P. UNAMUNO
De la manera más
insospechada, cuando todo se confabulaba para que abandonara la música y dejara
pasar los días leyendo noveluchas, Giuseppe Verdi se topó con unos versos que
iban a cambiar el rumbo de su carrera y, en cierta medida, el de su país. Cuando
un libreto se abrió por la página donde se leía "Va, pensiero, sull'ali
dorate", el maestro supo que tendría que volver a componer pese al fracaso
de su estreno anterior. Lo que no podía adivinar es que 'Nabucco', además de
cautivar al público, se iba a convertir en una especie de himno patriótico y
reivindicativo de los anhelos de libertad de Italia. Y que él, el hijo de unos
campesinos analfabetos, iba a acceder al olimpo de los inmortales con una sola
obra
Estreno de la ópera
'Nabucco', el 9 de marzo de 1942 Como recordó Félix de Azúa en su discurso de
ingreso en la RAE y documenta Gonzalo Ugidos, los caminos del arte y la ciencia
no se entienden y, sobre todo, serían más aburridos de no existir la chiripa y la
serendipia, el hallazgo casual que surge mientras se busca otra cosa. Cuando
Giuseppe Verdi se encontró con el perspicaz empresario de La Scala, Bartolomeo
Merelli, un día de enero de 1841 estaba lejos de imaginar cuánto iba a cambiar
su fortuna en breve plazo. No estaba el maestro en su mejor momento aquella
noche de nieve en Milán. Había perdido en dos años a sus dos hijos pequeños y a
su mujer, ésta última mientras escribía la ópera cómica Un giorno di regno.
No
es extraño que el estreno resultara un fiasco total: ni el ánimo del compositor
era el más indicado para bromas ni la elección de los intérpretes fue la más
feliz.La mente de Verdi emitía señales de alarma. Sobrepasado por el
sufrimiento, decía que había perdido a sus tres seres más queridos "en
tres meses". En lo tocante a su carrera profesional, aseguraba que iba a
dejar la música y a pasar los días leyendo novelas malas.Es este Verdi desolado
y sin un chavo, que apenas ha podido calentar el estómago con un plato de sopa
en todo el día, quien se topa con Merelli, que se las ingenia para despertar el
interés del artista sin que parezca que ignora su dolor. Le cuenta que Otto
Nicolai, entonces en el apogeo de su éxito musical en Italia, ha rechazado un
libreto de Temistocle Solera sobre el rey Nabucodonosor y la opresión de los
hebreos y le sugiere que le eche un ojo. Sin compromiso, ya sabe que ahora
mismo no quiere componer...El maestro se lleva el manuscrito de mala gana y, en
cuanto llega a la casa, lo tira sobre la mesa; al caerse al suelo queda abierto
por una página donde sus ojos leen: "Va, pensiero, sull'ali dorate"
(Vuela, pensamiento, sobre alas doradas). El pasaje le conmueve porque
"era casi una glosa de la Biblia", cuya lectura siempre le había
deleitado, comentará él mismo.Pero Verdi sigue firme en su determinación de no
trabajar más con música y se va a dormir. El caso es que no puede pegar ojo
porque esos versos se le han metido en la cabeza. Tiene que levantarse para
leer todo el libreto, y lo hace no una, sino hasta tres veces, de modo que al
amanecer se lo sabe casi de memoria.Al día siguiente se presenta en La Scala
decidido a devolverle el libro a Merelli. "¿No es hermoso?", le
pregunta el empresario. "Muy hermoso", concede Verdi. "Pues
entonces ponle música", ataca aquel, buen conocedor de cómo funciona el
cerebro de un artista. "Jamás se me ocurriría", se cierra en banda el
músico. A continuación, Merelli le mete el manuscrito en el bolsillo del gabán
y lo saca del despacho gritándole: "¡Ponle música!".El compositor
relatará luego: "¿Qué podía hacer yo? Regresé a casa con el Nabucco en el
bolsillo. Un día una línea, otro día otra, una nota aquí y una frase allá y
poco a poco la ópera quedó compuesta". Sencillo. El grueso de la partitura
lo escribe en la primavera y el verano; para otoño está completa. El estreno se
programa para el 9 de marzo siguiente en La Scala con una mujer en el
endiablado papel de Abigaille, Peppina Streponi, que se convertirá en su esposa
hasta el final de los días de ambos.Antes de eso, la música fresca y radicalmente
nueva creada por Verdi había empezado a calar hondo entre quienes trabajaban en
el teatro. Según el musicólogo mexicano Alberto Askenazi, no había manera de
que carpinteros y tramoyistas hicieran nada durante los ensayos porque se
quedaban con la boca abierta escuchando aquellos acordes, en especial el coro
de los hebreos. Pero había algo más.No puede descartarse en absoluto que Solera
hubiera elegido con todo el tino del mundo un argumento que trataba de
esclavitud y liberación, aunque se situara en época remota (por disimular,
digamos), para ofrecerlo a un público, el italiano, que ansiaba sacar la cabeza
de su propio yugo, el austriaco. El rey Vittorio Emanuel simbolizaba esa ansia
de libertad, de manera que tras el estreno triunfal de Nabucco -coreado en el
mismo teatro y en las cantinas- el ingenio popular se puso a maquinar y en
pocas horas dio sus frutos.Las paredes amanecieron con pintadas que rezaban
"¡Viva Verdi!" y, en clave (usando el apellido del autor como
acrónimo), querían decir: "¡Viva Vittorio Emanuel, rey de Italia!".
Así pasó Verdi a ser de la noche a la mañana un héroe nacional completamente
inesperado y el músico más celebrado de Italia. No muchos años más tarde,
cuando George Henschel quiso enviarle una partitura, le dijo que bastaba con
estas señas: "Maestro Verdi. Italia".
http://www.elmundo.es/cultura/musica/2017/08/10/598b2cb746163fff718b4596.html
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