Su papel en 'Relatos salvajes', le
convierte en la imagen exacta de cualquier ciudadano cabreado hoy
LUIS MARTÍNEZ San Sebastián
No es tanto lo que habla, que también, como lo que
dice. El matiz importa. Delante de Ricardo Darín (Buenos
Aires, 1957) es importante mantenerse firme y resistirse a la cómoda tentación
de simplemente escuchar atento. Cuesta encajar una pregunta mientras el actor
describe con puntualidad, energía y gesto decidido la mecánica del mundo
entero, todo él. Pero hay que hacerlo. Aunque sólo sea por justificar el
sueldo. Su papel en la película de episodios (seis para ser precisos) 'Relatos
salvajes', de Damián Szifrón y que se estrena este viernes, hace de él un
hombre cargado de razón y, por ello, perfectamente cabreado. Es el signo de los
tiempos de crisis que vivimos. Tan es así que explota, en el más literal de los
sentidos.
«A todos nos duelen cosas similares», dice para
justificar quizá el éxito de una película que desde su presentación en mayo
pasado no ha parado de crecer. Se habla de lo que ocurre en Argentina y, en
realidad, duele, irrita y divierte (todo en uno) como si sucediera justo al
lado. Da lo mismo que sea en Cannes (donde apareció por
primera vez en la sección a competición) que aquí mismo. La cruel sinceridad
salvaje de cada fotograma es siempre la misma. «No sé si nos reímos de lo
mismo, pero sí nos quejamos de las mismas cosas. Las angustias nunca escapan a
un factor común. Todos queremos ser felices. Y ése es el problema. Si nos
fijamos, son muy pocos los que se dedican en la vida a lo que soñaron de niños.
Partimos ya de una insatisfacción de origen que es quizá lo que nos hace ser lo
que somos. A todos».
-¿Y cuál es la raíz de la insatisfacción de
Ricardo Darín?
-No sé. Lo que sí sé es que yo no quería ser
actor. Me crié entre actores y todos mis sueños de infancia consistieron en ser
algo diferente a lo que veía todos los días en casa. Psiquiatra, aviador,
veterinario... Actor ya lo era y, por tanto, quería ser otra cosa.
No pudo ser. El que habla es ya parte de la retina
de más de una generación. Privilegios de empezar con 10 años sobre las tablas.
Aquí, en España, fue 'Nueve reinas', la película que ofició de
presentación. Luego llegarían 'El hijo de la novia', 'Kamchatka', 'El
secreto de sus ojos', 'Carancho'... Y así hasta completar la extraña,
cálida y locuaz geografía del planeta Darín. «Tengo la edad suficiente para
saber de qué va esto. Pero soy hijo de actores, de dos buenos actores, que no
tuvieron ni la milésima parte de la suerte que yo he tenido; razón por la cual
no me siento habilitado ni autorizado a considerarme una cosa especial. El día
que empiezas a creerte algo de lo que te dicen alrededor tuyo estás frito. Un
día va a dejar de sonar el teléfono y no importará todo lo que pasó antes.
Soy un privilegiado y encima me abrazan por la calle. Si me miro al
espejo y me creo que soy Ricardo Darín, soy imbécil. Eso no soy yo, yo soy
un tipo tranquilo, agradecido... Y nunca olvido lo que les pasó a mis viejos,
que siempre lucharon y nunca tuvieron una estabilidad económica. Yo divido mi
suerte por dos, por tres o por cuatro». Irrefutable.
Siempre es fácil ponerse del lado de Darín, pero
en esta película más. Da vida a un hombre que hace estallar bombas porque no
está de acuerdo con una o dos multas de estacionamiento... «Mi
personaje», se explica, «se moja pero no se 'enchastra'. Es decir, mete los
pies en el lodo, pero puede salir de él. Por ello es fácil identificarse
con él; el que patea el tablero, lógicamente, se lleva a la audiencia con él.
Explotar es liberarse. Pero es ficción, cuidado». Y en la prevención del final
da pie a la amenaza de, tal vez, una duda...
-¿Es la violencia, aunque sea en un solo caso
extremo, la solución?
-No, cuidado, yo no haría jamás lo que hace mi personaje.
Nunca me atrevería a correr el riesgo de que alguien que no tiene nada que ver
con mi problema termine siendo damnificado. Soy demasiado previsor. Los que se
atreven a una cosa así son valientes, con una valentía muy discutible, pero
valentía al fin. Son arriesgados. No está en mi composición cromosómica. No
creo que la forma de ajusticiar a los malos sea ser más malos que ellos. Aunque
forme parte de una fantasía popular. La violencia no corrige la
violencia, la alimenta.
Y dicho lo cual, toma aire, se toma un segundo y,
en el mismo segundo, se desdice: «Sí, también es cierto que la Historia, para
que no tenga razón ahora, nos demuestra que los grandes cambios se han dado
lamentablemente por el lado de la sangre. Estamos parados sobre una civilización
que se ha construido sobre ríos de dolor... Todo es muy complicado».
-La película es una comedia, pero, a su modo,
plantea alternativas (radicales, divertidas o grotescas) a lo que nos pasa
¿Puede el cine o el arte cambiar algo?
-Yo estoy desencantado con el devenir de la
Humanidad. Pero como no soy optimista trato de ser positivo. Procuro no
intoxicar demasiado a la gente que me rodea. Digamos que el cine, en parte, es
un laboratorio para ensayar soluciones. Toda manifestación artística que me
abre una ventana de conocimiento o me sensibiliza en alguna dirección, para mí,
es una gloria. En eso, sí creo. Los bebés no nacen malos. El contexto nos hace
malos. No sé si me explico.
Perfectamente, quizá.
http://www.elmundo.es/cultura/2014/10/15/543d9dfdca4741081c8b4588.html
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