DANIEL VERDÚ
Fachada de la iglesia de Sant’Apollinare, en cuyo interior estuvo
la tumba de Enrico de Pedis, 'Renatino'. GUIDO MONTANI EFE
-¿Quién? No, ya no está
aquí. Y haga el favor de marcharse, esto es algo muy serio. Roma ha borrado ese
nombre de su memoria. Así que... buenos días.
-Pero, ¿se lo han llevado?
-Yo no he dicho eso. Hable
con la policía y lárguese. Aquí no es bienvenido.
El alterado funcionario del
cementerio de Prima Porta, al norte de Roma, zanja en dos segundos la espera de
una hora en las oficinas funerarias. Y tiene razón, el cadáver ya no está aquí.
Pero se equivoca en algo: ningún romano ha borrado de su memoria el nombre de
Enrico de Pedis, uno de los tres capos de la Banda della Magliana, el grupo
criminal surgido a finales de los 70 y alrededor del cual orbitaron la mayoría
de crímenes, misterios y conspiraciones de la Italia reciente. Y eso es mucho
decir. El nombre de Renatino, como se le conocía realmente, planeó sobre el
secuestro de la niña Emanuela Orlandi y el de Aldo Moro, la famosa lista de la
logia secreta P2, el atentado de Bolonia, los escándalos del Banco Ambrosiano y
hasta la génesis de la última gran historia criminal de Roma: Mafia Capitale.
Difícil olvidarle.
El capo de la Banda della
Magliana, Enrico de Pedis, conocido como Renatino.
A Renatino [Dandi si han
visto la serie Roma criminal] lo cosieron a balazos a plena luz del día en el
número 66 de la calle del Pellegrino, entre la Piazza Navona y el Campo de’
Fiori. 20 años dirigiendo el grupo criminal más parecido a una mafia que tuvo
Roma dan para desayunar con enemigos cada mañana. Pero aquel 2 de febrero de
1990 el fuego vino de dentro. Hartos de su arrogancia y de verle amasar una
fortuna sin repartir un céntimo, los últimos miembros de su banda decidieron
tenderle una trampa y limpiarle el forro cerca de su casa (ventana con ventana,
por cierto, con la del primer ministro Giulio Andreotti). La emboscada la
ejecutaron 8 personas, pero solo llegaron vivos al juicio Angelo Angelotti y
Marcello Colafigli. El resto, eran años de plomo y morgue, murió en otras
reyertas.
Renatino, un tipo elegante
y previsor que gastaba parte de su fortuna en trajes caros y automóviles, se
concedió un capricho final antes de reunirse con sus antepasados. Un rapto de
fe le empujó en sus últimos días a desembolsar generosas sumas para la Basílica
de San Apolinar, una pequeña y recoleta iglesia junto a la Piazza Navona
fundada por el papa Adriano en torno al año 780. Su rector, monseñor Piero
Vergari, con quien De Pedis había trabado toda la amistad a la que pueden
llegar un cura y un mafioso, aceptó un donativo póstumo que le entregó en mano
su viuda y gran amor, Carla Di Giovanni. 450.000 euros que sirvieron para
terminar de pagar los plazos de una bonita tumba en la cripta de la basílica.
Un exclusivo reposo eterno que pasó a compartir con Giacomo Carissimi,
compositor de música barroca y maestro de la basílica, a quien se dio sepultura
en 1674; y con monseñor Antonio Palombi, nada menos que secretario personal del
papa Pio VI (1785).
El cadáver de Enrico De
Pedis, alias Renatino, tras el tiroteo que acabó con su vida en Roma en 1990.
