martes, 11 de marzo de 2014

CEREBROS IMPERMEABLES A LA EMOCIÓN DE LA MÚSICA

ÁNGELES LOPEZ
Puede que a usted no le diga nada la Novena Sinfonía de Beethoven ni el Let it be de los Beatles porque quizás lo suyo sea el flamenco, el jazz o el heavy. Tal vez incluso sea de esas personas que no pueden vivir sin las notas musicales o sin conocer el último acorde de su grupo favorito. Si es así, quizás le sorprenda que hay gente que no siente el más mínimo placer cuando una melodía entra por sus oídos, que nunca se le ha puesto la carne de gallina con la voz de María Callas o que ni siquiera tiene una banda sonora entre sus mejores recuerdos. Investigadores españoles han identificado por primera vez la anhedonia musical o, lo que es lo mismo, la ausencia de placer con este estímulo.

Muchas de las funciones y mecanismos biológicos del ser humano tienen sentido para su supervivencia. Algunos estímulos de recompensa se vinculan a ciertos actos para mantener, en primer lugar, el cuerpo con vida y, en segundo, para poder trascender al propio individuo. Así, la comida genera placer y éste nos mueve con mayor ahínco a buscar avituallamientos para el día. De la misma forma, el gozo del sexo está vinculado ancestralmente con la reproducción. Sin embargo, existen placeres que, aún estando presentes en todas las culturas, no están ligados con el instinto de supervivencia. Es el caso de la música.
“Aunque no tiene ninguna ventaja biológica, la música es una de las experiencias más placenteras del ser humano. Sin embargo, poco se sabe sobre las diferencias entre individuos en cómo experimentan este sistema de recompensa en actividades relacionadas con la música”, explica Josep Marco-Pallarés, del Grupo de Cognición y Plasticidad Cerebral del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge, Barcelona.
Para averiguar cómo eran esas diferencias, este investigador junto con otros del grupo de Psicología Básica de la Universidad de Barcelona y del Instituto Neurológico de Montreal, Canadá, realizaronun estudio cuyos datos se publicaron en la revista Music Perceptionen 2013.
“Tras realizar un cuestionario a 2.000 personas, descubrimos que había distintos aspectos por los que gusta la música. A unas personas les genera placer porque les emocionaba, a otras porque les hace bailar, otras la vinculan con temas sociales… Pero lo que nos llamó la atención fue que algunos participantes decían que les resultaba indiferente, pero sí sentían placer con otras cosas como las caricias o la comida”, explica Marco-Pallarés.
Aunque un trastorno podría estar detrás de este hecho, la amusia, es decir, que tuvieran una alteración que les inhabilitara para reconocer tonos o notas musicales, decidieron estudiarlo más profundamente. “La amusia se da en el 2%-3% de la población, hay estudios que hablan de un 5%. Pero no sabíamos si efectivamente eran amúsicos o tenían depresión u otro problema que interfiriera en la generación de placer“, señala.
Así, en un segundo estudio, cuyos datos recoge ahora la revistaCurrent Biology, volvieron a realizar un cuestionario a 1.000 personas. “Buscábamos tres grupos equilibrados en diferentes aspectos, pero uno muy sensible a la música, otro intermedio y el otro indiferente”. De esta manera, establecieron tres grupos, de 10 personas cada uno, a los que realizaron diferentes pruebas y registros para ver si tenían respuestas fisiológicas asociadas al placer generado por la música y si se correspondía con el vinculado al dinero.
“Elegimos el dinero porque es un buen control, pues es una recompensa abstracta, como la música; me permite llegar a estímulos primarios; y activa muy bien las áreas de recompensa”, aclara Marco-Pallarés.
De esta manera, pudieron comprobar que había personas que, sin ningún trastorno de base y aunque eran capaces de sentir placer cuando estaban a punto de ganar dinero -como simulaba uno de los juegos que realizaron- no se emocionaban con ningún tipo de música que escucharon. Y no sólo se trató de una percepción subjetiva, su cuerpo no respondía biológicamente a este estímulo. “Medimos su frecuencia cardiaca y los cambios en la conductividad de la piel por sudoración, que es un buen indicador. Aunque algunos participantes refirieron sufrir escalofríos al escuchar alguna pieza musical, en realidad lo dijeron porque, en función de las preguntas, pensaban que eso era lo que se esperaba de ellos, pero luego los registros mostraron que no había emoción”, afirma Marco-Pallarés.
Estas personas no son incapaces de sentir placer, porque sí lo experimentaron en las pruebas de dinero. Además, son capaces de reconocer las emociones que una melodía quiere transmitir, lo que no pueden es sentir esas emociones. “Que no te guste la música es curioso, pero lo interesante es que con este estudio demostramos que cada tipo de estímulos accede al sistema de recompensa por distintas vías. Hasta ahora, cuando se hablaba de anhedonia se pensaba en algo global. Lo que hemos visto es que esto está disociado”.
Todavía no saben cuántas personas pueden ser inmunes a la música ni cuál es la explicación a este hecho. “Estamos elaborando otro estudio en donde aplicaremos resonancia magnética para ver qué cambios se dan en el sistema de recompensa. Nuestra hipótesis es que hay una mala conexión entre las áreas primarias del cerebro que activa la música (el núcleo accumbens) con otras zonas más superficiales, como las que procesan la audición (área supratemporal) y las áreas de integración de la información (zona frontal)”, señala.
Además, este hallazgo podría servir para replantearse las terapias musicales que se usan para la recuperación de personas con ciertas patologías como el ictus, las demencias, etc.
A más dinero, ¿más melómanos?
Que la educación es un grado, casi todo el mundo lo sabe, pero que nuestra capacidad para ser más musicales se encuentre en el entorno puede ser más discutible. Según un estudio realizado por investigadores de la Universidad de Goldmiths en Londres (Reino Unido) a 147.000 personas que participaron en una encuenta on line de la BBC, las personas con más poder adquisitivo tienen más sofisticación musical, mayor memoria melódica y más percepción del ritmo. Los investigadores, que clasificaron los resultados por barrios, han creado lo que se puede llamar el primer mapa de musicalidad del Reino Unido, donde se ven las diferencias en función del nivel económico de cada zona. Ahora bien, el siguiente paso, como apunta el principal investigador del estudio, el doctor Daniel Müllensiefen, es saber qué otros factores están detrás de ese vínculo. Como apunta Josep Marco-Pallarés, “parece bastante evidente que el entorno puede favorecer una mayor sensibilidad musical. Sabemos que el hecho de tocar un instrumento genera plasticidad cerebral en determinadas áreas. Ahora bien, no me atrevería a decir qué peso tiene la genética y cuál la educación; creo que finalmente la respuesta más acertada es pensar que hay una interacción entre los dos factores”.

 http://www.elmundo.es/salud/2014/03/07/5318d75422601d4d6e8b4587.html

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