VUELVE "STREET SCENE" AL TEATRO REAL, LOS DÍAS 26, 27, 29, 30 Y 1 DE JUNIO. ¡ÚLTIMA OPORTUNIDAD PARA VERLA!
“Street scene”, libreto de Elmer Rice, basado en su obra homónima (1929), con letras de Langston Hughes.
“Street scene”, libreto de Elmer Rice, basado en su obra homónima (1929), con letras de Langston Hughes.
Estrenada en el Adelphi
Theatre de Broadway (Nueva York), el 9 de enero de 1947. Nueva producción del
Teatro Real, en coproducción con la Opéra
de Monte-Carlo y la Oper Köln
Coro y Orquesta Titulares
del Teatro Real. (Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)
Pequeños Cantores de la
ORCAM
Ficha Artística
Dirección musical: Tim
Murray
Dirección de escena: John
Fulljames
Directora colaboradora:
Lucy Bradley
Escenografía y figurines:
Dick Bird
Coreografía: Arthur
Pita
Iluminación: James
Farncombe
Diseño de sonido: Poti
Martin
Dirección del coro: Andrés
Máspero
Dirección del coro de niños:
Ana González
Reparto
Abraham Kaplan: Geoffrey
Dolton
Greta Fiorentino: Jeni
Bern
Carl Olsen: Scott
Wilde
Emma Jones: Lucy
Schaufer
Olga Olsen: Harriet
Williams
Henry Davis: Eric Greene
Anna Maurrant: Patricia
Racette
Sam Kaplan: Joel
Prieto
Daniel Buchanan: Tyler
Clarke
Frank Maurrant: Paulo
Szot
George Jones: Gerardo
Bullón
Lippo Fiorentino: José
Manuel Zapata, eventualmente con Michael J. Scott
Jennie Hildebrand: Marta
Fontanals-Simmons
Rose Maurrant: Mary
Bevan
Harry Easter: Richard
Burkhard
Mae Jones / Niñera 1:
Sarah-Marie Maxwell
Dick McGann: Dominic
Lamb
Niñera 2: Laurel Dougall
Esta peculiar partitura del
músico alemán nacionalizado posteriormente norteamericano, a la que él
consideraba su obra maestra, se pudo compartir en el Teatro Real de Madrid del
13 al 18 DE FEBRERO y en otra serie de veladas que tendrán lugar entre el 26 DE MAYO
y el 1 DE JUNIO DE 2018.
El estreno de esta
composición compleja y con una profunda lectura política e ideológica, de
vibrante actualidad, cuenta con el libreto de Elmer Rice, basado en su obra homónima (premio Pulitzer 1929) y
letra para las canciones de Langston
Hughes. Street Scene es el relato violento y brutal de la pobreza, el
alcoholismo, la segregación de clases, el abandono por los estados a unos
inmigrantes europeos que huyen de la guerra y los envía, primero a la isla de
Ellis, en cuarentena y luego los aloja en infraviviendas donde viven o mejor,
malviven, hacinados y sin esperanza.
Una situación similar
sucedió incluso ya en el siglo XIX, cuando miles de expatriados forzosos
llegaron a las geografías de Australia, o Sudamérica, buscando refugio,
consuelo, un hermanamiento que en muchas ocasiones se hizo difícil o imposible.
Sin embargo, en lugares como Buenos Aires, durante décadas, aquel “melting pot”
como define esa situación social el director del Real, Joan Matabosch en la rueda
de prensa de Street Scene, se hizo posible, con altibajos.
Pero un hotel esperaba en
la capital argentina a los inmigrantes y entre todas las nacionalidades que
acudieron a la llamada de un mundo mejor entonces, cuajó una convivencia y una
seguridad entre pueblos, lenguas, razas y religiones muy diferentes. Una
quimera que cristalizó y que ahora, en todas partes, se ha perdido en la noche
de los tiempos.
