No pudiendo escribir sobre
el presunto acontecimiento 'momístico', intento recordar mis antiguas
sensaciones ante el cine de criaturas terroríficas
CARLOS BOYERO
Un fotograma de 'Nosferatu
el vampiro', de 1922.
Admitiendo que si alguna
vez esta profesión tan rara de la crítica de cine vivió su esplendor en la
hierba, tuvo influencia sobre el espectador, sirvió para descubrir y
reivindicar películas y autores que no estaban en la nómina de las grandes
productoras, sospecho que ese oficio tan lúdico que te permitía ganarte la vida
(mejor o peor) hablando de tu mayor pasión se mueve entre la decadencia y la
agonía. ¿O no? Surge mi esperanzadora duda al constatar algo tan insólito como
que Universal, una de las invulnerables majors, no hace pases para la crítica
antes del estreno de La momia, que confía al progresivamente tibio estrellato
de Tom Cruise e inaugura una serie de remakes protagonizados por las memorables
criaturas del horror que crearon en el curso del tiempo estos legendarios
estudios. Y veremos si da para mucho o para poco artísticamente tan idealista y
entrañable actualización. Pero imaginas que los notables cálculos taquilleros
estarán ajustados a la realidad. Por ello, no entiendes qué temor pueden suscitar
las críticas negativas en el opulento reino si La momia guarda parecidos con un
engendro. O tal vez la actitud de Universal solo esté relacionada con el
desprecio hacia los opinadores. Y no hay que despreciar a nadie, como me
exigían mi piadosa y santa madre y también San Francisco de Asís. No les hice
caso, sobre todo en lo que se refiere a los poderosos. Y así me va.
No pudiendo escribir sobre
el presunto acontecimiento momístico, intento recordar mis antiguas sensaciones
ante el cine de monstruos. Conozco a gente que lo idolatra, que encontró en él
tanta poesía como estremecimiento, tanta fascinación como inquietud. No es mi
caso. Me consuelo una vez más con aquella certidumbre de Léo Ferré: “Soy de
otro país que el vuestro, de otro barrio, de otra soledad”. Los personajes
surgidos del espanto, que lo crean voluntaria o involuntariamente, que deben
convivir con él, acorralados, furiosos, compadecibles, sin futuro, con ansia de
amor, trágicos, me atraen mucho más en su versión literaria que en la cinematográfica.
O cuando Fernando Savater escribe libros imprescindibles como La infancia
recuperada, Criaturas del aire y Malos y malditos.
La película sobre monstruos
clásicos que más y perdurablemente me ha impresionado es muda y la rodó uno de
los grandes juglares de la historia del cine, el autor de Amanecer, un director
llamado Murnau. Se titula Nosferatu el vampiro y me sigue provocando miedo e
inquietud cada gozosa vez que la revisito. Y es imposible no recordar con
admiración, ternura y pena el drama en blanco y negro del primer Rey Kong. Y he
seguido con cierto respeto, pasmo inicial o progresiva fatiga las
sanguinolentas andanzas del conde Drácula (y confieso que me acojonaba más con
el que se inventó la modesta productora Hammer que con las distintas y lujosas
versiones que hizo Hollywood de él), el patetismo de ese ser terrorífico y
desamparado que creó el doctor Frankenstein, las transformaciones del hombre
lobo, la maldad, el vicio y la transgresión del gran destroyer Mr Hyde, la
enigmática criatura de la Laguna Negra, la desesperación final del hombre
invisible, y otros habitantes de las tinieblas que imperdonablemente olvido. No
es mi género favorito, aunque lo prefiero al musical.
Sin embargo, he disfrutado
enormemente con películas cuyos protagonistas son las personas que encarnaron o
crearon a esos monstruos. Jamás me canso de ver, sonrío, río, me emociono con
esa tragicómica obra maestra que dirigió Tim Burton titulada Ed Wood. La
relación entre Wood, coronado como el peor director de la historia del cine, y
el anciano, yonqui, solo, arruinado y mortalmente deprimido Béla Lugosi, el
actor que se metió en la piel y en el corazón del conde Drácula. Es precioso
observar el recital que ofrece Johnny Depp, interpretando al travestido,
friqui, imaginativo hasta el surrealismo, posibilista inmune al desaliento y
generoso Ed Wood, y la angustia, grandeza y patetismo que imprime Martin Landau
a ese pobre Béla Lugosi que sobrevive a base de morfina y recuerdos de una
época en la fue el distinguido rey del terror. Y también resultaba conmovedora
Dioses y monstruos, centrada en los últimos años del olvidado director James
Whale, autor de El doctor Frankenstein, La novia de Frankenstein y El hombre
invisible.
Y ya les hablaré con involuntario retraso de esta nueva y
misteriosa Momia.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/06/08/actualidad/1496945149_591930.html
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