Hay que hablar más de los poetas y menos de los políticos. Serafín Quero,
catedrático en la Universidad de Dresde, enseña a las alemanas el castellano
con las obras de Cela, del que fue amigo y discípulo. Ha venido a Madrid para
presentar su libro El champán en la Fundación Ortega-Marañón. Cuando le
pregunto sobre la política alemana, me habla de Hölderlin, el bello loco que
demostró que no hay noticia que supere a un poema.
Nació entre el Neckar y el Rin, donde no hay colina que no tenga una viña.
A pesar del rechazo a los políticos, le pregunto al profesor si los alemanes
han mejorado su opinión sobre los mediterráneos de la siesta y el cante; quizás
ya no nos consideren gandumbas, ya que hacemos lo que nos mandan. Contesta:
«Nos siguen mirando por encima del hombro, a los griegos, a los italianos, a
los españoles. Pasó aquel tiempo de fascinación por el Sur, cuando creían los
poetas como Hölderlin o los filósofos como Marx que el buen gusto y la
democracia nacieron en el Mediterráneo».
Aquellos alemanes que ofrecieron trabajo a nuestros emigrantes y dieron
marcos para edificar nuestra democracia ya no son los mismos. La rubia que
tanto gustaba a los aldeanos de Peralejo se ha endurecido. Hemos visto imágenes
en los campos de refugiados donde les pisan el cuello, les obligan a revolcarse
en sus vómitos.
Angela Merkel, hada -madrina o madrastra de Europa- ha declarado que
encuentra repulsivas las imágenes, y que Alemania respetará los derechos
humanos. Pero Alemania está obsesionada, como escribió Goethe, con el frufrú
del papel moneda y la inflación de las deudas para pagar otras deudas.
Se van muchos jóvenes de España, arquitectos para cuidar ancianos. Aprenden
desesperadamente alemán, a pesar de que, como me explicaba Monedero, ésa es una
lengua muy difícil, aunque merezca la pena para entender la brevedad de la puta
vida. «Las delicias -escribe el poeta- de este mundo ya he gozado. Los días de
mi juventud se desvanecieron». Me estremecen los poemas de la locura de
Hölderlin. Al final, el teólogo -de familia de pastores como la señora Merkel-
se olvidó de su nombre, pero no se olvidó de la luz de la nieve y de las
flores, ni de la palidez de los días de otoño. «Al hogar regreso, pleno / en
busca del dorado vino». Acabó zumbado, los niños se burlaban de él porque se
comía la carne dulce de las rosas. Permaneció loco de remate 37 años en casa de
un ebanista que había leído Hiperión, observando los alegres viñedos ebrios,
cargados de racimos de púrpura.
http://www.elmundo.es/opinion/2014/09/30/542b0713268e3e6d3b8b456e.html
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