Now that the results of the election are clear, President Donald Trump, Secretary of State Mike Pompeo, and others in this administration should listen to what the first Republican president, Abraham Lincoln, said: “How many legs does a dog have if you call his tail a leg? Four. Saying that a tail is a leg doesn’t make it a leg.” – John Yau, Co-Editor, Hyperallergic Weekend |
Kamala Harris y Joe
Biden, el sábado tras su comparecencia en Wilmington. En vídeo, el discurso de
victoria de ambos.FOTO: AFP | VIDEO: EPV
AMANDA MARS
Estados Unidos ha cambiado el paso y puesto punto final a la era Trump. El demócrata Joe Biden ha derrotado al republicano en las elecciones presidenciales tras un escrutinio agónico, que comenzó el martes por la noche y dura ya cuatro días. Una marea de votos, con especial fuerza de las mujeres, los jóvenes y las minorías, ha decidido expulsar de la Casa Blanca al magnate neoyorquino que llevó el populismo más agresivo, rayano a lo xenófobo, al centro del poder. La victoria de Biden, un político moderado de 77 años, se enfrenta a un Donald Trump declarado en rebeldía, que ha decidido llevar a los tribunales el resultado agitando infundadas acusaciones de fraude. Su caída no implica el fin del ideario trumpista, pero sí refleja que la unión de los votantes demócratas es más numerosa y representativa de este país que la derecha blanca a la que él ha apelado durante cuatro años.
Biden será presidente después de las elecciones más insólitas y
trascendentales de la historia reciente, marcadas por la pandemia y por una ola
de participación que no se había visto en 120 años. La última actualización del
escrutinio en Pensilvania este sábado por la mañana (sábado por la tarde en
España) certificó a Biden ganador de ese territorio clave y, con él, vencedor
de los comicios. Había sobrepasado los 270 votos electorales requeridos para
conquistar la Casa Blanca, y Trump se acababa de convertir en el primer
mandatario de los últimos 25 años que pierde una reelección (después de George
Bush padre, en 1992) y el tercero en sufrir semejante derrota desde la Segunda
Guerra Mundial (Jimmy Carter, en 1980). “Seré el presidente de todos los
estadounidenses, independientemente de que me hayan votado o no”, prometió
Biden nada más confirmarse el resultado.
En cuanto los grandes medios de comunicación certificaron la
victoria, cerca de las 11.30 de la mañana (hora de Washington, 17.30 hora
peninsular española), las calles de las grandes ciudades estallaron de alegría
y el centro de la capital, una urbe rabiosamente demócrata, se convirtió en un
mar de bocinas de automóvil, en un grito interminable. La rabia de las ciudades
progresistas, de los afroamericanos y de las mujeres había inundado las urnas
y, luego, llevó la euforia a las calzadas. Kamala Harris, de padre jamaicano y
madre india, será la primera mujer vicepresidenta de la historia de EE UU. Se
acaba de romper una barrera.
El vicepresidente de la era Obama ha logrado una victoria rotunda.
Con los resultados hasta el sábado, ha obtenido cuatro millones más de votos
populares que Trump, lo que supone una ventaja de casi tres puntos porcentuales
(una de las más elevadas en las últimas décadas). Ha recuperado los tres
Estados clave del cinturón industrial que sentenciaron a Hillary Clinton en
2016 por muy poco (Míchigan, Wisconsin y Pensilvania), conservado todos los
territorios que esta ganó, y acaricia, además, la conquista de feudos republicanos
como Arizona y Georgia, que no escogían a un presidente demócrata desde los
años noventa.
“Es hora de bajar la temperatura y cerrar heridas; mirarnos,
escucharnos de nuevo y dejar de ver a nuestros oponentes como rivales. No lo
son, son estadounidenses”, recalcó por la noche (madrugada en España), en su
discurso de la victoria, en Wilmington (Delaware), su ciudad.
“No voy a ser el presidente que divida, sino el que una”, añadió el
demócrata, que insistió en que no gobernará como un político de un partido,
“sino para todos los americanos”. “Voy a trabajar tan duro por aquellos que no
me votaron como por los que lo hicieron, porque es hora de poner fin a la
demonización [del contrario], la gente quiere que demócratas y republicanos
unan fuerzas”, subrayó.
