Eclipsando a París y Londres. Y
encargó el proyecto a Albert Speer, que elaboró los planos y maquetas que
inmortalizarían al Tercer Reich. La capital alemana acoge una gran exposición
inédita sobre la megalomanía frustrada del Führer.
ROSALÍA SÁNCHEZ Berlín
"Hitler
detestaba Berlín. No era Viena, ni era París, sino una ciudad llena de
monstruos vanguardistas construidos por Bruno Taut, Erich Mendelsohn y Walter
Gropius", explica Peter Adam, uno de los primeros estudiosos del arte
del Tercer Reich. Y lo cierto es que Hitler se identificaba más bien con la
ciudad medieval de Nuremberg y, por su puesto, con el neoclasicismo de Múnich,
ciudad destinada en sus planes a consolidarse como la capital del movimiento
nacionalsocialista y para la que, en 1927, ya tenía bocetos de proyectos arquitectónicos
que mostró con orgullo a Otto Strasser.
Su desapego afectivo por las orillas del Spree era
notorio y si decidió transformarlas por completo no fue por un deseo personal,
como podría deducirse de las fotografías en las que se le ve maquinando en
torno a la maqueta de Germania cual niño estrenando juguete,
sino más bien por un malentendido sentido de "responsabilidad
histórica". "Si Berlín sufriera el mismo destino que Roma, las
generaciones futuras no verían más que grandes almacenes judíos y cadenas
hoteleras como monumentos característicos de nuestra civilización actual",
se quejó en 'Mein Kampf'.
Dispuesto a poner remedio, en 1933 escribió una
lista de edificios que deberían ser construidos en Berlín, comenzando por un
estadio olímpico gigantesco y el diseño de enormes avenidas axiales,
flanqueadas por edificios del partido y apropiadas para los desfiles
triunfales. En 1934 habló por primera vez de un gigantesco arco del triunfo y
de una sala de congresos capaz de albergar a 180.000 personas. Aquel mismo año
dio comienzo la construcción del aeropuerto de Tempelhof, obra de
Ernst Sagebiel, una estructura ciclópea con más de 2.000 salas cuyas obras
duraron solamente ocho meses. Sus hangares, derroche de la última tecnología
del momento, sus relieves evocando a héroes militares del pasado y su fachada
carente de decoración alguna fueron la pura expresión del espíritu castrense,
disciplinado y de aire indestructible de la Luftwafe.
Germania, año cero IGNACIO ARBALEJO
El dinero no era un problema. En 1934 presupuestó
28 millones de marcos del Reich para la ampliación del estadio olímpico de
Grünewald, encargado a Werner March y con capacidad para 100.000 personas. A
quienes se quejaban de los excesivos gastos de un proyecto que terminó costando
77 millones, les tapaba la boca recordando que los Juegos Olímpicos de
1936 aportarían beneficios de 500 millones. Eso sí, cuando se presentó
en el estudio de March y vio la maqueta de una estructura de cemento con
tabiques de cristal, montó en cólera y amenazó con cancelar los juegos. Él
quería piedra, simetría absoluta y espacios despejados en los que los
espectadores se sintiesen dentro de una institución poderosa y milenaria.
Personalmente decidió decorarlo con esculturas de Breker que sufragaría el
fabricante de cigarrillos Reemtsma, como director de escena de la obra a la que
daría vida después la cámara de Leni Riefenstahl y que
sentaría las bases de un culto a la fortaleza y a la perfección corporal del
que apenas logramos escapar aún hoy en día.
Speer, el
arquitecto
Pero la Germania de Hitler no pudo desarrollarse
en toda su magnitud hasta que el megalómano Führer estableció una simbiosis
psicológica y estética con la particular personalidad de Albert Speer.
El 30 de enero de 1937 dejó la reforma de Berlín en manos de un arquitecto de
32 años que se convertiría en una de las figuras culturales más poderosas de
Alemania.
Speer era el segundo de tres hermanos varones y
creció sintiéndose ignorado tanto por su madre como por su padre. Nieto de Hermann
Hommel, un rico comerciante de herramientas, e hijo de arquitectos,
disfrutó de una situación económica desahogada especialmente valiosa en la
Alemania de los años 20. Desarrolló un carácter reservado y psicosomático, una
importante capacidad intelectual y una marcada apariencia de aplomo personal,
lo cual, unido a su fuerte contextura física, muy cultivada con su afición al
remo, le permitía a menudo imponerse con su sola presencia. Quiso ser
matemático, asignatura en la que destacaba sobremanera en sus estudios, pero
quizá en un último intento de agradar a su indolente padre, comenzó
Arquitectura en Karlsruhe, para después trasladarse sucesivamente a Múnich y
Berlín.
Fue alumno de Heinrich Tessenow en la Escuela
Técnica Superior de Berlín-Charlottenburg, llegando a ser su ayudante de
cátedra. Entre sus escasas amistades estuvo la de Raphael Geis,
arquitecto judíoque se convertiría en apasionado líder antinazi. Su carrera
profesional anclaba desesperadamente en dique seco cuando fue reclutado porGoebbels para
reformar la sede de su Ministerio y su nueva residencia, tras apoyar como voluntario
la campaña electoral. Cuando consultó sus proyectos a su viejo profesor
Tessenow, Speer recuerda en sus memorias que le dijo: "¿Cree usted que ha
creado algo? Causa efecto, eso es todo".
Entre la cúpula nazi, sin embargo, sus diseños
causaron sensación y en 1933 ya anota que había "empezado a darme cuenta
de lo que en el régimen de Hitler significaba la palabra mágica
arquitectura". Hitler, siempre distante y hierático, se mostraba sin
embargo cercano y distendido cada mediodía, cuando visitaba las obras de la
nueva Cancillería. "¿Viene usted a comer hoy?", fue la pregunta
informal con la que el Führer abrió la puerta a una relación personal que
cristalizaría en la maqueta que ahora expone en Berlín la asociación Unterwelten.
"Si Hitler hubiera tenido amigos, yo hubiera
sido uno de ellos. Le debo tanto los entusiasmos y la gloria de mi juventud como el horror y
la culpa que vinieron después", confesaba Speer ante el tribunal de
Nuremberg. Y seguramente Hitler se dejó fascinar por todo lo que Speer tuvo y
él hubiera deseado tener, empezando por la idílica infancia rodeado de mimos y
sirvientes de la alta burguesía alemana y siguiendo por su exquisita formación
como matemático y arquitecto, antes de lanzarse a elevar su proyección a la
enésima potencia a imagen y semejanza de la grandeza que proyectaba para el
Tercer Reich. "Muchas veces me he preguntado si proyectó en mí su
frustrado sueño juvenil de convertirse en arquitecto", reconoce Speer en
sus memorias.
El 20 de abril de 1937, como regalo de cumpleaños,
Speer le presentó sus proyectos con la dedicatoria: "Basados en las ideas
del Führer", junto a maquetas iluminadas de tres metros de altura que
fueron instaladas en los jardines de la Cancillería. Un año después se inauguró
el primer tramo de la Gran Avenida, con sus 400 farolas, destinado
a conducir a un parlamento de 1.200 escaños y a un arco del triunfo de 99
metros de altura y 87 de anchura, en el que se grabarían los nombres de todos
los caídos en la II Guerra Mundial. Se proyectaron unas obras de 20 años y
Goebbels escribió en su diario: "Es el programa edificador más grandioso
de todos los tiempos...Hitler nos lleva 100 años de ventaja".
Un proyecto
oculto por la vergüenza
Los planos y maquetas permanecieron durante
décadas vetados en la esfera pública alemana, donde cualquier diseño que
inspire la apología del nazismo sigue siendo delito. Fueron desempolvados en
2004 para el rodaje de la película 'Der Untergang' ('El hundimiento') de Oliver
Hirschbiegel, y expuestos por primera vez por Berlin Unterwelten en 2008.
