JUAN MANUEL BELLVER Corresponsal París
Marcel Proust no lo habría podido planear mejor. Un siglo después de la publicación de 'Por el camino de Swann' (1913), sus escritos siguen avivando el misterio y la fascinación de una obra que trasciende los límites de la creación literaria y la propia vida de su autor. Como si se tratara del tiempo perdido y reencontrado, una agenda hasta ahora desconocida, llena de preciosas anotaciones realizadas entre 1908 y 1911 por el escritor, viene a completar el puzle de la génesis de 'En busca del tiempo perdido'.
"Éste es el documento más antiguo que existe sobre el universo de Combray, la primera parte de 'Por el camino de Swann'. En él se hace referencia ya al paseo por el Bois de Boulogne, la partida de canicas, el sonido evocador del violín...", explica Guillaume Fau, conservador jefe del Servicio de Manuscritos Modernos y Contemporáneos de la Biblioteca Nacional de Francia, que adquirió dicho tesoro en octubre de 2013, gracias a los fondos aportados por el Círculo de Mecenas de la BNF.
Una obra
inagotable
¿Quién es esa dama misteriosa a quien Marcel Proust sigue u ordena seguir? Misterio. Para los estudiosos de la Biblioteca Nacional de Francia, podría tratarse de Laure Hayman, aquella 'demi-mondaine' que inspiró el personaje fundamental de Odette de Crécy. Pero Guillaume Fau se inclina más por Albertina Simont, una de las "muchachas en flor" encontradas por el narrador en sus escapadas estivales a la estación balnearia inventada de Balbec y que está presente a lo largo de toda la heptalogía, enamorando al álter ego del escritor y provocando en él cierta morbosa fascinación por su relaciones cuasi-lésbicas con sus amigas, amén de unos celos galopantes.
Hoy parece casi paradójico que un hombre tan extravagante e hipocondríaco, que pasó 14 años de su vida (1904-1919)prácticamente encerrado en un apartamento del primer piso del 102 del bulevar de Haussmann, escribiendo febrilmente día y noche, alimentándose de café, morfina y opio, haya terminado un siglo después resultando tan cercano al gran público que ahora explora con curiosidad su periplo vital tratando de descifrar las claves de su legado literario. Pero así es.
Marcel Proust no lo habría podido planear mejor. Un siglo después de la publicación de 'Por el camino de Swann' (1913), sus escritos siguen avivando el misterio y la fascinación de una obra que trasciende los límites de la creación literaria y la propia vida de su autor. Como si se tratara del tiempo perdido y reencontrado, una agenda hasta ahora desconocida, llena de preciosas anotaciones realizadas entre 1908 y 1911 por el escritor, viene a completar el puzle de la génesis de 'En busca del tiempo perdido'.
"Éste es el documento más antiguo que existe sobre el universo de Combray, la primera parte de 'Por el camino de Swann'. En él se hace referencia ya al paseo por el Bois de Boulogne, la partida de canicas, el sonido evocador del violín...", explica Guillaume Fau, conservador jefe del Servicio de Manuscritos Modernos y Contemporáneos de la Biblioteca Nacional de Francia, que adquirió dicho tesoro en octubre de 2013, gracias a los fondos aportados por el Círculo de Mecenas de la BNF.
"La agenda todavía está estudiándose y ni
siquiera la hemos terminado de digitalizar para ponerla a disposición del
público en nuestra red Gallica (gallica.bnf.fr), como están los 122
cuadernos manuscritos, borradores, páginas dactilográficas y pruebas de
impresión corregidas de 'À la recherche du temps perdue», señala Fau.
"Parece la matriz de lo que luego constituiría el cuerpo de la obra. Una
colección de nombres propios inventados, términos de arquitectura, botánica o
cocina, que cualquier admirador de Proust reconoce enseguida y prefiguran todo
el universo de Swann".
Cuaderno de apuntes.
Forrado en cuero granate, con unas medidas de 99 x
60 milímetros, este pequeño almanaque de 80 páginas editado por la casa inglesa
Kirby Beard corresponde al primer trimestre de 1906. Pero, aparentemente, el
novelista no llegó a usarlo como diario en su momento y lo recuperó luego como
simple cuaderno de apuntes.Desconocido por los expertos de la obra
proustiana, salió a la luz en abril del año pasado durante una subasta
celebraba en la sede parisina de Christie's. "Entonces la BNF no
pudo hacerse con él porque el precio subió hasta los 100.000 euros y se lo
quedó un coleccionista particular francés", recuerda el conservador.
Hoy, merced a la financiación de los mecenas, este
primer eslabón del entramado creativo de 'En busca del tiempo perdido' ha
pasado a manos del Estado y estará digitalizado a disposición del público en
cuanto los técnicos de la BNF terminen de analizarlo. "Las
anotaciones se sitúan entre 1908 y 1911 y prefiguran algunos personajes como
Vaugoubert, Bloch, Geneviève de Brabant, Golo o Robert de Saint-Loup", prosigue
Guillaume Fau, para apuntar después que, en su meticulosidad casi enfermiza,
Proust hacía interminables listas de nombres propios hasta dar con el que mejor
le sonaba para tal o cual miembro inventado de la alta sociedad parisina de su
época. Así, la marquesa de Chaussegros pudo haber sido, según nos revela la
agenda, de Chaussecourt, Chaussseville o incluso Chaussepierre. Y, antes de dar
con madame de Gaucourt, el autor sopesó la sonoridad de los apellidos
Lerancourt y Gaudricourt.
Pero la parte más intrigante del cuadernillo son
cuatro páginas en las que relata cuatro intensos días de espionaje a una mujer
por las calles de París. "El seguimiento se realizó entre el 11 al 14
de agosto. No sabemos de qué año, pero debió de ser entre 1906 y 1908. Arranca
en la Gare de l'Est y termina en esa misma estación ferroviaria. Entre medias,
subida en varios taxis de la empresa G7 -que aún funciona en París-,recorre el
bulevar de l'Hôpital, el puente de Saint-Michel, el bulevar Magenta, la rue
Lafayette, la Place de la République...", enumera Fau.
¿Quién es esa dama misteriosa a quien Marcel Proust sigue u ordena seguir? Misterio. Para los estudiosos de la Biblioteca Nacional de Francia, podría tratarse de Laure Hayman, aquella 'demi-mondaine' que inspiró el personaje fundamental de Odette de Crécy. Pero Guillaume Fau se inclina más por Albertina Simont, una de las "muchachas en flor" encontradas por el narrador en sus escapadas estivales a la estación balnearia inventada de Balbec y que está presente a lo largo de toda la heptalogía, enamorando al álter ego del escritor y provocando en él cierta morbosa fascinación por su relaciones cuasi-lésbicas con sus amigas, amén de unos celos galopantes.
"El tema de la posesión amorosa y de los
celos está muy presente en libros como 'La prisionera' o 'Albertina
desaparecida'. Y lo que descubrimos gracias a la agenda es que Proust ya lo
tenía en mente muchos años antes, concluye Fau, para quien 'En busca del tiempo'
perdido representa una de las cumbres de la literatura universal. "Me
sigue fascinando constatar que esta obra influye a lectores del otro lado del
mundo que no conocen Francia ni comparten nuestra cultura pero están fascinados
por lo que cuenta Proust".
Obra inagotable que admite infinitas
interpretaciones y relecturas, 'A la recherche du temps perdue' suscitó el año
pasado, con ocasión de su primer siglo de existencia, una retahíla de homenajes
que relegaron a la más completa oscuridad los centenarios de otras obras que le
fueron contemporáneas como 'Le Grand Meaulnes' de Alain Fournier o 'Alcools' de
Guillaume Apollinaire. Y los fastos todavía colean meses después, en
honor a aquel 13 de noviembre de 1913 en que Grasset publicó 'Por el camino de
Swann' con dinero aportado por el propio autor, después de que Gallimard
hubiera rechazado injustamente el original porque André Gide, tras una lectura
superficial, lo juzgó frívolo.
Quizá para compensar la falta de clarividencia del
autor de 'La sinfonía pastoral', el mundo editorial galo se ha volcado esta
temporada en evocar a Proust desde todas las perspectivas posibles. Pierre
Macherey nos invita a pensar como él en Proust. Entre littérature et
philosophie (Amsterdam), mientras que Christophe Pradeau nos lleva de viaje al
origen de todo en Proust à Illiers-Combray. L'Éclosion du monde (Belin),
Olivier Wickers se mete en la cama donde empieza 'Por el camino de Swann' en
Chambres de Proust (Flammarion), Jean-Yves Tadié le rodea de sus amigos en 'Le
Cercle de Marcel Proust' (Champion), Claude Arnaud le relaciona con Cocteau en
'Proust contre Cocteau' (Grasset), Michel Erman juega a las listas en 'Les 100
Mots de Proust' (PUF) y Jean-Paul y Raphaël Enthoven -padre e hijo- unen
fuerzas para el colosal 'Dictionnaire amoureux de Proust' (Plon), apasionado
compendio sobre la magna obra proustiana. Y hay mucho más.
Legado
literarioHoy parece casi paradójico que un hombre tan extravagante e hipocondríaco, que pasó 14 años de su vida (1904-1919)prácticamente encerrado en un apartamento del primer piso del 102 del bulevar de Haussmann, escribiendo febrilmente día y noche, alimentándose de café, morfina y opio, haya terminado un siglo después resultando tan cercano al gran público que ahora explora con curiosidad su periplo vital tratando de descifrar las claves de su legado literario. Pero así es.