Vienen, sin embargo, horas muy difíciles. Trump se arroga la
elección y ha preparado toda una artillería judicial para contestar el
escrutinio, llevando el caso al Supremo si es necesario, cuestionando el rigor
del proceso y el conteo de los votos anticipados. “Los votos legales deciden
quién es el presidente, no los medios”, dijo el presidente en un comunicado.
Horas antes, en su cuenta de Twitter, escribió en mayúsculas y signos de
exclamación: “He ganado estas elecciones por mucho”. Mientras, Biden recibía
las felicitaciones de algunos republicanos como el senador Mitt Romney o el
exprecandidato presidencial Jeb Bush.
La derrota del republicano significa un repudio a una era
turbulenta y transmite un poderoso mensaje al resto del mundo, donde otros
movimientos populistas han empezado a sufrir desgaste. Con todo, no se traduce
en el fin de las ideas y sentimientos que lo auparon, ni implica que la brecha
social y cultural que parte al país esté camino de cerrarse. Las
manifestaciones durante el escrutinio de los votos, que han incluido a
trumpistas armados con fusiles, dan cuenta de la alta tensión vivida. Las
victorias en algunos territorios cruciales han sido muy estrechas. Pero sus
opositores son más.
A Biden no lo ha encumbrado el entusiasmo ni el carisma, sino una colosal ola de rechazo a Trump. Esta comenzó a edificarse con aquella primera Marcha de las Mujeres, al día siguiente de su toma de posesión, en Washington; con las manifestaciones por el clima o con las protestas de los jóvenes contra las armas. En las elecciones legislativas de noviembre de 2018 se cristalizó con la mayor victoria demócrata desde el caso Watergate, y este verano, con la dura respuesta del mandatario a las movilizaciones contra el racismo, subió de revoluciones. La errática gestión de la pandemia acabó de espolear a los votantes, que el pasado martes cortaron el paso a un segundo mandato del republicano.
Los resultados de Trump, por otra parte, dan cuenta de la capacidad
de movilización que el magnate tiene entre las bases republicanas. En medio de
una grave crisis económica y sanitaria, y tras cuatro años de polémicas, con
impeachment mediante, el presidente ha obtenido siete millones de votos más que
en 2016 (el segundo más votado de la historia). El éxito del republicano no es
una carambola, no es una casualidad, Trump no es el empresario ajeno a la
política que quiere representar, es un candidato con un buen olfato político.
No ha bastado, sin embargo, para frenar el empuje demócrata.
Biden, de perfil centrista y casi octogenario, es, con sus 75
millones (según los datos del sábado por la tarde), el candidato con más votos
de la historia de Estados Unidos. Estas cifras colosales se deben a la
respuesta masiva de los estadounidenses.
El exvicepresidente parecía hace un año una apuesta contraria a los
tiempos, ajena a la savia nueva del Partido Demócrata, lejana de los pujantes
discursos del ala izquierda de la formación y sin el ímpetu suficiente para
hacer frente a un tigre político como Trump. Su figura, sin embargo, es la que
más consensos generó entre las diferentes sensibilidades; su estabilidad, su
moderación y sus irresistibles dosis de empatía lo convirtieron en ese nombre
en torno al que cerrar filas. En unas primarias con más de 20 aspirantes, se
erigió en ganador.
Biden es descendiente de una familia irlandesa trabajadora, hijo de
un vendedor de coches Chevrolet de Delaware, un pequeño Estado a una hora y
media de la ciudad de Washington. Nació en 1942 en Scranton, una ciudad minera
de Pensilvania, pero su padre perdió el trabajo y, cuando apenas tenía 10 años,
se mudaron. En Delaware estudió Derecho y también allí comenzó una carrera
política prometedora y precoz. Fue elegido senador por primera vez en 1972, a
los 29 años, y lanzó su primera carrera por la Casa Blanca en 1987 con un
desenlace para olvidar: se retiró de las primarias entre acusaciones de plagio.
En las de 2008, frente a Barack Obama y Hillary Clinton, también se apeó
pronto, sin opciones, pero el joven Obama le escogió como número dos y fue
vicepresidente ocho años.
Su vida está marcada tanto por la ambición como por la tragedia. Al
cumplir los 30, recién elegido senador, perdió a su primera esposa y a su hija
de un año en un accidente de tráfico. En 2015, murió por cáncer otro de sus
hijos, Beau, una estrella ascendente del Partido Demócrata que siempre le animó
a seguir.