El tema de la inmigración,
se puede leer cada día en los periódicos, se ve en las pantallas de las
televisiones, se recorre en publicaciones, conferencias, mítines y
manifestaciones de todo el planeta, pero sobre todo se recibe por la piel
porque los inmigrantes están aquí para quedarse, son personas reales.
Han llegado a devolver las
cuentas de colores del colonialismo, esa rama nociva brotada con ferocidad del
capitalismo y la revolución industrial en Europa, que repartió los territorios
de Asia o África, como si fuera un tablero de ajedrez dislocado, al hilo de la
grandilocuencia geopolítica y militar de un Clausewitz o un Bismarck.
Después de “Dead man
walking”, estrenada en el Real antes que “Street Scene” que reflexionaba tan
cruda y amargamente sobre la pena de muerte, ya no se puede seguir creyendo que
se va a la ópera a una velada de placer o como un aperitivo de una cena copiosa
y elegante, porque las Mimi, las Traviatas o las Toscas han quedado atrás por algún tiempo en esta temporada.
La ópera y el Real, hoy y
aquí, nos ponen de una forma inevitable ante una realidad que nos obliga a
muchos a salir de una “zona de confort” como se dice ahora, o de una burbuja
egocéntrica y psicótica.
De hecho, el personaje de
Kaplan, en “Street scene” es un judío de izquierdas que probablemente hablara
el yiddish, esa lengua maternal y afectiva que sonaba en los hogares hebreos de
Europa del este y centro, antes de que las carnicerías de la Shoah, esparcieran
las cenizas de miles de ajusticiados por el nazismo a todos los vientos.
De aquellos polvos, estos
lodos que Kurt Weill, sufrió en su propia carne. Podría haberse transformado en
un psicópata, en un loco o en un antisocial, podría haberse callado para
siempre, pero decidió asimilarse como pudo a Estados Unidos, seguir haciendo lo
que sabía hacer tan bien, componer, y dejarnos una ofrenda de belleza cargada
de pentagramas.
Weill habla de la calle,
cuenta la escenas en lo público porque lo privado, allí, en esos cubículos
donde todo se sabe, se oye y donde espiar al vecino es un pasatiempo al uso, no
se puede imaginar otros comportamientos.
Hasta aquí la soflama
personal y emocional. Hablemos ahora de música, que lo depura, limpia e ilumina
todo, hasta las historias más sórdidas.
Cuando Antoine Pecqueur,
periodista presentador de las retransmisiones de Mezzo, le preguntó al director
musical Tim Murray por la partitura,
éste destacó el magma de “sonidos, de colores y de los distintos estilos
imperantes, porque la ópera fluctúa entre el swing de la orquesta de Benny
Goodman, el jazz, una película de
Hollywood o el verismo de Puccini”, según sus propias palabras.
De hecho, es una sumatoria
de textos hablados, música y bailes, porque todo New York está en escena, ya que Weill
quería hacer algo típicamente americano, con un gran cast, incluyendo un coro
de adultos, adolescentes y de niños y una orquesta muy nutrida.
“Una producción costosa y
arriesgada para cualquier teatro”, agregó, porque se necesitan cantantes de
ópera, voces específicas, del pop, el musical, la opereta y la gran ópera.
Murray recuerda su paso por el Real con “Porgy
and Bess” y la formación del Cabo de Sudáfrica, que también estuvo en el Teatro
Colón de Buenos Aires, de gratos recuerdos para él. Lo importante además, es
que Tim Murray concertó a todos con holgura y de maravilla.
El director musical está
encantado con los músicos del Real, cálidos, de excelente trato y
conocimientos, a los que no les importa arriesgarse a fondo en un proyecto
lleno de desafíos como este.