La excusa para volver a presentarlos ahora es una revisión sobre las
consecuencias reales de aquellos diseños que nunca llegaron a materializarse,
pero en cuyos preparativos se llevaron a cabo numerosas expropiaciones,
demoliciones y se utilizaron esclavos judíos como mano de obra. "La
exposición no trata sobre Germania como el hobby de un dictador", dice el
comisario de la misma, Gernot Schaulinski, en los espacios muertos subterráneos
de la estación de metro de Gesundbrunnen, donde puede visitarse la muestra
'Mythos Germania-Vision und Verbrechen' hasta el 30 de noviembre, "sino de
la ideología sobre la que se sostiene el proyecto y de aquellos que lo
sufrieron".
Un mapa gigante detalla los planes para levantar
un espléndido bulevar de siete kilómetros de largo y 120 metros de ancho, al
final del cual se ubicaba el Gran Hall de 320 metros de altura que
empequeñecería el vecino Reichstag. Con una galería de tres pisos y un cerco de
cien pilastras, decorada con un águila dorada con la cruz gamada entre sus
garras de 14 metros de altura y coronado por una lámpara de cristal de 40
metros, estaría cubierto por techo de cobre verde con una apertura en la parte
más alta, inspirado en el Panteón romano y estaría dispuesto sobre el espacio
que ocupa hoy la Cancillería en la que trabaja Angela Merkel.
Un distrito entero fue destruido para abrir el
espacio necesario. Incluso los familiares de personas enterradas en cementerios
que estorbaban en los planos tuvieron que volverlos a enterrar en otros lugares.
Speer ordenó personalmente los desalojos en las zonas demolidas. Los
residentes "arios" fueron trasladados a 24.000 apartamentos ocupados
anteriormente por judíos de Berlín mientras que los judíos eran
directamente deportados. Speer y el comandante militar de las SS Heinrich
Himmler, según muestra esta exposición, acordaron utilizar presos de los
campos de concentración como mano de obra. Las SS levantaron la mayor planta de
ladrillos del mundo en Oranienburg, un campo cerca de Berlín donde muchos presos
fueron asesinados o murieron extenuados por las duras condiciones de trabajos
forzados.
Pero, además de la eterna cuestión de la culpa, la
maqueta de Germania impulsa a una renovada reflexión sobre el papel político de
la arquitectura como expresión de poder y elemento de la manipulación de las
masas, así como sobre la relación que Berlín mantiene con su propia
arquitectura, tanto tradicionalmente como en la actualidad. El traslado de la
capital alemana desde Bonn a Berlín, en 2000, propició que cualquier arquitecto
con nombre propio hiciese lo posible por firmar un proyecto en esta ciudad en
los albores del siglo XXI. Un viaje en dirección este en los trenes urbanos
abiertos de las líneas S5 y S7, a lo largo del nuevo barrio gubernamental
berlinés, proporciona una impresionante perspectiva de las dimensiones que
cobran ya los edificios anexos al Parlamento y a la Cancillería. La reforma del
Reichstag de Norman Foster, la nueva estación central Hauptbahnhof
de Meinhard von Gerkan, el Museo Judío de Daniel Libeskind,
la sede de DZ Bank de Frank O. Gehry... y en torno a la Potsdamer
Platz los trabajos de Heinz Hilmer y Christoph Sattler, Renzo Piano y Christoph
Kohlbecker, Richard Rogers y Arata Isozaki, inlcuidos el Sony Center de Helmut
Jahn y el Beisheim Center en Lenné-Dreieck... incluso la reconstrucción en
marcha del palacio imperial frente al Lustgarten, componen en mosaico una
Germania alternativa que Hitler jamás hubiera planificado, pero que es ya una
realidad y que rebosa magnificencia arquitectónica.
Curiosamente, la etiqueta Germania, que tantas
susceptibilidades despierta, apareció por primera vez en la solapa de 'Erinnerungen',
las memorias escritas por Speer (1905 -1981) en la cárcel de Spandau, donde
cumplió una pena a 25 años dictada en los procesos de Nuremberg. "Debió de
ser idea de algún redactor de la editorial y así acabó adoptándolo el propio
arquitecto y quedó para la historia, pero no consta que Hitler se refiriese con
ese nombre al proyecto", desvela Dietmar Arnold, director de Berliner
Unterwelten, él siempre habló de los planos para la "capital del
Reich".
http://www.elmundo.es/cultura/2014/10/08/54344fc5e2704e1f5b8b456e.html
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