jueves, 26 de enero de 2017

GERGIEV ."MIENTRAS OTROS GUARDABAN SILENCIO, YO LLEVÉ LA MÚSICA A PALMIRA"




Gergiev, de gira por España, dirige hoy a la Orquesta del Mariinsky en el Auditorio Nacional.

BENJAMÍN G. ROSADO

Valery Gergiev (Moscú, 1953) encarna la paradoja del intérprete en su doble faceta de director de orquesta y embajador cultural en alianza con Putin. Asegura el maestro que "no existen verdades absolutas en la música ni en la vida" y reniega de la instrumentalización política de la batuta, a pesar de que su intervención en Siria, dirigiendo a las huestes del Mariinsky sobre las ruinas de Palmira, acaparó titulares y críticas, no precisamente musicales, en las primeras páginas de los periódicos.

Atienda Gergiev la llamada de EL MUNDO con motivo de la gira de conciertos que ofrece estos días en varias ciudades españolas al frente de la Orquesta del Teatro Mariinsky. El Auditorio Nacional recibirá mañana al director para celebrar el quinto aniversario de La Filarmónica con un programa a mayor gloria del repertorio ruso (Rimsky-Korsakov, Rachmaninov, Liádov) que servirá de debut en Madrid al pianista Sergei Redkin.

El centenario de la Revolución Rusa, ¿es una fecha para celebrar?

La historia debe leerse y puede interpretarse, pero no hay forma de reescribirla. La Revolución Rusa fue un período dramático y triste en muchos sentidos, pero no es menos cierto que el cataclismo que produjo dio aliento a artistas de todos los campos. Stravinsky optó por el exilio en Occidente, pero luego volvió y siguió componiendo. Lo mismo ocurrió con Prokófiev, que murió casualmente el mismo día que Stalin.



¿Qué obras musicales reflejan mejor las angustias de aquel periodo?

Necesitaría tres entrevistas para contestar a su pregunta. Pensemos, por ejemplo, en las Sinfonías nº 11 y 12 de Shostakóvich. La primera la compuso en 1957 y en ella evoca la masacre causada por las tropas del zar durante el Domingo Sangriento de 1905. Es muy descriptiva, casi cinematográfica: gente corriendo cautivada por las palabras de los nuevos líderes, que se han levantado contra los zares. La segunda la compuso en 1961 como homenaje a Lenin, pero su trasfondo es más filosófico. De alguna manera se da cuenta de que, más allá de los ideales, la Revolución provocó muerte y destrucción.

¿Se arrepiente de no haber conocido a Shostakóvich durante sus días como estudiante en el Conservatorio de San Petersburgo?

Entonces era demasiado joven y tímido. Fui amigo de su hijo, Maxim, que llegó a ser un gran pianista y director. Pero jamás me atreví a pedir audiencia...

¿Qué le habría dicho?

Le habría dado las gracias por hacer mi vida más interesante.

¿Qué cree que habría pensado Shostakóvich al escuchar en Palmira su Séptima sinfonía, sobre la resistencia de San Petersburgo al asedio nazi?

Habría entendido que nuestro concierto era una reivindicación de la cultura como Patrimonio de la Humanidad. Lo que le voy a decir no le va a gustar, porque en Occidente se ha manipulado y desvirtuado hasta el extremo la imagen de Putin. Quizá convenga recordar que la guerra de Siria es consecuencia directa de la estulticia política de Estados Unidos y la Unión Europa tras el horror de Afganistán e Irak. No defiendo a Bashar al-Ásad y puede que Putin haya cometido errores, no lo niego, pero si mi concierto causó malestar en Occidente fue porque mientras otros guardaban silencio nosotros llevamos la música a un país arrasado por la guerra.

Como guardián de las esencias del repertorio ruso, ¿le preocupa la brecha generacional, la ruptura con la tradición?

Me preocupa, por supuesto, pero sobre todo me ocupa. Entiendo la tradición como un vínculo a través del tiempo y la memoria que nos permite conectar con las emociones de la gente. En mis 28 años dedicados al Teatro Mariinsky he abarcado casi 300 años de historia musical y he tratado de abrir camino con nuevas partituras. De los más de 200 conciertos que dirigí el año pasado, me siento especialmente orgulloso de las sesiones de Pedro y el lobo, porque estaban dirigidas a niños. La tradición no es tener respuesta para todo, sino seguir haciéndose preguntas, no dejar nunca de aprender.

¿Y qué fue lo último que aprendió?

Tchaikovsky. He descubierto una belleza profunda en sus Sinfonías nº 4 y 5 que me ha hecho dirigirlas de manera diferente en los últimos años.

http://www.elmundo.es/cultura/2017/01/26/5888d9c846163fc1538b463e.html

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