John Fulljames, el director de escena, por su parte, hace girar los contenidos de
Elmer Rice entre el naturalismo de la historia y el expresionismo de Kurt
Weill, todo imbuido de un claro mensaje político, reivindicativo, de
izquierdas. Y relata su propia visión de esta época (que es también la nuestra,
hoy), con grandes quiebros de clases sociales, razas, donde sin embargo, hay
lugar para la compasión, como la de Mrs. Murrant con la parturienta, mientras
no llegan ni el médico alcoholizado ni la partera. Estas declaraciones de ambos
directores responsables coincidieron totalmente con las que hicieron en la
rueda de prensa del Teatro Real.
Y luego está el calor,
verdadero protagonista y detonante de todas las desgracias y los dramas, y la
humedad. El calor, la justificación de aquel Mersault asesino de un árabe en el
norte de África en “El extranjero”
del Premio Nobel Albert Camus, una
obra joya que ya nadie suele leer.
Y una pareja como Mae y
Dick, deliciosos y hasta el perro que pasea en medio del desastre general,
impasible y rutinario. Es 1938, y es el Lower East Side de Nueva York. Los
decorados, el escenario, la actuación de los artistas quieren mostrar lo ya es evidente:
la suciedad, el hacinamiento de los vecinos sin recursos, porque solo queda el
esqueleto del edificio en realidad, una jaula humana donde abundan los
dialectos europeos, para los que se han utilizado coaches ad hoc y la violencia
brutal resumida por el conserje, vertiendo en la propia acera, los restos
sanguinolentos del parto de una vecina de la corrala.
Se trata de una obra coral
y en este caso sí, sería titánico hacer referencia a cada actuación, pero
soberbios todos los coros, los bailes, la dirección de actores, el vestuario,
la iluminación y las voces.
Y la teatralidad y la soltura musical de Joel Prieto en el papel de un joven
enamorado, despistado, que debe soñar con un momento mejor. Su desempeño es
importante y exigente, como el del asesino que encarna un Paulo Szot, Frank Maurrant, de origen polaco, pero nacido en Brasil
(parece sacado pues del propio argumento de la obra). Sobrado, sudoroso, con
una mirada feroz y un voz de barítono que se adapta como un guante a un papel
sombrío, muy ingrato.
Patricia Racette compone una Anna Maurrant solvente en lo vocal, transmitiendo toda
la frustración que un marido borracho le produce y atendiendo a sus hijos de
edades dispares como puede. Tanto Szot como Racette componen de verdad
psicológicamente su personaje, ya que en la vida real, en el contacto con la
prensa, en la cotidianeidad, se muestran diferentes, arropados y cómodos en otros
yo, más auténticos y es de esperar que menos traumáticos.
El Geoffrey Dolton que da vida a Abraham Kaplan (la voz del propio
Weill en escena) es incisivo, con un enorme despliegue de recursos con poco
esfuerzo, igual que Mary Bevan, que
dibuja una joven deliciosa, nacida en un tiempo y sobre todo en un lugar
equivocado. Exquisita presencia física y llena de posibilidades vocales que
administra muy bien.
El resto del elenco,
prodigioso, entregado, traduciendo una compleja propuesta teatral y musical, consigue
que esta utopía se haga realidad y pueden estar más que satisfechos todos,
gestores y artistas, los que han hecho posible que Kurt Weill, su época y esta,
la nuestra, tan asimilables, se visualicen como testimonio y como reprimenda
para muchos, en un teatro de ópera.
El público, cuando pudo
reaccionar, aplaudió, unos lo hicieron más que otros, pero se puede asegurar
que los presentes apoyaron el enorme esfuerzo. Mítico, de verdad.
Alicia Perris
PARA MÁS INFORMACIÓN DE KURT WEILL Y EL CABARET EN EL BERLÍN DE
ENTREGUERRAS, LE RECOMENDAMOS TAMBIÉN LA EMISIÓN DE RADIO SOBRE EL TEMA, DE
ALICIA PERRIS:
https://aliciaperris.blogspot.com.es/2016/06/weill-y-hollander-en-el-berlin-gozoso.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario