Ilustración de
Leonardo Achilli del Canto III de la 'Divina Comedia'. LEO ACHILLI
JUAN JOSÉ MILLÁS
En Ebrio de
enfermedad (Uña Rota), su protagonista, enfermo de cáncer, se lamenta de que
los médicos a los que acude no consideren, a la hora de examinarle, que él ha
leído a Tolstói. Creo que a todos los lectores nos gustaría llevar escrita en
la frente esta advertencia: “He leído a Proust, a Kafka, a Joyce…”. A primera
vista, podría parecer la versión literaria del “no sabe usted con quién está
hablando”, pero es otra cosa. Se trata de una súplica: “No me trate usted con
aspereza, se lo ruego: pertenezco a la especie vulnerable de los lectores”.
A veces, cuando nos
hallamos en plena travesía de un libro que nos trastorna, agradeceríamos que
ese trastorno computara a la hora de recibir un diagnóstico clínico, desde
luego, pero también a la de ser juzgados, no sé, por una infracción de tráfico.
Yo es que he leído a Homero y a Virgilio, señor agente, y ayer mismo comencé la
Divina comedia. Los jueces y fiscales deberían conocer la biografía lectora del
acusado antes de establecer sus conclusiones. Urge otorgar al lector, de una
vez para siempre, un estatuto especial, quizá semejante al de los refugiados.
No me mire usted así, es que he leído las obras completas de Simone de Beauvoir
y los relatos breves de Patricia Highsmith.
Yo mismo, en este
instante, necesito que la gente sepa que acabo de terminar Un apartamento en
Urano, de Paul B. Preciado, para que se dirijan a mí con consideración, con
deferencia. Preciado escribe en un idioma extranjero utilizando sin embargo el
castellano. Significa que lo entiendo y no lo entiendo a la vez. Su lectura me
coloca en el cruce entre lo aprensible y lo inaprensible. Me turba, me hace temblar
en cada una de sus líneas, de sus páginas. Ténganlo en cuenta, por favor.
https://elpais.com/elpais/2019/05/09/opinion/1557411109_257178.html
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