El
presidente egipcio reabre el museo , tres años después de que un coche bomba
destruyó el edificio.MOHAMED EL-SHAHEDAFP
Reabre la mayor colección de arte islámico del planeta, arrasada en 2014
por un coche bomba.
FRANCISCO CARRIÓN. El
Cairo
El 24 de enero de 2014 un coche bomba, plantado
junto a la fortificada comisaría del centro de El Cairo, redujo a escombros las
estancias del Museo de Arte Islámico. Su catálogo, un fascinante viaje
por la Historia desde los confines de Irán hasta el sur de España, tiritó bajo
la dinamita. "Sucedió a tan solo 30 metros de la entrada del museo. Fue
una catástrofe. Más del 10% de los 1.500 objetos que se exhibían quedó hecho
trizas», relata a EL MUNDO Ahmed al Shoki, director de una institución que ha
renacido de sus cenizas. Tres años después del atentado que arrancó el portón
de acceso y malhirió su colección, el
régimen egipcio inauguró ayer el centro transfigurado en icono del triunfo
sobre los bárbaros que actúan en nombre del credo de Mahoma. «Esta
inauguración encarna la victoria de Egipto sobre el terrorismo y su capacidad y
voluntad de reparar lo que el terror dañó y enfrentarse a los intentos de
destruir su patrimonio», declaró el ministro de Antigüedades Jaled al Ananidurante la ceremonia.
Establecido por orden del jedive Ismael en 1880, el museo alberga la mayor colección de arte islámico del planeta.
«Cubre todas las áreas por las que se expandió el islam, desde China hasta
España», presume Al Shoki, que ha dirigido desde el ataque la titánica tarea de
curar el recinto. «Ha sido una labor agotadora. Los restauradores trabajaron
sin descanso», admite. Entre las alhajas rescatadas del naufragio, figura un
mihrab de madera (nicho que en las mezquitas indica la dirección hacia La Meca)
perteneciente a Sayeda Ruqaya, una de las descendientes del profeta. «Es una
obra maestra de época fatimí que quedó completamente destrozada. Los
conservadores extranjeros reconocen que es un trabajo sobresaliente», se jacta
Al Shoki. Una sentencia que
secunda Hamdi Abdelmenen, responsable del departamento de restauración, mientras
deambula por las remozadas estancias del centro. «Son 180 piezas las que
resultaron dañadas. Todas han sido recuperadas salvo una decena de objetos de
vidrio que se hallan en muy mal estado. No nos damos por vencidos y estamos
tratando de rescatarlos», desliza el experto.
Para levantar acta de un esfuerzo que alimenta el orgullo patrio, una
etiqueta roja identifica aquellas vitrinas en las que lucen los objetos que
desfilaron por quirófano. Reabierto desde hoy al público, quienes peregrinen
hasta su interior podrán contemplar sellos y objetos para medir la distancia y
el tiempo; alfombras; armas; juguetes infantiles; una breve muestra del arte
funerario; una cotizada colección de instrumentos de astronomía, química y
cirugía usados durante el medievo en el mundo musulmán y joyas como una vasija
de bronce de la época del califa Maruán Ibn Mohamed (744-750 d.C.), un Corán de la época de los Omeyas escrito
sobre una piel de gacela y el dinar de oro más antiguo descubierto hasta la
fecha (696 d.C.).
La misión de recomponer el puzle y remendar las entrañas del museo ha
contado con una larga retahíla de mecenas. Emiratos Árabes Unidos, que hace una
década levantó a golpe de petrodólares su propio Museo de la Civilización
Islámica, desembolsó 50 millones
de libras egipcias (unos 5 millones de euros al cambio de entonces). La
Unesco aportó 100.000 dólares (unos 95.000 euros) para restaurar los
laboratorios de la institución mientras que Italia donó 800.000 euros empleados
en adquirir las nuevas vitrinas y formar al equipo de conservadores. EEUU y
Suiza corrieron con los gastos de rehabilitar la fachada de un edificio
inaugurado en 1903 y emplazado en las inmediaciones de la plaza de Bab el Jalk,
a las puertas del barrio islámico en cuyo laberinto de callejuelas estrechas y
tortuosas, entre mezquitas y bellos inmuebles medievales, Naguib Mahfuz situó sus historias.
http://www.elmundo.es/cultura/2017/01/20/58811fb8268e3e24558b4787.html
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