En las basílicas romanas
solo suele enterrarse, si lo piden, a los cardenales que la tienen asignada por
el Papa. Así que Vergari, un sinuoso cura imputado luego por el asunto, tuvo
que esperar la aprobación del vicario de la ciudad y entonces presidente de la
Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Ugo Poletti. El documento que dio
cobertura legal al insólito entierro le encumbró para la historia como “un gran
benefactor de los pobres que frecuentaban la basílica” y “ayudaba a los
jóvenes”. Los fajos de la viuda pusieron música a la letra y periódicamente,
según recuerdan hoy quienes vivieron aquello, fue a visitarle. Un escándalo,
claro. Pero Italia era entonces una turbulenta nación en la que Andreotti, su
primer ministro, se besaba con el capo de la Mafia, los banqueros de Dios
aparecían suicidados, a Pasolini se lo había cargado un chapero que nunca dijo
la verdad y la República apuraba sus últimos días de pillaje a las puertas del
proceso de corrupción Mani Pulite. Así que el lío de Renatino, como tantos
otros en aquellos años de avaricia, pasó más o menos desapercibido.
El problema, o más bien el
mayor problema, llegó durante la transmisión en Rai3 de Chi l’ha visto, un
programa parecido a Quién sabe dónde. De repente, una voz anónima interrumpió
14 años de silencio.
—Para saber más sobre
Emanuela, mirad en la tumba de De Pedis y averiguad el favor que le hizo al
cardenal Poletti.
Emanuela Orlandi, 15 años,
hija de un funcionario del Vaticano que trabajaba directamente con el Papa,
desapareció el 22 de junio de 1983 cuando salía de su clase de flauta. ¿Saben
dónde? En el edificio pegado a la basílica de San Apolinar. El caso Orlandi, de
quien hasta Ali Agca, el turco que intentó asesinar al Juan Pablo II, aseguró
tener información, formó un remolino de podredumbre en el desagüe de la cloaca
italiana que terminó salpicando al Vaticano, a los servicios secretos y, como
no, a Renatino. Lo confirmó Sabrina Minardi, la ex prostituta del Trastevere
convertida en amante de De Pedis durante 10 años. Y podía ser cierto, no era
cualquiera. Roma y sus conspiraciones conformaban entonces un círculo tan
reducido, que hasta ella misma dijo que Roberto Calvi, el banquero de Dios
asesinado en Londres, había pasado por su alcoba.
Anuncio de la desaparición
de Emanuela Orlandi que se colgó en las calles de Roma.
La Minardi, esposa también
del mítico delantero centro del Lazio Bruno Giordano, aportó pistas del
secuestro y señaló directamente a su examante. Según ella, a la niña la había
secuestrado y asesinado Renatino. Además, dio modelo y matrícula del BMW con la
que la había transportado, que 18 años después apareció donde decía y, para
colmo, había pertenecido a un empresario relacionado con el Banco Ambrosiano.
La familia de la
desaparecida redobló la presión y al cabo de unos años, el 14 de mayo de 2012,
rodeada del mayor circo mediático que se recuerda en el centro de Roma, la
policía científica abrió un sarcófago de mármol intentantdo cerrar una parte de
la historia de Italia. Y ahí estaba Renatino. Él y centenares de huesos de
cadáveres que se remontaban a una fosa del siglo XVIII y que tuvieron que
archivar uno a uno en 400 cajas durante varios días. Pero de la niña Orlandi,
como había insinuado aquella misteriosa voz que algunos corrieron a relacionar
con el poderoso cardenal y ex presidente del Banco Vaticano, Paul Marcinkus,
nunca hubo ni rastro.
Así de accidentadas
transcurrieron las últimas horas de Enrico de Pedis en la basílica San
Apolinar, hoy una tranquila iglesia que abre de vez en cuando y gestiona una
prestigiosa universidad pontificia. El capo fue trasladado al cementerio de
Prima Porta, pero como sostiene el exaltado funcionario, también se marchó de
ahí. Su cuerpo fue incinerado y sus cenizas se perdieron en el mar junto a la
piedra Rosetta de la mayoría de misterios de la crónica negra italiana. O, al
menos, eso dice la versión oficial.
https://elpais.com/cultura/2017/08/09/actualidad/1502294815_277470.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario