Ópera en tres actos. Música de Antonín Dvorák (1841-1904).
Libreto de Jaroslav Kvapil,
basado libremente en el cuento de hadas Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fouqué e inspirado en el cuento La sirenita
(1837) de Hans Christian Andersen y otros relatos europeos.
Estrenada en el Teatro Nacional de Praga el 31 de marzo de 1901 Y en el Teatro
Real el 15 de marzo de 1924. 16 de
noviembre de 2020.
Nueva producción del Teatro Real, en coproducción con la
Säschsische Staatsoper de Dresde, el Teatro Comunale de Bolonia, el Gran Teatre
del Liceu de Barcelona y el Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia. DILIA,
Theatrical, Literary and Audiovisual Agency, Praga.
“Por tu amor, tu
belleza, tu pasión humana e inconstante
que se ha convertido
en una maldición para mí, alma humana:
¡Que Dios sea
misericordioso contigo!” (Russalka)
Ficha artística
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo, Orquesta Sinfónica de Madrid)
Director musical,
Ivor Bolton
Director de escena,
Christof Loy
Escenógrafo,
Johannes Leiacker
Figurinista, Ursula
Renzenbrink
Iluminador, Bernd
Purkrabek
Coreógrafo, Klevis
Elmazaj
Director del coro,
Andrés Máspero
Reparto
Rusalka, Asmik
Grigorian
El príncipe, Eric
Cutler
La princesa
extranjera, Karita Mattila
Vodnik, Maxim
Kuzmin-Karavaev
Jezibaba, Katarina
Dalayman
Lovec, Sebastià
Peris
Hajny, Manel Esteve
Kuchtik, Juliette
Mars
Primera ninfa,
Julietta Aleksanyan
Segunda ninfa,
Rachel Kelly
Tercera ninfa,
Alyona Abramova y bailarines y actores
Esta creación de Antonín Dvorák, compositor checo, no se veía en el
Real desde hace casi un siglo, como expresó el director artístico Joan Matabosch en la rueda de prensa.
El coliseo madrileño sigue abierto, con una rebaja importante en la ocupación
de su aforo, pero es de los pocos teatros europeos, junto con otros en Madrid y
España, que siguen ofreciendo funciones presenciales, siguiendo las normas
habituales antipandémicas.
Aunque la salida a la venta de las entradas para Rusalka dependió
de la disponibilidad de aforo y, debido a las restricciones, no hubo entradas
de Último Minuto.
Hechas estas puntualizaciones, necesarias sobre todo para lectores
extranjeros de esta reseña (para ver cómo va la cultura y se resuelven los
públicos y el uso de las salas en este país), habría que señalar que el libreto
de la ópera más célebre de Dvořák, estrenada en Praga en 1901, está inspirado
en la versión checa de la leyenda folclórica centroeuropea que conocemos
también a través de Undine (1811) de Friedrich de la Motte Fouqué y La sirenita
(1837) de Hans Christian Andersen.
Tal y como escriben los expertos en el programa de mano y espacios
anejos (rueda con medios, dossier de prensa, programa de mano, detallado por
cierto, como suele, etc.), el relato original encuentra una perfecta traducción
musical en una partitura en la que es posible adivinar la influencia wagneriana
en las corrientes fluviales de El anillo del nibelungo.
Se pueden descifrar además, notables simetrías con otra fábula acuática de sacrificio y redención, Sadko (1898) de Rimski-Kórsakov, todo ello sin renunciar a las raíces bohemias que el compositor, como artista comprometido con la música y la cultura nacional checas, imprimió a la mayor parte de sus creaciones.
La partitura exhibe una
distinta orquestación para representar el mundo de la naturaleza y los
espíritus -con mayor riqueza armónica y una paleta tímbrica diáfana y
delicada- y el mundo de los hombres, aferrada a una instrumentación más
convencional y oscura.
El director de escena Christof
Loy tiende un puente entre estos dos universos aparentemente
irreconciliables, ahondando en los sentimientos, pasiones, anhelos y
contradicciones de los personajes, que, en una atmósfera fantasmal, transitan
de la vida al escenario, en una producción que es un profundo homenaje al
teatro como territorio de catarsis y sublimación de las emociones. La grandeza
de esta ópera extraordinaria radica -dice Loy- en que “como las grandes obras de la historia, busca explorar la vida y no
juzgar las formas de vivirla”.
Aunque se hurtan en parte los elementos oníricos y mágicos de los
cuentos de hadas, ya que no hay lago, sino que el contexto es un viejo teatro,
una roca simplemente encarna la Naturaleza, lo que se traduce tal vez en la
pérdida de cierto duende y misterios propios en este tipo de narrativa y su
representación.
