martes, 23 de abril de 2019

DESOCUPADO LECTOR, OCÚPATE JUAN BONILLA


A propósito del Día del Libro, el escritor se pregunta por los planes de lectura de los partidos, por qué leemos tan poco, las dificultades de encontrar libros españoles en Iberoamérica o al revés, y la incapacidad de política por alcanzar un pacto en Educación


Una joven compra un libro durante la diada de Sant Jordi.

Leer es elegir, y por tanto el lector es antes que nada un elector. Y cuando se juntan -como en Sant Jordi- son legión (que es otra palabra que procede de la misma raíz). El imaginativo José Bergamín, que llegó a hacer del ingenio su propia horca y acabó justificando el terrorismo de ETA (una prueba evidente de que leer mucho durante toda una vida tampoco tiene porqué hacer más sabio a nadie), inventó una preciosa etimología para la palabra religión. Decía que no precedía de religare sino de relegere: es decir, planteaba la religión como una relectura del mundo, el mundo es lo que es, y al reinterpretarse producía un sentido -es decir, un principio y un fin- que era la religión. Que sea una etimología inventada no le quita, sino todo lo contrario, potencia, y puede que no sirva para explicar qué es la religión, pero sí que sirve para explicar qué es la literatura -entendiendo ésta con toda la flexibilidad posible, es decir desde el Gilgamesh al libro de Pedro Sánchez escrito por Irene Lozano, que no sé cómo habrá redactado el libro del presidente, pero es una excelente prosista como demuestra en sus Lecciones para el inconformista aturdido...
No es que todo en el mundo exista para acabar convertido en un libro, como con tanto optimismo esperaba Mallarmé, sino justo lo contrario: todo libro lo que espera es existir lo suficiente como para acabar convirtiéndose en mundo. Un libro tiene forma de sepultura y ciertamente lo es, pero se trata de una sepultura singular que en cualquier momento puede liberar la vida que contenga con el sólo afán de un solo lector que lo elija y al abrirlo le diga: levántate y habla. "Desocupado lector...", empezaba Cervantes el prólogo al Quijote. No cabía mejor palabra: desocupado. En efecto, leer es ocuparse, o sea, llenarse de algo, encargarse de algo.
Como electores que somos podríamos asomarnos, ya que estamos en campaña, a los programas de los partidos a ver cuáles son sus planes, qué proponen, qué dicen de los lectores, del libro, del mundo editorial -que en 10 años ha perdido un 26 por ciento de facturación, entre otras razones porque las bibliotecas públicas apenas compran libros. Tardaremos poco porque apenas gastan un renglón que no sea para acogerse al abrigo de lugares comunes y buenas intenciones en formato riego de dinero al tuntún, planes de fomento de la lectura que se saldarán con un par de anuncios de televisión y ayudas al sector que, a buen seguro, se las repartirá según la inevitable consigna que rige nuestro mundo cultural: "Lo de todos para los míos".

El otro día se preguntaba el poeta Juan Marqués cuántos lectores habituales habría en España y de ellos cuántos consideraban que leer libros es lo que se hace cuando no se tiene mejor plan. Una buena pregunta para la que, lamentablemente, no tengo una respuesta. A ese tipo de lectores -que podríamos llamar sencillamente "lectores de verdad"- el Barómetro de la Lectura del Gremio de Editores lo llama "lectores premium" y en las encuestas europeas se les denomina, con mayor tino, "lectores ávidos". Por supuesto nuestra legión de lectores ávidos es una de las más menguadas de Europa, pero en cualquier caso estoy completamente seguro de que los lectores habituales que haya ahora mismo en España multiplicarían por tres o por cuatro a los que había hace 50 años. Contra las pesimistas quejas recurrentes que se blasonan en los repetidísimos ya nadie lee y los libros no le importan ya a nadie, cabe discutir si, en primer lugar, hubo alguna vez en que importaran lo suficiente y, en segundo lugar, si hubo en nuestra historia algún momento en que la legión de lectores fuera lo suficientemente nutrida como para que mereciéramos ser considerados un país lector.
En los años 20 del siglo pasado el poeta y polemista peruano Alberto Hidalgo anduvo por España y en su testimonio dejó dicho el secreto de porqué se mantenía sana la industria editorial española: los editores tenían el buen olfato de mandar la mitad de sus ediciones a América.

Ilustración Luis S. Parejo

Por inconcebible que parezca, esa asignatura pendiente -es decir, la de conectar de manera eficaz los mercados de uno y otro lado del Atlántico- lo seguirá estando sin que nadie parezca interesado en resolverla. Se diría que es como si el mercado editorial español tuviera un bajón de azúcar y no se le ocurriese acercarse a la confitería que tiene enfrente. El editor Claudio Lópe Lamadrid, seguro de que América era la respuesta, la solución, la oportunidad, llevaba años en esas lides cuando murió. Todavía hoy es imposible para un bolsillo de Perú o México hacerse con libros españoles, si no se publican allí, por el incremento extraordinario del precio de venta. ¿A ninguno de los partidos políticos que escriben cultura y libro con mayúsculas se les ha ocurrido que facilitar los servicios postales mediante acuerdos con las distintas repúblicas americanas abriría una puerta a otra legión de lectores? El otro día tuve que enviar un par de libros a Chile y aquí tengo el ticket: 52 euros en el envío. La incomunicación no es patrimonio nuestro: es tan difícil conseguir un libro mexicano en Perú como un libro peruano en México. España todavía es quien sanciona y promueve prestigios, de modo que para que un autor colombiano alcance a ser leído en México, antes debe ser aprobado y promocionado en Madrid o Barcelona. Así que no es raro ir a Bogotá, preguntar a quién hay que leer y encontrarse con nombres que nada le dicen a uno porque aún no han sido editados en España. Y no es raro preguntar en un aula de Tegucigalpa qué autores españoles conocen y encontrarse con un casi inverosímil Torcuato Luca de Tena. Darle la espalda a América nos sale, ciertamente, muy caro.

Otro punto inevitable es el de la educación: la incapacidad política para alcanzar un pacto eficaz que no baraje cada legislatura ocurrencias e identidades, es índice de que esperar de esas alturas cualquier apuesta beneficiosa es pedirle peras al olmo. Pero los lectores ávidos, los premium, los lectores de verdad, saben a ciencia cierta que su religión es exigente e invencible y tan libre que pone ante él un vasto abanico de posibilidades donde ir creando su propia biografía. Toda biblioteca es el autorretrato de un desocupado lector que se ha pasado la vida ocupándose, es decir, llenándose pero también encargándose. Toda biblioteca es también un cementerio lleno de sepulturas, en efecto, pero cada una de esas sepulturas sigue guardando algo vivo, unas veces merecerá la pena devolver la vida a lo que estaba guardado allí y otra muchas no. Pero en eso consiste el juego de elegir, el de leer. Así que, desocupado lector, ocúpate... No porque sea el día del libro, sino porque sí, por buscar el disfrute, el misterio, el combate de ideas, la risa o el terror. Tú sabrás. Eres tú el que elige.
Juan Bonilla es escritor. Sus últimas obra son La novela del buscador de libros (Fundación José Manuel Lara) y Totalidad sexual del cosmos (Seix Barral).

https://www.elmundo.es/cultura/literatura/2019/04/23/5cbdf728fc6c83cc708b45eb.html

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