ejercer autoridad sobre las pulgas, los gatos, los perros, las personas, los profesores y los estudiantes, los camilleros y los viandantes de Alcorcón y de las Cuatro Torres Business Area?
Sólo hay que tener miedo al canguelo, pero díganme ustedes qué puede hacer el Gobierno sino equivocarse. No pueden vigilar los medios porque sabemos muy bien que para vender periódicos, ahora que se venden tan mal, nada hay que pueda igualar a la foto en primera de un niño, un perro o una epidemia. En este caso, sólo falta el niño, que llegará, si es que no ha llegado ya.
En cuanto a la alarma social, pasará. Los partidos se culparán unos a otros y descubrirán que sólo impresionan los primeros muertos. Después, como asegura Albert Camus, la peste siempre coge desprevenidos a los políticos, pero cuando empiezan a amontonarse los cadáveres no son más que humo de la imaginación.
No pasará nada; y si pasa, que pase. Pero el espectáculo es valleinclanesco. Como en las tragedias grotescas, ha ladrado Cerbero, el perro del infierno, que en Madrid se llama ‘Excálibur’, y se lo han llevado para sacrificarlo, entre los gritos de los animalistas. Dana, la perrita de mis vecinos y mía, se ha acurrucado esta mañana en mi regazo con ojos asustados, han ladrado todos los perros de mi barrio y les han contestado los de caza, los de los ciegos, el de Las Meninas y hasta el perro salchicha Lump, de Picasso, que era el único que podía acostarse en su cama. También se han acojonado los vagabundos que duermen entre papeles y que no han amado nunca a nadie como a su cachorro y también los gatos y, por supuesto, las palomas y los alimoches.

En Alcorcón ha estallado un brote de anarquismo verde y perrero para impedir que se llevaran al sacrificio a Excálibur. Gritaban que la peste la transmiten las ratas, no los perros. Arturo Pérez-Reverte ha sacado un tuit como una navaja: «Propongo poner el perro en observación y sacrificar a Ana Mato. No hay color». En las redes, el grito es: Habrá que matar a las aves migratorias, a los de las pateras y a todos los perros de Alcorcón y de Madrid.

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