P. UNAMUNO
La vida es para los
agoreros un episodio pasajero entre dos muertes. Mahler la entendió o sintió
así durante toda una existencia marcada por pérdidas a su alrededor. Seis de
sus hermanos fallecieron, y ya casado con Alma Schindler fue su hija de cuatro
años la que perdió la vida, como si haber compuesto las 'Canciones de los niños
muertos' hubiese atraído la mala suerte a su hogar, como pensaba su mujer.
Otras desgracias como una cardiopatía y la infidelidad de Alma lo situaron al
borde de un precipicio emocional que lo convenció de consultar a Freud. Una
curiosa sesión de terapia-paseo propició que Mahler retomara la creación y una
gira enloquecida de conciertos por EEUU. Alcanzó a regresar a casa, pero ya
herido de muerte por una endocarditis bacteriana a la que no se sobrevivía en
la época anterior a los antibióticos.
Alcanzó a regresar a casa,
pero ya herido de muerte por una endocarditis bacteriana a la que no se
sobrevivía en la época anterior a los antibióticos.
Estreno de la 'Octava
Sinfonía', el 12 de septiembre de 1910Durante buena parte de su vida, Gustav
Mahler fue un director de orquesta de gran prestigio que sólo componía en
vacaciones. Su mujer, Alma -hija del pintor Emil Jakob Schindler-, nunca vio
con buenos ojos que dedicara su escaso tiempo libre entre 1901 y 1904 a poner
música al siniestro poemario de Friedrich Rückert conocido como Canciones de
los niños muertos.Era comprensible el horror de Alma Mahler, pero no lo era
menos la obsesión de su marido por un tema que siempre le había tocado de
cerca. Siendo pequeño asistió a la muerte de seis de sus 12 hermanos y al
suicidio de otro. En el verano de 1907, teniendo él 48 años y Alma 27, quien
fallece es una de las dos hijas de ambos, María (Putzi), antes de cumplir los
cinco.No hay que derrochar imaginación para hacerse cargo del estado mental del
músico, que antes de esta nueva desgracia ya había dado prueba de fuertes
fluctuaciones anímicas hoy englobadas en el trastorno bipolar. Pero la muerte
de Putzi sería sólo el primero de una serie de episodios que precipitarían su
final.A los dos días se le diagnosticó una cardiopatía grave, a lo que siguió
un aborto de Alma. El antisemitismo rampante lo forzó a dimitir como director
de la Ópera de Viena, que había regido férrea y brillantemente durante una
década. Y, para rematar al gran hombre, una carta le desvela la intimidad
carnal entre su mujer y el joven arquitecto Walter Gropius, quien la ha
remitido por error al «señor Mahler» en vez de a «la señora Mahler» en lo que
resulta difícil no ver un lapsus freudiano. En este punto entra en escena
precisamente la eminencia médica del momento, Sigmund Freud. Mahler tendría que
haber sido de piedra para no estar abatido por el peso de tantas calamidades,
pero Bruno Walter, su discípulo, lo vio tan desesperado que se armó de valor y
le sugirió visitar al psiquiatra, quien compartía con Mahler el origen judío y
podía ayudarle a sacar a la superficie los nudos emocionales que lo atenazaban
desde siempre. Dos veces le pidió cita por telegrama y dos veces la canceló,
hasta que un tercer cable -éste urgente- le llegó al Doktor estando de
vacaciones en el Mar del Norte.En atención a paciente tan célebre, Freud hizo
un paréntesis en sus días de descanso y citó al músico en un hotel de la ciudad
holandesa de Leiden (que en alemán significa sufrimiento, según algún biógrafo
quizá demasiado perspicaz). No hubo aquí diván, sino una curiosa sesión peripatética
de cuatro horas de la que sólo sabemos obviamente lo que contaron después los
protagonistas. En esa tarde del 26 de agosto de 1910, Freud rascó en la
infancia de Mahler hasta hallar algunas claves que explicaran tanto sus
conflictos interiores como su inspiración musical. A sus ojos, el binomio padre
autoritario y brutal + madre abnegada y sufriente habían dado como resultado un
hombre-niño en búsqueda ansiosa de una esposa igual a ésta última. De lo que
Mahler le contó de Alma, Freud dedujo: «Ella ama a su padre hasta el extremo de
que sólo fue capaz de elegir y amar a un hombre como usted».En el origen del
desarreglo psíquico del compositor había una experiencia relativamente banal
que no lo era en absoluto para una personalidad hipersensible, en carne viva,
como la del pequeño Gustav. Un día se escapó de casa para no oír los gritos de
sus padres discutiendo, y en la calle lo sorprendió el alegre sonido de un
organillero que tocaba una canción popular austriaca.Como quien se lamenta de
que el mundo siga girando tras la muerte de un ser querido, Mahler niño no
entiende cómo puede sonar una tonadilla así mientras, en casa, su vida estalla
en pedazos. Durante la sesión, el músico puede identificar en este episodio la
razón de que muchas de sus sinfonías contengan repentinos pasajes
intrascendentes en una atmósfera general de solemnidad.La conversación y el
paseo por Leiden resultaron de lo más fructíferos para Mahler -como mínimo le
servirían de desahogo-, tanto que se vio con fuerzas para retomar su trabajo
como director y firmar una gira de conciertos frenética por Estados Unidos.
Durante el verano de ese año completó el Adagio de la Décima Sinfonía y esbozó
los cuatro movimientos restantes, que ya no pudo terminar. Con el mejor de los
ánimos se enfrentó, el 12 de septiembre en Múnich, al estreno -su mayor éxito
en vida- de la Octava Sinfonía, que había escrito durante el verano en que
murió Putzi y que dedicó a Alma como para detener la sangría de amor que los
devastaba. En noviembre, el matrimonio embarcó rumbo a Nueva York, donde
dirigió a la Filarmónica una y otra vez hasta que su corazón, sencillamente,
reventó.
http://www.elmundo.es/cultura/musica/2017/08/14/599088f846163fe14b8b457e.html
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