sábado, 22 de marzo de 2014

GRAN HOTEL BUDAPEST.WES ANDERSON "SIEMPRE ME HA GUSTADO LA EUROPA DE HOLLYWOOD"



El propio Wes Anderson la define como su “película europea”. El Gran Hotel Budapest, premio del Jurado en la Berlinale, es mucho más que eso, la obra de plena madurez del cineasta. El autor de Los Tennenbaum y Moonrise Kingdom nos cuenta en esta entrevista concedida a El Cultural cómo trasladó su mundo enfermizamente pop a la Europa de entreguerras para firmar su obra más emotiva y ambiciosa. Irrepetible.

CARLOS REVIRIEGO 


 Wes Anderson
 
De un instituto a una academia, de una casa a un submarino, de un tren a una madriguera, de un campamento a un hotel... En sus ocho largometrajes, desde Ladrón que roba a otro ladrón (Bottle Rocket, 1996) hasta El Gran Hotel Budapest (2014), ganadora del Premio del Jurado en Berlín, Wes Anderson (Houston, Texas, 1969) siempre ha sentido la necesidad de encerrar a sus entrañables personajes en ínsulas aisladas, en microcosmos de los que inevitablemente acaban escapando. Con su última película, el cineasta que ostenta el “dandismo” del cine independiente parece llevar su universo y su estética particular a un punto sin retorno.

El Gran Hotel Budapest es probablemente su filme más complejo, suntuoso y delicado. Y el más emotivo. Como él mismo lo define, se trata de su “película europea”, pero hay algo más. Anderson hace convivir su universo enfermizamente pop con el peso de la Historia continental y su dramática transformación en la primera mitad del siglo XX. El cineasta inventa Zubrowka, una nación ficticia que se convierte en el hervidero europeo del periodo de entreguerras. Y allí, cómo no, aislado en su montaña mágica y atrapado en tiempos pasados y más nobles, se yergue el Gran Hotel Budapest, que a pesar de la resistencia de su encantador consejero M. Gustave (burbujeante y seductor Ralph Fiennes) también se verá ensombrecida por la irrupción de los totalitarismos.
Los personajes de Dickens están caricaturizados, pero su profundidad los hace también muy reales"

-Como siempre en sus películas, el texto y la imagen son absolutamente dependientes entre sí, es imposible deslindarlos. ¿Qué surgió primero: la historia o el universo visual?
-No sabría decirlo con exactitud. Lo cierto es que es una amalgama de todo. Mis películas proceden de múltiples lugares y de ideas, pero quizá en este caso el origen sea incluso más complejo. Siete años atrás mi amigo Hugo Guinness (co-guionista) y yo tuvimos la idea de hacer una película de un personaje inspirado en un viejo amigo nuestro, alguien extremadamente educado, seductor, irónico... y empezamos a trabajar a partir de ahí. Escribimos lo suficiente para filmar unos quince minutos. Teníamos algunas ideas y ciertas escenas pero no sabíamos qué iba a ocurrir. La historia se situaba en Inglaterra, en los días de hoy, así que en verdad no tenía mucho que ver con El Gran Hotel Budapest. Era otra cosa y no sabía qué hacer con ello. Pero dos años atrás tuve la idea de hacer una película en Europa, en la primera mitad del siglo XX, inspirado por la obra de Stefan Zweig que estaba leyendo entonces. Combinamos ambas cosas y así empezó todo.
Las huellas de Stefan Zweig
-¿Qué le atrajo de la literatura de Zweig?
-Leí La piedad peligrosa [o La impaciencia del corazón] y me interesó mucho su trabajo, sus maravillosas historias y sus memorias sobre el mundo del pasado. Zweig fue sin duda el motor de la película. Su tono, su mundo, su sensibilidad, con la que podía sentirme muy identificado. Pero al mismo tiempo estaba leyendo otras cosas que no parecían muy conectadas con el filme, pero que de alguna manera también acabaron influyendo mucho, como la novela Suite Francesa de Irène Nemirovsky, sobre la II Guerra Mundial, y también el largo ensayo de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén, que contiene un fascinante análisis sobre el nazismo y cómo los distintos países europeos reaccionaron frente a él. Todo esto es lo que estaba leyendo mientras viajaba por Europa como un extranjero que descubre constantemente cosas, así que de ahí procede todo. También pensé mucho en las películas de Hollywood sobre Europa del Este, algunas de Lubitsch y de Hitchcock, como El bazar de las sorpresas (1940) o Alarma en el expreso (1938), y por supuesto en Max Ophüls, que adaptó a Zweig en la maravillosa Carta de una desconocida (1948).