En la era del mercado globalizado y la revolución
digital, este atormentado señorito decimonónico fascina más que nunca y los
turistas hacen cola, hoy como ayer, para visitar su habitación del 44 rue
Hamelin, perfectamente reconstruida en el Museo Carnavalet, con aquellos gruesos cortinones que
preservaban a este asmático del polen primaveral y el polvo callejero y esas
paredes forradas de corcho para que el ruido exterior no perturbase su
inspiración.
Los fans proustianos también buscan afanosamente
en el mapa del Hexágono las localidades de Balbec o Combray donde
están ambientadas buena parte de las escenas de 'En busca del tiempo
perdido'... Sin demasiado éxito, ya que Balbec es una fantasía del autor
inspirada en las estaciones balnearias de Cabourg (Calvados, Normandía) y Beg
Meil (Finisterre, Bretaña), que él mismo visitó de joven. En cuanto a Combray,
se trata del pueblo de Illiers (Eure-et-Loir), donde había nacido su padre, el
célebre médico Adrien Proust, y nuestro novelista pasó algunas vacaciones de su
niñez en casa de su tía Elisabeth, a la cual se referirá en sus escritos como
'la maison de Tante Léonie'.
Rebautizado Illiers-Combray en abril de 1971 por
decisión del Gobierno de Georges Pompidou para conmemorar el
centenario del nacimiento del escritor, este pequeño municipio de 3.400
habitantes acoge regularmente a los seguidores del literato, que participan en
las visitas organizadas por la Société des Amis de Marcel Proust et des Amis de
Combray. Dicha asociación programa excursiones a los parajes reales o ficticios
que frecuentaron Swann y los Guermantes. Y, aunque la realidad geográfica de
Illiers-Combray no se corresponde exactamente -como bien explica André Ferré en
su Géographie de Marcel Proust (Sagitaire)- con la situación de los lugares en la
ficción proustiana, sí se percibe esa frontera espacial y social entre la zona
residencial burguesa en que se mueve Swann y el valle de Vivonne donde tiene
sus feudos los aristocráticos Guermantes, que el autor se preocupa mucho de
recalcar a lo largo de todo el relato.
Pero Proust es, ante todo, parisino.
Nacido en 1871 en la casa que su tío Louis poseía en el número 96 de la rue La
Fontaine (Auteuil, XVIème arrodissement), el joven Marcel creció en los
sucesivos hogares paternos del VIIIe arrondissement: el 8 rue Roy, donde dio
sus primeros pasos, y el 9 boulevard Malesherbes, donde escribió 'Los placeres
y los días'. Siguiendo a sus progenitores, se instaló en el 45 rue de
Courcelles y empezó a traducir allí la obra del británico John Ruskin. Hasta
que su tía le subarrendó el piso del 102 del bulevar de Haussmann donde redactó
la mayor parte de su corpus literario.
En los recorridos temáticos capitalinos que
propone la Société des Amis de Marcel Proust, no se visitan dichas viviendas,
actualmente ocupadas, pero sí se emulan los paseos que el autor daba junto a su
amiga Marie de Bénardaky -que inspiró el personaje de Gilberte- por los Campos
Elíseos y los jardines de las Tuilerías, o se para en la pastelería de Ladurée,
fundada en 1862, de la cual Odette era una asidua. Otras direcciones
imprescindibles son la iglesia de Saint-Louis d'Antin, en la que Proust fue
bautizado, el sastre Charvet donde se hacía sus trajes o la vecina joyería
Boucheron en la que Saint-Loup compra un collar para su amante Rachel.
De ahí al Ritz, hay un paso. En este hotel
icónico, Proust bebía oporto en el bar, organizaba cenas
mundanas y se enteraba de todos los chismorreos sociales gracias a las
confidencias del maître Olivier Dabescat. Saliendo hacia la derecha, tras
cruzar el Sena se llega al restaurante Lapérouse, en el Quai des Grands
Agustins, en cuyas mesas Charles Swann solía almorzar, no sólo por la buena
comida, sino porque el nombre de dicho establecimiento era también el de la
calle donde vivía Odette.
Angelina's, Maxim's, el parque Monceau o el Bois
de Boulogne, con su restaurante palaciego Le Pré Catelan, son otros etapas
alternativas para inagotables paseantes proustianos. Pero el final del
recorrido culminará indefectiblemente en el cementerio Père Lachaise, en cuya división 85 está ubicada la
tumba de mármol negro del máximo icono de las letras modernas. Allí, junto a
Jim Morrison, Gérard de Nerval, Isadora Ducan, Oscar Wilde y Villiers de
L'Isle-Adam, debe de sentirse como en casa, sabedor de que ha alcanzado lo mejor
y lo mejor no era gran cosa.
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