Así se insiste en el material de prensa y divulgación del Real, que el hábitat acuático –con la sirena protagonista, su autoritario padre Vodník, la avezada hechicera Ježibaba (convertida en su madre) y las ninfas, sus hermanas- esconde complejas y conflictivas relaciones entre los personajes que, en la concepción de Loy, se transforman en una extraña y olvidada familia de teatro con un pasado glorioso, cuyos miembros, como espectros, viven de recuerdos nostálgicos, pero también de ilusiones. Y en ese espacio cerrado, decadente y evocador concebido por el escenógrafo Johannes Leiacker, con iluminación de Bernd Purkrabek y vestuario de Ursula Renzenbrink, todo se mueve con el sueño de una bailarina coja enamorada, que aspira a llegar al cielo con sus zapatillas de punta y el poder transformador del amor.
Como mis lectores, entre los cuales hay evidentemente colegas más o
menos afectos y otros fans que me siguen y a los que en ocasiones claramente
inspiro, he tenido que abandonar las referencias a mi citado y amado Bruno Bettelheim, el de El
Psicoanálisis de los cuentos de hadas, (de mi primero de carrera de Psicología)
para pasarme a otro clásico, (ahora de los estudios filológicos), Vladimir Propp y sus leídas y estudiadas
teorías sobre el cuento.
En tiempos, los primeros cuentos de hadas estaban orientados sobre
todo a las audiencias adultas y menos a los niños, aunque estos comenzaron a
asociarse con los infantes desde que los hermanos
Grimm titularan su colección como Kinder- und Hausmärchen (trad. literal:
«Cuentos de los niños y el hogar»), el vínculo con los niños ha ido
fortaleciéndose con el transcurso de los años.
Vladímir Propp, en su Morfología
del cuento, criticó la distinción entre «cuentos de hadas» y «relatos de
animales» basándose en que muchas historias contienen tanto elementos mágicos
como animales fantásticos. Y así, Propp utilizó todos los cuentos populares rusos
clasificados en el conjunto de tipos 300-749 en el sistema de clasificación Aarne-Thompson —en un intento por
brindarles una distinción— para establecer propiamente un nuevo grupo de
cuentos.
En su hipótesis de trabajo, identificó a los cuentos de hadas por los elementos de la trama, aunque se lo criticó porque su análisis no se aplica fácilmente a las historias que no impliquen una búsqueda y, además, a aquellos, se los puede encontrar en obras que no son consideradas como cuentos de hadas.
Es obvio pero hay que decirlo y recordarlo, que poner en pie una
ópera como esta es una obra colosal, titánica, especialmente en los tiempos que
debemos afrontar. El director, Ivor
Bolton, es un especialista en navegar por aguas procelosas, variadas, y aún
se le podrían objetar aquí y allá defectillos o apreciaciones, sus tres horas y
media de dirección ya merecen un respeto y un agradecimiento. Suena bien la
orquesta, donde destaca el arpa, muy utilizada en esta partitura, de Mickaële Granados.
El coro a, mando de Andrés
Máspero, siempre en su sitio, responde como suele, muy ajustado a la
partitura y a las indicaciones del director.
Sorprendente el ballet orgiástico del II Acto, preciosa la Canción de la luna a cargo de Asmik Grigorian, que dio el máximo en toda la actuación, con un dúo final feérico, en el tercer acto, aunque muy real y expresivo. Con una voz bonita de soprano lírica, buena línea de canto, agudos, capacidad escénica y hasta demostración de un pasaje en puntas que no hubiera enjuagado alguien que no fuera bailarina. (Y no puedo evitar recordar, en otra vida, La danza de los siete velos que dibujó Montserrat Caballé en el Teatro Colón de Buenos Aires. El público comentó, “No lo bailará ella, por supuesto”. Pero lo hizo y le quedó de maravilla).
El tenor norteamericano, Eric
Cutler, noticia para muchos por cantar y actuar escayolado, con una lesión
severa en el talón de Aquiles, desempeñó adecuadamente su rol y lo declinó con
eficacia y holgura, dadas las circunstancias. Bravo!
Mítica Karita Mattila
como la princesa extranjera, con fuerza, con poderío, aprovecha y maneja con
arte su experiencia en roles y actuaciones anteriores, como su recordada Katia
Kabanova en el Real, de 2008. Satisfactoria la prestación también de Katarina Dalayman, como Jezibaba, llena
de misterio. Y lo mismo podría adjuntarse para Vodnik, en la voz de Maxim Kuzmin-Karavae, hábil y sugerente, pensando en el idioma de la partitura
no siempre es el nativo de todos los cantantes.
Dvorak: Rusalka - Moon Song, Asmik Grigorian
Otro desafío conseguido, superado. Fatto! Ponemos singladura fértil
hacia el siguiente, que también será arduo, pero fascinante. Como siempre. Well
done everybody!
Alicia Perris
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