ENTREVISTA | FERNANDO DE
SZYSZLO
“AHORA YA NO COMBATIMOS A
STALIN; COMBATIMOS LA BANALIDAD”
Juan Cruz
El pintor peruano, entre
los grandes artistas latinoamericanos del siglo XX, publica su autobiografía
'La vida sin dueño'
Fernando de Szyszlo tiene
los ojos tristes de los indios, su cara es una mezcla de veredas e islotes; el
tiempo lo ha marcado con un pincel implacable y en su autobiografía, que acaba
de aparecer (La vida sin dueño, Taurus) están el amor, el dolor, la amistad y
el compromiso político. El arte, la poesía y la vida. El dolor por la pérdida
temprana de un hijo, el descubrimiento (reiterado) del amor. La fascinación por
Proust, por Borges, por el arte. Él es uno de los grandes artistas
latinoamericanos del siglo XX, en la estela de Tamayo, Matta u Obregón. De
ellos habla también en este libro. Fietta Jarque, periodista que trabajó años
en EL PAÍS, donde colabora, le ayudó a Szyszlo a poner el libro en el orden que
tiene. “Y lo ha hecho”, dice el artista, “con inteligencia y sutileza”.
Szyszlo tiene 91 años. Es
hijo de peruana y de polaco. A este lo expulsó de Europa el viento nazi. En la
escuela a Szyszlo y a sus compañeros le ponían el himno de Falange, iba a misa.
Su padre lo retiró de esos males. Es agnóstico; nunca dejó de protestar, en su
país y fuera. Es un progresista desengañado de Cuba, de la izquierda cegata.
Pero no es un reaccionario. Es, tan solo, un hombre que despertó muy pronto de
los sueños de posguerra. París fue su destino en los años 40. Ahí se hizo uno
de los grandes artistas peruanos. Ese periodo de su vida le dejó dos herencias:
sus amigos André Breton, Octavio Paz. Y el eco de la metralla de la segunda
guerra mundial. Por París, por América Latina y por el estado del mundo
orientamos esta conversación que se hizo por teléfono, él está en Perú. Iba a
venir para presentar el libro y para Arco, donde estuvo su obra. “Pero son 91
años, poca broma con los viajes”.
Pregunta. Muchos golpes y
contragolpes en el Perú de su tiempo.
Respuesta. Y en América
Latina. La desaparición del poder de los militares tiene un enorme valor para
nosotros. En Perú hay todavía doce generales en prisión. Ya no están en
Argentina, ni en Chile, ni en Uruguay. Haber probado que esos generales se
enriquecieron con el poder, que todos tenían millones de dólares en el
extranjero, que Pinochet, tan atildado patriota, tenía cuentas en Washington…,
todo eso ha sido una vacuna contra las dictaduras militares.
P. ¿Y es una vacuna para
siempre?
R. ¡Ojalá! La desaparición
de Chávez ha sido importante para todo el movimiento populista de América
Latina, aunque ahí sigue Maduro aun prendido al poder.
P. ¿Lo que está pasando en
Estados Unidos y en parte de Europa es tan inquietante como aquello?
R. Me aterra. Trump es una
persona irresponsable, engreída, que nunca ha peleado en una guerra ni por sus
principios. Principios que no existen y por tanto todos los demás somos más
vulnerables que él. Pero Estados Unidos es más grande que eso. La Corte
Suprema, las universidades…, todo eso constituye fuertes inquebrantables contra
este tipo de personas.
P. Dice su amigo Mario
Vargas Llosa, comentando en EL PAÍS su libro, que usted volvió de París a Perú
a gritar ahí su propia manera de ver el país, y que su lucha tiene que ver con
el Perú de hoy. ¿De veras ha cambiado su país?
R. Sin duda. Se nota en la
clase media peruana, pero falta mucho por hacer. Todavía hay mucha demagogia.
Ahora tratan de hacer un museo precolombino a cuarenta kilómetros de Lima...
Llegarán autobuses con turistas. La gente marginal tardaría horas en llegar.
Contra eso luchamos. Queremos un museo en el centro de Lima que muestre lo que
era Perú antes del virreinato peruano, los que inventaron ese desdén por la
raza indígena. Ser indígena en Perú significó pertenecer a un estatus inferior.
