LORENA PACHO
Fotografías: BAIA SOMMERSA
Viaje submarino a los
restos de la Las Vegas de la antigüedad
Mary Beard: Roma, el lujo y
las clases sociales
Si en el imaginario
popular, la Atlántida evocada por Platón es el emblema de la ciudad perdida y
sepultada por las olas con todos sus enigmas, en el mundo terrenal la ciudad
romana de Bayas, ahora bajo las aguas del golfo de Nápoles, es la prueba tangible
de la historia más mundana de la Roma imperial. Hoy, sus restos, que en otro
tiempo dieron mucho que hablar, reposan en total silencio en el fondo del mar,
convertidos en un singular museo sumergido a siete metros de profundidad.Para
adentrarse en la historia de la ciudad perdida de Bayas, lugar de recreo
veraniego en la época imperial por antonomasia, es necesario tomar un barco con
el suelo de cristal y visión submarina o equiparse con el traje de buceo y las
aletas y zambullirse entre mosaicos, esculturas clásicas de ninfas, restos de
jardines y pilares de antiguas termas, que ofrecen un espectáculo único en las
cristalinas y calmas aguas del Tirreno.Sus orígenes se sitúan en el siglo III
a. C., cuando era un lugar fundamentalmente religioso. En el siglo I a. C.,
Pompeyo limpió las costas de piratas y los patricios romanos comenzaron a
construir allí sus residencias de verano. Sus aguas termales naturales eran
ricas en azufre, la climatología era perfecta y sus parajes de ensueño
atrajeron a más y más familias, hasta que Julio César construyó allí su villa
de veraneo. El lugar se empezó a transformar en el gran complejo hotelero del
mundo antiguo. Más tarde se convirtió en el emplazamiento predilecto de los
futuros emperadores para tomar un respiro lejos de la política de Roma, desde
Augusto hasta el excéntrico Calígula, pasando por el oscuro Nerón o Adriano,
que murió allí.Poco a poco se fue llenando de balnearios y pompa. La casa de la
playa que pasó a ser la gran ostentación de la nueva riqueza de la flamante
élite romana de la época. Tenía dos complejos termales, sólo superados en
tamaño y prestigio por las termas de Roma, acuarios, piscifactorías
rudimentarias para asegurar el pescado y marisco fresco todos los días, villas
y edificios opulentos decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles
y réplicas de esculturas griegas, un muelle privado, fastuosos jardines y la
Piscina Mirabilis, con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que
asegurasen el suministro de agua dulce.Era la cisterna más grande del Imperio,
lo que da una idea de la importancia de este enclave.
Fotografías: BAIA SOMMERSA
Viaje submarino a los
restos de la Las Vegas de la antigüedad
Mary Beard: Roma, el lujo y
las clases sociales
Si en el imaginario
popular, la Atlántida evocada por Platón es el emblema de la ciudad perdida y
sepultada por las olas con todos sus enigmas, en el mundo terrenal la ciudad
romana de Bayas, ahora bajo las aguas del golfo de Nápoles, es la prueba
tangible de la historia más mundana de la Roma imperial. Hoy, sus restos, que
en otro tiempo dieron mucho que hablar, reposan en total silencio en el fondo
del mar, convertidos en un singular museo sumergido a siete metros de
profundidad.Para adentrarse en la historia de la ciudad perdida de Bayas, lugar
de recreo veraniego en la época imperial por antonomasia, es necesario tomar un
barco con el suelo de cristal y visión submarina o equiparse con el traje de
buceo y las aletas y zambullirse entre mosaicos, esculturas clásicas de ninfas,
restos de jardines y pilares de antiguas termas, que ofrecen un espectáculo
único en las cristalinas y calmas aguas del Tirreno.Sus orígenes se sitúan en
el siglo III a. C., cuando era un lugar fundamentalmente religioso. En el siglo
I a. C., Pompeyo limpió las costas de piratas y los patricios romanos
comenzaron a construir allí sus residencias de verano. Sus aguas termales
naturales eran ricas en azufre, la climatología era perfecta y sus parajes de
ensueño atrajeron a más y más familias, hasta que Julio César construyó allí su
villa de veraneo. El lugar se empezó a transformar en el gran complejo hotelero
del mundo antiguo. Más tarde se convirtió en el emplazamiento predilecto de los
futuros emperadores para tomar un respiro lejos de la política de Roma, desde
Augusto hasta el excéntrico Calígula, pasando por el oscuro Nerón o Adriano,
que murió allí.Poco a poco se fue llenando de balnearios y pompa. La casa de la
playa que pasó a ser la gran ostentación de la nueva riqueza de la flamante
élite romana de la época. Tenía dos complejos termales, sólo superados en
tamaño y prestigio por las termas de Roma, acuarios, piscifactorías rudimentarias
para asegurar el pescado y marisco fresco todos los días, villas y edificios
opulentos decorados con mosaicos, frescos extraordinarios, mármoles y réplicas
de esculturas griegas, un muelle privado, fastuosos jardines y la Piscina
Mirabilis, con capacidad para cerca de 13.000 metros cúbicos que asegurasen el
suministro de agua dulce.Era la cisterna más grande del Imperio, lo que da una
idea de la importancia de este enclave.
Fotografías: BAIA SOMMERSA
«Quién quería ser
considerado importante en la época, tenía que tener una propiedad en Bayas y, a
ser posible fastuosa. Al mismo tiempo era el lugar de deleite y perversión por
excelencia», explica a EL MUNDO el responsable del museo arqueológico de Bayas,
Pierfrancesco Talamo.Mucho después de la caída del Imperio Romano, en torno al
siglo XVI la ciudad de Bayas desapareció de los mapas. La intensa actividad
volcánica de la zona - está rodeada por 24 volcanes, entre ellos el Vesubio -
hizo que el mar se la tragara, pero para entonces su nombre ya había corrido
como la pólvora. Sus fiestas desenfrenadas y legendarias, donde corría a
raudales el vino, sus numerosos burdeles, los banquetes opulentos con toda
clase de vicios y sus largas veladas nocturnas entre excesos, lujos,
vanaglorias y hedonismo le valieron el epíteto de «ciudad del pecado» y
conmovieron a historiadores, poetas y escritores.Para Cicerón, Bayas era
sinónimo de «desorden moral y perversión». El poeta romano Ovidio la definió
como «el lugar más apropiado para hacer el amor» y escribió que la gente «iba a
Bayas para curar sus cuerpos con las termas y volvía con heridas en el
corazón». Varrón contó en sus sátiras que allí «los viejos jugaban a ser
jóvenes y los jovencitos jugaban a ser doncellas». El poeta Marcial contó la
historia de la casta Levina: «En Bayas cayó en el fuego del amor, abandonó a su
marido y huyó tras un joven; llegó como Penélope y se fue como Helena».
Propercio, en sus elegías, advertía: «Márchate lo antes posible de Bayas, la
pervertida. Ojalá sus baños, insulto hecho al amor, desaparezcan para siempre».
Horacio plasmó que «ningún lugar en el mundo resplandece más que la amena
Bayas».Séneca, que le puso el sobrenombre de «pueblo del vicio», escribió que
por el puerto de Bayas sólo se encontraba a borrachos que a duras penas se mantenían
en pie, que había fiestas allá donde uno fuera, también en los barcos, y que la
música sonaba por todas partes.A pesar de que a Bayas se le llamaba ciudad,
carecía de tal estatus propio y en ella no había ni rastro de foros, templos ni
mercados propios de las urbes; solamente enormes villas de lujo engalanadas con
todas las comodidades. Era el lugar ideal para huír de la política de Roma, 250
kilómetros al norte, y dejar atrás la máscara de contención que debía acompañar
en la vida pública, para abandonarse al ocio y al hedonismo.
Muchos emperadores llegaron
a establecerse allí durante períodos más largos. «La ciudad llegó a convertirse
en una especie de sucursal de la corte imperial de Roma», apunta Talamo.Pero
Bayas no siempre fue un lugar de reposo lejos del ajetreo de la capital. La
política no descansaba ni en verano y la ciudad costera tenía su crónica de
poder: allí la élite de Roma también iba a conspirar, con y contra el
emperador. Entre sus muros, Pisón tramó su conjura para acabar con Nerón pero,
en el último momento, decidió cambiar de escenario para llevar a cabo el
plan.Sus dudas le costaron caro. El emperador descubrió sus intenciones y le
obligó a suicidarse. El mismo Nerón urdió también al cobijo de Bayas el
asesinato de su propia madre, Agripina, que, como él, tenía una inmensa villa
propia en la ciudad. Después de varios intentos fallidos en otros lugares,
decidió dejar de disimular y mandarla matar allí mismo. La ciudad de Bayas,
«Las Vegas de la antigüedad», «la Beverly Hills de la Roma antigua», «la
Pompeya sumergida» o «la pequeña Atlántida romana», con su turbulenta historia,
permaneció olvidada bajo el mar hasta que un buzo la descubrió en los 60. Este
tesoro olvidado ahora es un importante lugar de referencia de la arqueología
subacuática y parque arqueológico submarino que atrae a miles de visitantes.
http://www.elmundo.es/cultura/2017/08/20/59987fad268e3e9e628b4681.html
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