MANUEL VICENT
Se cuenta de Balzac que en
su lecho de muerte, en medio del delirio de la agonía, pidió que llamaran al
doctor Bianchon, el médico de ficción de una de sus novelas, porque creía que
era el único que podía salvarle. Este remedio está al alcance de cualquiera que
posea un poco de imaginación. Cada generación ha generado a sus propios héroes
vengadores, terrestres o galácticos con suficientes poderes y agallas para
vencer a cualquier enemigo. Los niños de posguerra, hoy sumidos en el miedo y
entregados al desencanto, podríamos invocar la ayuda de Roberto Alcázar, del
Guerrero del Antifaz, del Hombre Enmascarado, de Juan Centellas y del Capitán
Trueno, que conformaron los momentos más felices de nuestra memoria, y que, sin
duda, estarían dispuestos a sacarnos del atolladero una vez más. Superman,
Batman, Spiderman, Iron Man y Corto Maltés podrían solucionarles todavía
cualquier problema a los jóvenes desesperados de hoy. Pero no es necesario
acudir a héroes de ficción en medio del delirio, como Balzac, para salvarse de
la agonía de cada día. Si uno se explora por dentro puede encontrar a un héroe
real, no ficticio, a ese Prometeo que fuiste tú mismo en un momento de la vida.
¿Acaso no eras tú aquel joven que quería cambiar el mundo, el que se jugó el
pellejo frente a la dictadura? ¿No eres tú aquel joven ecologista, imbatible,
solidario e inconformista? ¿Dónde está el Prometeo encadenado, que no se
resignaba ante la injusticia? Hasta el ser más anodino guarda en su interior un
gesto de rebeldía. Si la vida te arrastra por el barro del conformismo y te
obliga a tragar con toda clase de ruedas de molino pide ayuda a ese héroe lleno
de orgullo que fuiste tú mismo un día para que acuda a socorrerte ante
cualquier caída.
http://elpais.com/elpais/2017/06/09/opinion/1497006470_464994.html
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