La legendaria Emma
Steele de 'Los vengadores', chica Bond y diva de 'Juego de tronos' celebra
cinco décadas de carrera televisiva
IRENE CRESPO
Hay una mujer a la
que el final de Juego de tronos le da igual. “A mí me mataron hace mucho”,
despacha sin emoción la Dama Diana Rigg, una mujer de 80 años para quien el
éxito de HBO es solo un título más de una larga y legendaria carrera
televisiva. “No tenía ni idea de qué iba cuando me llamaron para ofrecerme el
papel, y no tengo ni idea de por dónde siguió cuando me fui. Nunca la he
visto”, continúa. Pero de pronto, salta, esta vez, excitada. “Lo que estoy
viendo ahora es Fleabag [la aclamada comedia surrealista de Amazon Prime
Video], me encanta, esa mujer [su protagonista y creadora Phoebe Waller-Bridge]
es brillante”.
Diana Rigg, leyenda
superviviente de la televisión nacida en Doncaster (Inglaterra), está muy
agradecida a Juego de Tronos no solo porque la convertido en un rostro conocido
entre las generaciones jóvenes que no crecieron viendo su primera serie, otro
título revolucionario de la pequeña pantalla británica allá en los sesenta, Los
vengadores, del que, admite, ella tampoco sabía nada en su momento. “Cuando me
llamaron yo estaba en la Royal Shakespeare Company, era muy joven, era pobre,
ni siquiera tenía un televisor", cuenta. Aceptó el papel de la brillante
Emma Peel, primero ayudante y luego compañera del superespía John Steed (Patrick
Macnee): sus colegas del teatro pensaban en aquella época que irse a la tele
“era casi prostituirse”. “Me dijeron que malgastaría mi carrera”, dice. Tal vez
se perdió a una gran Lady Macbeth. Pero Los vengadores era un éxito y ella, un
personaje sexual pero serio en este ambiente kitsch, se convirtió en una
estrella, una heroína pop, un símbolo feminista. “Ninguno en ese rodaje
imaginamos que Emma se convertiría en ese referente para tantas mujeres”,
explica.
Está en el Hotel
Martínez de Cannes, donde ha recogido estos días, en pleno festival
Canneseries, el premio Icon Variety a toda su carrera… ¿como icono? “Estoy
intentando averiguar qué significa eso de ser un icono. Según el diccionario,
es un símbolo o imagen que es venerado, así que, venga, empezad a venerarme”.
Bromea porque jamás
se sintió a gusto con los grandes gestos o las palabras pomposas de la
industria. No le gustó que la etiquetaran como icono sexual ni icono de estilo
mientras encarnó a Emma Peel. Evitó las alfombras y las fiestas. “Y cuando iba me
compraba mi propia ropa: nunca me han regalado nada”, dice. A lo largo de una
carrera de sesenta años, entre el teatro, el cine y la televisión, ha recibido
premios, homenajes y buenas críticas, aunque el mejor halago le llegó de su
actriz favorita: “Una noche, no recuerdo ya qué obra estaba haciendo en
Londres, apareció Katharine Hepburn en mi camerino, me dio la mano y me dijo:
‘A Spencer [Tracy] le has encantado”. No todos los comentarios han sido buenos.
Tras Los Vengadores protagonizó una comedia en EE UU, Diana: “Fue un completo
desastre. Aunque me dio para pagar la hipoteca”, celebra.
Se ha reído tanto de
la profesión que convirtió la crítica “más cruel” de su propia carrera —una en
la que comparaban su cuerpo desnudo con “un mausoleo de ladrillo mal
apuntalado”—, en un libro de éxito, No Turn Unstoned, para el que pidió a sus
compañeros de profesión que compartieran también sus peores juicios. “Hepburn
contestó enseguida, otros nunca lo hicieron o dijeron que no tenían:
¡mentira!”, exclama. “Solo si eres buen actor y estás seguro de ti mismo sabes
encajar también los comentarios malos”.
Rigg está hablando a
regañadientes: con ironía y frases cortas. No le gusta mirar atrás en su vida o
su carrera, pero está obligada por eventos y reconocimientos como este que le
dedican en Cannes. “¿Qué sentido tiene la nostalgia, la retrospección? Es una
añoranza del pasado y yo soy muy feliz con mi presente. Mi cabeza me funciona y
mi cuerpo responde lo suficiente, así que puedo seguir trabajando. Ahora, en
abril empiezo a rodar con Edgar Wright [el director de Baby]”, anuncia.
Además, sigue
sorprendiéndose por lo que ve en la pantalla pequeña (y también en su iPad). No
verá Juego de tronos (“no me va la fantasía”), pero repite constantemente lo
buena que es Fleabag. “La televisión ha cambiado tanto, yo llegué cuando era en
blanco y negro, cuando las series se rodaban en directo y si cometías un error,
toda Inglaterra lo veía. Eso sí que daba miedo”, rememora. “Aunque algunas
cosas no han cambiado. Hoy siguen luchando por la igualdad salarial, como yo
reclamé en Los vengadores el día que me enteré de que cobraba menos que el
cámara”, detalla. “Me quejé públicamente, los periódicos se hicieron eco y lo
logré, pero me quedé sola, nadie me apoyó, ni siquiera mi querido Patrick
(Macnee). Era maravilloso, pero como tantos hombres, no quería meterse en
problemas".
Abandonó Los
vengadores en 1968, en plena cima, y volvieron a augurarle un mal futuro. Un
año después, Rigg no solo era chica Bond, sino Señora Bond, la única esposa del
espía, en 007 al servicio de su Majestad (1969). Y, como en todo, su recuerdo
favorito de aquel filme es muy terrenal. “Lo mejor fue cuánto me pagaron y ver
cuánto se gastaban en el rodaje, nunca había visto esa generosidad”, bromea.
“Pensé que ojalá fuera siempre así, pero no lo fue. Mi gran carrera en el cine
era casi inexistente antes de Bond y lo fue también después”.
https://elpais.com/cultura/2019/04/12/television/1555085126_606585.html
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