sábado, 28 de enero de 2017

VALERY GERGIEV DIRIGE EN EL AUDITORIO NACIONAL DE MADRID A LA ORQUESTA SINFÓNICA DEL TEATRO MARIINSKY EN EL 5TO ANIVERSARIO DE LA FILARMÓNICA SOCIEDAD DE CONCIERTOS



 Rimsky-Korsakov, Liadov, Rachmaninov. Auditorio Nacional de Madrid. 26 de enero, 2017. 
Solista: Sergei Redkin, piano. Orquesta: Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky Director: Valery Gergiev. Sala Sinfónica
Ciclo: La Filarmónica. Organizador: La Filarmónica Sociedad de Conciertos

Programa

N. Rimski-Kórsakov (1844- 1908): El cuento del zar Saltán
S. Rachmaninov (1873-1943) : Rapsodia sobre un tema de Paganini, Op. 43
A. Liadov (1855-1914) : El lago encantado, Op. 62
S. Rachmaninov: Danzas sinfónicas, Op. 45

La Filarmónica Sociedad de conciertos, en su quinto aniversario, convoca nuevamente a la Orquesta del Teatro Mariinsky de San Petersburgo, con artistas de referencia que han vivido el desarrollo del proyecto consolidado de estos amantes de la música clásica desde sus inicios.
Precioso, sugerente programa que el director de la formación rusa plasma como posiblemente solo él sepa o pueda hacerlo. Este repertorio tan especial se convierte en sus manos, que siempre dialogan con un cuerpo entregado a la catedral sonora que fabrica con sus músicos, en una joya rara. Un cofre antiguo lleno de cajitas chinas que se van abriendo y cerrando.


Perfecta coherencia en unos compositores que tal vez, no hayan sido lo suficientemente escuchados y tocados en las salas importantes de Occidente. Verdaderos canales de comunicación de la antigua madre Rusia, que trasfunde su esencia de una manera en verdad visual, aunque no siempre se trate de la interpretación de música programática.
Y así, por las partituras desarrolladas por una orquesta en estado de gracia completamente entregada a un maestro que la ama pero la disciplina con rigor, discurre lo mejor y más oceánico de la tradición de la zarina alemana Catalina y Pedro el grande, del Museo del Hermitage y las cúpulas de cebolla, el trineo con que el Doctor Zhivago, se abría paso con Lara camino de Peredélkino.
Escuchar estas obras es retrotraerse a Ana Karénina o a los personajes de Guerra y Paz, a todo lo que rescatamos siempre para el inconsciente colectivo de la cultura rusa, compleja, paradójica, secular y grandiosa, ávida de espacio y de tiempo.
Sutil, elegante pero sin hacer concesiones con una batuta en miniatura, por llamarla de alguna manera, el maestro Gergiev, acatarrado, aunque no se note, expolea a sus intérpretes con onomatopeyas, chasquidos de la lengua, exclamaciones, que se distinguen porque esta vez La Filarmónica me obsequió con una tercera fila del patio de butacas maravillosa, pero que empastan a la perfección sin distorsionar, con los tutti de la orquesta.
Monumental desarrollo de Rimsky-Korsakov en la Suite de El cuento del Zar Saltán op. 57, la décima de las quince óperas del compositor, compuesta para conmemorar el centenario del nacimiento de Alexander Pushkin, basado en un relato homónimo de este escritor.
La Rapsodia sobre un tema de Paganini en la menor, op. 43, hace referencia al último de sus 24 Caprichos para violín solo op. 1, que ya había inspirado a compositores como Lutolawski modernamente, o antes, a Brahms y a Liszt.


La comunión que se establece entre el joven pianista Sergei Redkin y la orquesta, es inefable. Muy difícil técnicamente esta obra para un músico, aunque esté bien fogueado en el fraseo, la expresividad y una agilidad que en nada merma la comunicación de las emociones y los sentimientos. Valery Gergiev no resultó un maestro que cuida de sus discípulos aventajados y se limitó a estar pendiente sin cobijar de forma paternalista al pianista, que se bastó solo para cosechar un sinnúmero de aplausos. Y hubo propina, la Vocalise op. 34 nº 14 también de Rachmaninov. Un hallazgo, de verdad.
El Lago encantado de Anatoli Liadov en re bemol mayor, op. 62 (1909) nos transportó efectivamente a territorios acuáticos, oníricos, con un encuadre delicado digno de los impresionistas y un descubrimiento para algunos.
La Danzas Sinfónicas de Rachmaninov op. 45 (1940) pusieron fin a la parte anunciada del concierto. Más cascadas de sonidos, de intensidades, de contención apasionada. Momentos suspendidos en un tiempo irreal donde la sala se convierte en un vibrante navío de sonidos.
Gergiev respira con fuerza, gesticula, mueve sus manos expresivas, da taconazos casi castrenses, enfundado en su traje de etiqueta, imprime su fuerza titánica a una orquesta amplia que suena como un inmenso campanario ancestral  y la velada se funde en bravos mientras se clausura definitivamente con el final de El pájaro de fuego de Stravinsky. Este hombre es una fuerza desata de la naturaleza que comparte su don.



Pedagógicas y útiles como siempre las indicaciones de la Filarmónica referidas al comportamiento en la sala durante el concierto (el público del Auditorio lo olvida a menudo) y eficaz como suele el programa de mano de Juan Manuel Viana.
El Auditorio con el aforo completo, como nunca, el público enfervorecido, in crescendo, acompañando las evoluciones de esta experiencia sinestésica. Fue mítico, fue completo y un renovado privilegio.


Alicia Perris

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