P. Dice que nunca se
comprometió políticamente, pero siempre tuvo causas…
El pintor peruano Fernando
de Szyszlo (i) junto a los escritores Octavio Paz, Damián Bayón, Mario Vargas
Llosa y Guillermo Cabrera Infante (de izq. a dcha.) EFE
R. Creo que toda mi
generación fue muy leal destruyendo falsas ideas de realezas y linajes. Como
Unamuno, siempre he creído que la única manera de ser universal es ser local,
buscar las raíces, buscar hacia adentro, no hacia fuera. La tragedia de América
Latina es que con la independencia nos volvieron coloniales. Antes de la
independencia los artistas no se sometieron a los grabados copiados sino que
mostraron su herencia inca. La basura, la imitación, la falsedad, vino con las
repúblicas. Todos querían pintar como los españoles, como los franceses.
Quedaba pésimo y con medio siglo de retraso.
P. ¿Afectó a su manera de
entender el arte su encuentro con Breton y los surrealistas?
R. Nunca tuve influencia de
la pintura surrealista; mi manera de pensar el arte fue estructurada por el
pensamiento surrealista. Creo que la explicación del surrealismo sobre la
creación artística es la explicación más válida y más perenne. Mi pintura era abstracta
en un comienzo. Ahora tiene mucho de surrealista por la libertad de la mezcla
de la perspectiva con la pintura plana.
P. Conoció a Breton. ¿No
fue demasiado pope?
R. Toda la filosofía, toda
la psiquiatría, está metida en el pensamiento de Breton… Fijar la meta del
surrealismo en fotografiar los sueños, lo que intentó Dalí, hizo trastabillar
toda la idea de la libertad que tenía el surrealismo. Los pintores surrealistas
son presurrealistas. Para mí los grandes pintores surrealistas son De Chirico, Duchamp
y Joan Miró. Pintores de antes del surrealismo pero que encarnan el surrealismo
mejor que nadie.
P. Paz es figura principal
en su libro.
R. Con el paso de los años
he pensado en el tiempo que gastó Octavio, ese monstruo de cultura, en combatir
las estupideces del estalinismo y los dogmatismos políticos en vez de escribir
muchos más libros como El arco y la lira. Paz y Breton se sacrificaron en la
pelea contra Stalin. Octavio recibió una enorme cantidad de insultos por
defender la democracia, la igualdad y el respeto.
P. Pero era una lucha
inevitable, ¿no?
R. Era inevitable. Y ahora
ya no combatimos a Stalin sino la banalidad en la que vivimos. Creo que en
Woodstock y en el París del 68 se inició la debacle de nuestra civilización por
un tiempo. Ahí se empezó a banalizar el arte. Yo me quejaba mucho de lo que
llaman ahora arte contemporáneo, pero me doy cuenta de que es el producto del
mundo en el que vivimos, que ha negado el amor, el sexo; lo ha banalizado,
vulgarizado, desprestigiado. Le ha quitado importancia. El amor y el sexo se
han vuelto una especie de gimnasias pasajeras, sin ningún compromiso y sin
ningún recuerdo. El mundo en el que vivimos en este momento es un mundo
terrible.
P. ¿Cree que esa
banalización también ha tenido consecuencias en la política, o proviene de la
política?
R. Imagino que la
desilusión de las ilusiones por la Unión Soviética o Cuba ha traído una mirada
hacia el otro lado, una mirada hacia el vacío, hacia algo totalmente hedonista,
pero sin consecuencias, sin gravedad.
P. En el libro hay dolor y
autobiografía. ¿De qué le ha curado?
R. Quizá me ha servido para
intentar sacarme sentimientos de culpa en mi relación con Blanca [Varela, gran
poeta, su primera mujer], con mi padre…, y para reconocer a compañeros de generación
en Perú y a personas como Paz… Y por supuesto me ha permitido mostrar mi dolor
por la muerte de mi hijo Lorenzo. Me produjo una profunda confusión la muerte
de este muchacho tan dotado. Tener que enterrar a un hijo es un escándalo
intolerable, digo en el libro.
http://cultura.elpais.com/cultura/2017/02/27/actualidad/1488199269_848954.html
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