sábado, 29 de marzo de 2014

JONAS KAUFMANN, EL TENOR TOTAL

Su versatilidad, su sensibilidad al piano, sus dotes actorales y su evolución han colocado a Jonas Kaufmann en la cima de la escena internacional. Ayer estuvo en el Liceo, donde presentó su nuevo disco, Viaje de invierno.

RUBÉN AMÓN 



Jonas Kaufmann. Foto: Gregor Hohenberg

No puede decirse que el escalafón de tenores equivalga al ranking tenístico de la ATP, pero en caso de hacerlo no habría dudas sobre el actual número uno. Actual y con ambiciones de quedarse, pues la inteligente y coherente carrera de Jonas Kaufmann (Múnich, 1969) predispone al liderazgo de toda una época en la lírica planetaria.

Van a poder comprobarlo los espectadores del Liceo de Barcelona este mismo viernes, 28 de marzo, con ocasión del Viaje de invierno, un ciclo de lieder de Franz Schubert que el tenor germano acaba de grabar en Sony como remedio y éxtasis de quienes carezcan de una entrada para el concierto del escenario barcelonés. Acontecimiento por la fama merecida de Kaufmann y por su propia credibilidad artística en el repertorio liederístico. De hecho, el cantante bávaro se ha convertido en una suerte de tenor perfecto. Por su versatilidad operística. Por su sensibilidad delante del piano. Por sus dotes actorales. Por su interesantísima evolución musical.

La voz se le ha ido oscureciendo, abaritonando. Ha adquirido mayor corpulencia, pero este proceso evolutivo, acreditado en 2013 con su ubicuidad como tenor wagneriano y verdiano, no ha condicionado en absoluto ni su escrúpulo interpretativo ni su delicadeza. El ejemplo inequívoco de este fenómeno es el propio Viaje de invierno. Aventaja Kaufmann a muchos de sus colegas por el conocimiento del alemán y por la comprensión que se deriva de los textos, así es que la grabación y el recital del Liceo representan una ocasión para asistir a su impresionante capacidad de introspección. Kaufmann se contiene cuando urge hacerlo y “muta” en un delicadísimo orfebre, del mismo modo que irrumpe como un trueno en los pasajes más desgarrados del propio viaje invernal.

“Trato de profundizar todo lo que puedo en los roles, extraer sus matices y colores”, nos explicaba en una reciente entrevista. “Encuentro una enorme satisfacción en el trabajo de exploración y de aprendizaje. Por un lado tengo facilidad para asimilar lo que estudio. Y por otro me gusta avanzar en esa paleta cromática que me ha puesto delante mi propia voz. No hay contradicción en cantar con el mismo convencimiento Payasos de Leoncavallo y La bella molinera de Schubert. De hecho, el privilegio de la voz consiste precisamente en pasar por diferentes estilos, épocas, estados de ánimo. Mi voz ha ido madurando, enriqueciéndose. Nunca la he forzado ni manipulado. Para que se me entienda: he seguido a mi voz, ella me ha marcado el camino”.

Quizá es Kaufmann el mejor tenor que aparece en Alemania desde los tiempos de Wunderlich. Ha habido cantantes germanos de mérito y figuras sobresalientes en la familia de los heldentenoren, pero Kaufmann es una suerte de personalidad insaciable y de “tenista” que juega igual de bien en todas las superficies. Tanto por las aptitudes teatrales como por la versatilidad, que nunca ha descuidado la sensatez ni el instinto artístico. De hecho, su consagración internacional como tenor imprescindible se remonta a apenas seis o siete temporadas. Ha tenido paciencia. Ha perseverado en los papeles secundarios. Y ha sabido aprovechar las oportunidades. Desde la sorpresa en el Covent Garden (La rondine) hasta su impecable Alfredo neoyorquino y su espléndido Werther de París.

Unos y otros papeles sobreentendían que Kaufmann era un tenor lírico puro, aunque su competencia en Carmen y sus primeras incursiones wagnerianas implicaron una apertura hacia el repertorio de riesgo. Puede avanzarse, pero ya no se puede retroceder. La prueba está en que el tenor bávaro ha tuteado enciclopédicamente el catálogo verdiano -Trovatore, Don Carlo-, acaba de probarse como protagonista de La fanciulla del West (Puccini), se ha convertido en el Lohengrin del siglo XXI y tiene entre sus planes acometer el papel sagrado, absoluto de Otello.

Son las ambiciones y las evidencias de una trayectoria a la que Kaufmann también ha aportado una imponente credibilidad escénica. El cantante moderno no sólo debe cantar. También debe coser y saberse la tabla de multiplicar.

“Nuestro trabajo se ha hecho enormemente exigente. Por un lado, comparto la idea de que el cantante de ópera debe resultar convincente como actor. Me parece que la profundidad teatral beneficia la credibilidad musical, y viceversa. Otra cuestión es que la ópera deba adulterarse para hacerla coincidir con las expectativas contemporáneas. Me refiero a que no considero necesario forzar la dramaturgia o transgredirla por el mero hecho de conquistar a un espectador que pretende ver en la ópera lo mismo que ya contempla en la televisión o en internet”.

Jonas Kaufmann previene sobre los peligros de la cultura audiovisual. Y lo hace conversando sin el menor atisbo de divismo. Habla con amenidad, relativizando los laureles con los que le ha coronado la crítica universal. Y el público.

“La ópera es un acontecimiento mágico, excepcional, extraordinario. No debe trivializarse para hacerla digerible. La cuestión de ser o no ser un buen actor está relacionada con la sensibilidad del espectador contemporáneo. Me refiero a que el predominio de la cultura audiovisual repercute en la ópera porque al público no se le puede contentar simplemente con una buena voz. El espectador tiene mucha experiencia. Ahí radica la importancia de resultar verosímiles. Pero hay que tener cuidado. Prevenirse de un peligro aún mayor que el inmovilismo escénico, o sea, la sobreactuación. Con más razón si se sobreactúa para maquillar ciertas deficiencias vocales”.

http://www.elcultural.es/version_papel/ESCENARIOS/34364/Jonas_Kaufmann_el_tenor_total


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