-Ophüls construyó su Viena particular en los estudios de Hollywood. Habrá sido un gran desafío para un esteta como usted inventar Zubrowka, un país ficticio. ¿Cuáles han sido las principales referencias visuales?
-Hay dos partes al respecto. Primero está el texto. Zubrowka está pensado prácticamente como un país que procede de una novela, es como una versión cinematográfica de un lugar imaginado en un libro pero modelado a partir de países existentes. Creo que quizá la mayor influencia para mí fue viajar a través de Europa del Este con el único propósito de hacer la película. Recogí muchas impresiones de esos viajes, muchas referencias visuales. Y también me dejé llevar por el espíritu hollywoodense de mediados del siglo XX, cuando se suponía que un grupo de actores americanos, como Jack Benny o James Stewart, tenían que interpretar una historia en Budapest o en Varsovia. Siempre me ha gustado la Europa inventada por Hollywood, porque eran mundos creados por gente que procedía de ahí, exiliados. Y el efecto mágico, con cierta nostalgia, que se producía es fascinante. Estás en Europa pero estás en Hollywood.


Ralph Fiennes en El gran hotel Budapest

-En sus películas siempre se coloca junto a sus personajes, se solidariza con ellos. No hay ironía ni cinismo. ¿Cree que ese es uno de los grandes motores de sus películas?
-Me gusta la idea de que debemos ser fieles a estas criaturas. Los actores hacen posible que sean casi como gente real, aunque estén escritos con trazo grueso, casi como estereotipos. En las novelas de Charles Dickens los personajes están caricaturizados, pero al mismo tiempo tienen una clase de profundidad que les hace muy reales. Siempre trato de crear personajes de ese modo, que tengan algo fantástico sobre ellos, algunas cualidades mágicas, pero que al mismo tiempo transmitan que son personas de carne y hueso.

Junto al botones huérfano Zero (el magnífico debutante Tony Revolori), cuya historia de iniciación en los años treinta traza la línea narrativa del filme, el conserje M. Gustave cimenta el extraordinario relato de amistad y nobleza de El Gran Hotel Budapest. Un hotel de los líos en el que habita la sombra del nazismo (sobre todo en los personajes de Adrien Brody y Willem Dafoe), en el que la herencia de una aristócrata (Tilda Swinton) y la trama de un cuadro robado ponen en marcha una aventura tintinesca tan encantadora y delirante como la que filmó Andeson en Fantástico Sr. Fox, su anterior largometraje. Peripecias contenidas en una estructura de muñecas rusas -el relato lo narra el propio Zero en su madurez (F. Murray Abraham) a un escritor (Jude Law) de los años sesenta que a su vez es imaginado por otro personaje (Tom Wilkinson) en los ochenta- que se abren en abismo a distintos formatos de imagen y subliman el catálogo estético de Wes Anderson.
Si en una escena puedo quedarme con el plano dramático y cómico al mismo tiempo, lo hago"