Ahora ha culminado la promesa que le hizo a Beau y el sueño que empezó a acariciar hace medio siglo. Cuando jure el cargo tendrá 78 años y será el presidente con más edad en llegar al Despacho Oval. Todo indica que cumplirá un solo mandato. Durante la campaña, para aplacar recelos sobre su edad, su entorno indicó que no se presentaría a la reelección, lo cual dirige el foco hacia su compañera electoral, la futura vicepresidenta, Kamala Harris.
La senadora de California, de 56 años, es ya una más que potencial
aspirante a relevar a Biden en 2024. El ascenso del número dos de Obama al
despacho más poderoso del mundo no ha dejado resuelto el relevo generacional
del partido, asignatura pendiente para la siguiente elección. Harris, una
exfiscal negra, ya fue una de las aspirantes de las primarias demócratas de
este año.
Pero falta una legislatura muy complicada. El futuro presidente
afronta el reto de sacar al país de una grave crisis económica y sanitaria que
nadie veía venir hace tan solo un año, y deberá hacerlo en medio de una grave
fractura política y social. Los estadounidenses están más divididos que hace
cuatro años en asuntos como la raza, el género o las armas, y la campaña se ha
desarrollado de forma especialmente bronca. El Congreso sigue fracturado, con
los resultados disponibles no parece que los demócratas vayan a recuperar el
Senado y el mandato se arriesga a un bloqueo legislativo si no hay manera de que
los dos partidos colaboren.
El desgarro con el que se ha desarrollado el propio proceso
electoral empeora las cosas. Trump ya ha advertido de que impugnará la derrota.
Es el hombre que usa “perdedor” como insulto más recurrente y suele hablar de “ganar”
para referirse al progreso y desarrollo de Estados Unidos. El martes electoral,
mientras los estadounidenses votaban, se expresó con franqueza ante un grupo de
periodistas en la sede del Comité Republicano de Virginia: “Ganar siempre es
fácil; perder, no. No para mí”, dijo.
Trump es un personaje irrepetible, un vendaval. Tanto, que su
entorno ha dejado caer que podría presentarse de nuevo en 2024 y nadie lo ve
inverosímil. Solo un capítulo más en la vida de un presidente excéntrico. La
confrontación es su hábitat y el rechazo lo alimenta. Con los medios mantiene
una histórica relación amor-odio: los denigra al mismo tiempo que se muestra
más accesible que ningún otro presidente que en Washington se recuerde.
Políticamente venenoso, ha echado gasolina en cada fuego al que se ha
enfrentado el país: desde mostrarse equidistante entre los neonazis y los
manifestantes antirracistas de Charlottesville en 2017, hasta alentar revueltas
contra las órdenes de confinamiento por la pandemia en los Estados demócratas.
Al menos hasta la pandemia, el republicano dio argumentos a sus
bases para volver a votarle. Logró sacar adelante la mayor rebaja de impuestos
desde la era Reagan, impulsó la desregulación para los negocios, sobre todo en
detrimento de normativas medioambientales, y cumplió con sus promesas de mano
dura con la inmigración hasta donde el Congreso y el Tribunal Supremo le
permitieron.
En la oposición, el rechazo demócrata a Trump va mucho más allá de
la agenda conservadora que ha impulsado: tiene que ver con el estupor que ha
causado en medio mundo. Los insultos, los guiños a la extrema derecha, las
presiones al Departamento de Justicia y medidas migratorias tan duras como la
separación de niños extranjeros de sus padres en la frontera sur ha dibujado una
imagen irreconocible de Estados Unidos. El Partido Republicano de Abraham
Lincoln, que en los últimos cuatro años se ha plegado a los designios de Trump,
empieza ahora su particular proceso de reflexión.
Biden significa el regreso de una figura del establishment, un
perfil de consenso para un tiempo de luto. Más de 235.000 personas han perdido
la vida por el coronavirus en Estados Unidos y no hay un horizonte claro para
el regreso a la normalidad. Trump, un empresario de gran instinto político, lo
temió desde el primer momento. Las presiones a la justicia de Ucrania el verano
de 2019 para que anunciase investigaciones por corrupción que enfangaran al
vicepresidente de Obama, derivaron en un proceso de impeachment. Trump lo
superó protegido por los republicanos del Senado. Ahora, los estadounidenses le
han enseñado la puerta de salida.
https://elpais.com/internacional/elecciones-usa/2020-11-07/biden-derrota-a-trump-en-las-elecciones.html
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