Reparto
Argan, J. M. Flotats
Tonina, Anabel
Alonso
Angélica, Belén
Landaluce
Belina, Lola
Baldrich
Señor Buenafé,
Alejandro Sigüenza
Cleantes, Rubén de
Eguía
Señor Diarreus,
Eleazar Ortiz
Tomás Diarreus, francisco
Dávila
Beraldo, Joaquín
Notario
Señor Oliscante,
Bruno Ciordia
Señor Purgón, Arturo
Martínez Vázquez
Equipo artístico
Dirección y versión
Josep Maria Flotats
Traducción, Mario
Armiño
Escenografía, Ezio
Frigerio y equipo
Iluminación, paco
Ariza
Vestuario, Franca
Squarciapino
Composición
musical, Daniel Espasa
Profesores de Canto,
Andreu Gallén y Jesús Gago
Y ayudantes ad hoc
Notas a vuelapluma
de una función gozosa
El Teatro de la Comedia ritmó mi vida de profesora de francés e
inglés, cuando vivía en la calle Barquillo y corría hasta Sol cada día, dos
veces, para dar clases a alumnos de turismo. Fue en mi Prehistoria.
Una de las grandes ventajas de la residencia ése y años siguientes,
fue que podíamos ir en trío familiar, a ver todos los Tirsos, Lopes y Calderones que acertaban a producirse, con inacabable
ingenio, en aquella sala deliciosa, siempre llena de gente. Íbamos los jueves,
que creo era mitad de precio y al primer piso.
Molière, también, acompañó
mi aprendizaje en la mítica Alliance Française de Buenos Aires, de la calle
Córdoba, que era siempre un bullicio de actividad, de ganas de aprender, de
viajar, de levantar el vuelo. ¡Y qué profesores!... A Molière lo cortejaban en
esas clases de literatura que duraron nueve cursos, todo los clásicos del siglo
XVII, La Fontaine, Racine, Corneille,
de quien había que aprenderse las Stances
du Cid de memoria. Siglo XVIII, XIX, novela, poesía, un no parar…hasta hoy.
Lo conocí en el cine, en la película doble de la biografía del
cómico Jean Baptiste Poquelin, que recorría los caminos de
Francia, con una moral dudosa y su escritura dramática vivida en las
representaciones cotidianas frente a un público asombrado y a menudo
analfabeto. De la Commedia dell´Arte, al drama y de ahí a la recreación total y
desinhibida de la sociedad de la época.
Una mala vida de pobreza y muchas amantes, muchas penurias, hasta
que llegó, con esfuerzo, a ser la compañía del rey (Luis XIV). Descubrí así la
cinta de Arianne Mnouchkine y su
maravilloso Théâtre du Soleil, que
continúa creando. Ha fluido mucha agua debajo de cada puente que tuve que
cruzar y superar y donde me dejé girones de batallas, de luchas, de esfuerzo, a
veces, también, de melancolías y de pérdidas.
Josep M.Flotats, a quien le hice hace 4 años una entrevista divertida aunque formal, que también se publica en este blog, me devuelve ahora, no solo a Molière y a su enfermo imaginario (en el hospital tuve que lidiar con algunos, como profesional del equipo de psiquiatría, en el trasiego diario con muchos), sino también a reflejos especulares de mi propia trayectoria, llena de aventuras, correrías de carretera, yendo a dar clases en provincias (¡qué bien hemos vivido algunos funcionarios!) y luego al hospital, de voluntaria, planes y sueños y garabatos escritos, algunos mejores que otros.
Maître Flotats se enfrenta al enorme clásico sin miedo, con la
valentía de quien –probablemente- lo ha vivido y representado casi todo. Fluye
por el escenario como un joven que se despacha en verso y en gestos como suele.
Su estilo y su trayectoria empiezan a apreciarse ya cuando lo vemos cómo se anuda en un gesto rápido su bufanda al cuello y cómo exhibe sus batas y las despliega, como si fueran las del legendario Nureyev en Gisèle, corriendo por el escenario. Acompañado magníficamente por una Anabel Alonso, como Tonina, de una versatilidad que sorprende y encandila, en estado de gracia.
Fantásticos los otros integrantes de la obra, con un desarrollado
instinto para el palcoscenico, la dicción, cuidada, el trabajo corporal y de la
voz, las maneras, los andares. Vestuario
en la gama de grises el vestuario de Franca Squarciapino, con un corte y
costura impecables, a medida.
Bonita y ágil la escenografía original de Ezio Frigerio y Riccardo
Massironi. Cada actuación tiene un bordado diferente y una luz encausada
hacia otro ángulo de la sala, donde, una desasosegada, dejó sonar cruelmente su
móvil, a pesar de las advertencias de silenciarlo, antes de comenzar la velada.
Suele ocurrir, pero sigue molestando cada vez. Y es una falta de respeto…
Lo mejor de todo fue la alegría del montaje, y la entrega de los actores y el director, él mismo en los ropajes del señor Argán, el pesado “malade imaginaire” que roba la paciencia de todos a los que tiene cerca.
No siempre se lee y se expone Molière al cien por cien, como en una
representación canónica, pero se respira
su espíritu, su genio, su inevitable picardía y persecución a todos los gremios
de necios que poblaban la geografía burguesa ascendente de Francia, camino de
la Revolución Francesa, décadas después: médicos, falsos devotos, notarios,
abogados, gañanes y buscavidas, preciosas ridículas, misántropos y tantos más.
Se percibe con facilidad que cada uno de los artistas en escena y
los que están detrás, la música, la iluminación, y hasta la lujosa labor del
clásico Mauro Armiño en la traducción, han disfrutado con esta producción.
El final, cuando el propio enfermo asume en una burla general su condición de flamante médico, es apoteósico. Regodeo de términos médicos y enfermedades inventadas para mayor deleite del antiguo enfermo, sazonado con latines espurios y rimbombantes, cómicos, por aquí y por allí. Un ballet multicolor con máscaras ( que no mascarillas) alla veneziana, precioso. El público aplaudió mucho y hubo un diluvio de bravos reiterados.
Y además y esto es fundamental, se han sentido en la obligación social de abrir un teatro mientras fuera (y dentro) puede arreciar la pandemia, la incultura, la falta de estímulos y la postergación de eventos para nutrir el espíritu y los cerebros de los ciudadanos, que parecen ahora dormir el sueño eterno.
No solo han conseguido abrir de nuevo las puertas de una sala como
el Teatro de la Comedia de la calle
Príncipe, sino que la han llenado de escenas con talento, sol, entrega y luz.
Nos han devuelto la capacidad de dejarnos llevar para disfrutar y compartir. A
todos muchas gracias. Y a Maître Flotats,
siempre, mi más afectuoso y rendido reconocimiento, por hacer realidad, otra
vez, todos sus sueños posibles, y los nuestros.
Alicia Perris
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