-Sus personajes han crecido más felices y más valientes a lo largo de los años. ¿También usted como director?
-Me gusta esa idea, es algo que suena bien, tratar de ser siempre más feliz y más valiente. Creo que para esta película probablemente tenía la necesidad de hacer algo más difícil para mí y con mejor organización. Hace muchos años hicimos Life Aquatic en Italia, que fue una gran producción, y aunque creíamos que estábamos muy organizados, en verdad no fue así. Teníamos un plan para conseguir lo que queríamos en la pantalla, pero no había un plan para enfrentarnos a situaciones en las que las cosas salieran mal. Y ahora realmente hemos trabajado en estar preparados para cualquier circunstancia. Además, ahora siento que puedo hacer películas a gran escala, grandes producciones, aunque también somos mucho más eficientes a la hora de destinar los recursos económicos.
Los desafíos del cineasta 
-¿Cree en todo caso que esta es su película más ambiciosa?
-No lo sé. Sí sé que me he enfrentado a cosas realmente nuevas para mí. Por ejemplo la idea de trabajar en varios periodos históricos, ir saltando de uno a otro, y que la película esté hecha a partir de varios narradores, de unos que se remiten a otros en una estructura de cajas chinas, de diversas capas. Eso era algo nuevo para mí. ¿Desde dónde se cuenta la historia? ¿Cómo contarla a través de distintas voces? Y además es una película que contiene una trama más desarrollada que otras películas que he realizado.

Ralph Fiennes y Tony Revolori en El gran hotel Budapest

-¿Diría que sus películas son un retrato de lo que sucede a su alrededor o de lo que acontece en su interior?
-Supongo que ambas cosas, porque generalmente el ingrediente clave de las películas que hago procede del exterior. Hay gente que conozco o cosas que leo o acontecimientos que veo que propulsan algo, sea un personaje o una historia. Pero luego, cuando todo eso entra en la película, mi organismo inevitablemente lo transforma. Una vez que el factor externo se convierte en algo interno, se produce una gran mutación. Supongo que el desafío consiste en mantener la esencia de aquello que sentimos como inspiración original. Y en este caso me he quedado muy satisfecho.

Las criaturas de Anderson, aunque sean una vez más dispositivos caricaturescos, no son devoradas por los suntuosos, preciosistas espacios que habitan, tan propios del reconocible corpus estilístico de Anderson. El desfile de su troupe de intérpretes -Bill Murray, Edward Norton, Jason Schwartzman, Owen Wilson, con nuevas incorporaciones como Léa Seydoux, Mathieu Amalric y ¡Haervey Keitel!- se integran y forman parte de las cárceles que los encierran. En esa paradoja visual (personajes empequeñecidos por los espacios que sin embargo se hacen cada vez más grandes) está contenida la milagrosa contradicción del filme: invocar los dramas personales y las tragedias históricas desde el tono leve y el espíritu liviano.
La Europa inventada por Hollywood es un mundo creado por exiliados. El efecto es fascinante"

-¿Cómo se planteó el tono general del filme?
-Voy a ponerle un ejemplo que para mí resume ese tono. Hay un momento de la película en el que aprendemos del pasado de Zero. No sabemos nada de él durante mucho tiempo, y Gustave tampoco. Finalmente, nos enteramos de ese pasado porque Gustave le ha ofendido, le ha hecho daño, y Zero le confiesa de dónde procede. Lo cierto es que ese relato tan dramático que le cuenta pertenece a una persona que yo conozco, un anciano muy cercano a mí, que sufrió mucho de joven. De manera que la historia de Zero es una historia que incorporo del mundo exterior y que me afecta personalmente. La escena de la confesión es una escena muy sincera, puede que hasta emotiva, pero al mismo tiempo es una escena cómica.

-Sí, eso es muy propio de su cine, diluir la comedia en el drama, o viceversa...
-Creo que me siento atraído por esa ambigüedad. Si al escribir una escena puedo quedarme con las dos cosas, con el plano dramático y el plano cómico al mismo tiempo, suelo hacerlo. Hay veces que más adelante me arrepiento, y pienso que debería haberme quedado con una sola dimensión. Pero también pienso: “Realmente, ¿qué otra opción tenía?”. Es mi forma de ver el mundo. No me gusta la simplicidad, creo que si algo puede ser varias cosas al mismo tiempo, siempre enriquecerá la película, y el espectador podrá asimilarlo como considere.

http://www.elcultural.es/version_papel/CINE/34342/Wes_Anderson

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