La franquicia holandesa del museo de San Petesburgo recrea la legendaria
vía con objetos traídos por primera vez de Rusia
Cabezas de diablos peleando
con un jinete (entre el siglo VIII y IX), rescatadas en Ustrushana, región de
Asia Central.
Marcada hoy en parte por el petróleo y el opio, la
Ruta de la Seda, la mítica vía terrestre que dominó el comercio entre Europa,
la India y el Lejano Oriente durante 1.700 años, conserva intacto su poder de
atracción. Los desiertos, estepas y cordilleras que marcaron su destino, fueron
recorridos por mercaderes, monjes y soldados. El cruce de culturas que
propiciaron dejó tesoros artísticos guardados con celo, entre otros, por el museo Hermitage, de San Petersburgo.
Su colección sobre Asia Central es una de las mejores del mundo, y su filial
holandesa, el Hermitage de
Ámsterdam, ha escogido ahora 250 de estas piezas apoyándose en las
excavaciones encabezadas a principios del siglo XX por arqueólogos rusos. El
resultado es Expedición Ruta de la Seda, la majestuosa muestra
abierta hasta el 5 de septiembre, que ha sacado por primera vez de Rusia
objetos hallados a lo largo de una red de 7.000 kilómetros.
Marco Polo, el viajero y mercader veneciano
fallecido en 1324, tal vez sea el cronista más famoso de la Ruta. Sin embargo,
su relato sigue sujeto a discusión. ¿Estuvo en China, o decía la verdad, y
llegó más lejos? Además, la Ruta de la Seda, que fue la mayor arteria comercial
mundial hasta el siglo XV, ya existía antes del nacimiento de Cristo. De modo
que en Ámsterdam han optado por el relato indiscutible de la arqueología y han
traído “las huellas históricas tangibles y auténticas, que siguen siendo un
sueño”, en palabras de Cathelijne Broers, directora del Hermitage Holanda. Con
el nombre dado al camino no ha habido problemas. Es sabido que así lo bautizó
el geógrafo alemán Ferdinand Freiherr von Richthofen en su obra Viejas
y nuevas aproximaciones a la Ruta de la Seda, publicada en 1877. Allí trazó
una línea continental, pero con meandros y afluentes más propios de un río,
desde China hasta Constantinopla (hoy Estambul), en nombre de la preciada fibra
natural elaborada en secreto durante siglos solo por los chinos.
Broers no exagera, porque la exposición se abre
con una pintura mural de 1.300 años de antigüedad y nueve metros de longitud,
que presenta a una deidad luchando con varios animales salvajes. Hallada en los
años cincuenta en la ciudad de Varakhsha, en la actual Uzbekistán, ha sido
restaurada en Rusia con ayuda holandesa. No es un fresco, porque no mezcla los
pigmentos con agua, y sus tonos rojizos sobre arcilla se repiten en otras
piezas. Por ejemplo, en Batalla con amazonas(alrededor del año 740)
encontrada en Panjakent, una localidad situada en la frontera entre Tayikistán
y Uzbekistán. También en las Cabezas de diablos peleando con un jinete (entre
el siglo VIII y IX), rescatadas en Ustrushana, región de Asia Central que
mantenía contactos con el reino de los sogdianos, que incluía ciudades como la
uzbeka Samarcanda.
Como las caravanas eran el medio de transporte
para portar, a lomos de camello, caballos, bueyes o burros, piedras y metales
preciosos, sedas, perfumes y objetos laqueados, la muestra ha buceado en los
fondos de 13 enclaves arqueológicos. Si bien la fiebre expedicionaria que
redescubrió la Ruta de la Seda prendió en Gran Bretaña, Francia, Alemania,
Suecia y Japón, para los arqueólogos rusos “tuvo también un componente
político”, según Mikhail Piotrovsky, director del Hermitage de San Petersburgo.
"Tras la Revolución de 1917, la búsqueda abarcó las repúblicas soviéticas
creadas en el Asia Central ruso. Y los nuevos poderes pusieron mucho énfasis en
desarrollar y reforzar las culturas nacionales (de los pueblos de la nueva
Unión Soviética)”.
Las excavaciones revisitaron el antiguo imperio de
los pueblos partos y sogdianos, y ciudades de nombres evocadores, como Khara
Khoto (Ciudad Negra). A medida que aparecían objetos de uso cotidiano, entre
ellos monedas bizantinas y ánforas sirias, afloró el otro componente esencial
de la Ruta. Se trata de la “polinización cultural”, que así llaman los expertos
al avance del Budismo desde India hacia China de la mano de sus monjes, la
posterior entrada del Islam desde el este, y la presencia del Cristianismo y
Judaísmo en los mismos senderos.
Pero ninguna aproximación a la Ruta de la Seda
puede cerrarse sin dedicar un apunte al insecto productor del preciado bien,
que llegó a ser moneda de cambio en la era preindustrial. De unos cuatro
centímetros, el gusano (Bombyx mori) tarda dos días en formar el capullo con un
hilo de hasta 1.500 metros de largo. Hay que hervirlo para soltar la seda, cuyo
uso en la fabricación de tejidos data del año 1.300 antes de Cristo. Sobre seda
están pintadas innumerables flores, plantas y escenas religiosas parecidas a
las “Deidades Planetarias” que rodean a Buda, encontradas en Khara Khoto por
los expedicionarios rusos en 1907. Como dicen en el Hermitage de Ámsterdam: “No
está mal, para un gusano”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/02/28/actualidad/1393607260_575635.html
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