El obelisco de Luxor en la
plaza de la Concordia de París. / EL
PAÍS
Lo profundo es el aire, decía Jorge Guillén; es
libre, le pertenece a todo el mundo, nadie lo puede robar, ni vender. Es
inmaterial, pero es también la materia misma del arte, de la poesía y de la
vida. Es un tesoro. Hay otros elementos inmateriales, que no se pueden
trasladar ni comprar ni vender. La palabra, la conversación, lo que se dice
para entretener o entretenerse con otros. En una plaza, por ejemplo. Eso es
inmaterial, y es un tesoro. Y nadie lo puede robar. En el pasado, sin embargo,
muchos tesoros materiales fueron expoliados y viven ahora en el exilio. ¿Deben
volver a sus lugares de origen?
Comencemos por lo que no pesa y es bello. Un día
el escritor Juan Goytisolo fue con uno de esos tesoros inmateriales al entonces
director general de la Unesco,
Federico Mayor Zaragoza (que estuvo en ese cargo entre 1987 y 1999). Goytisolo
vive en Marrakech, y en esa aireada ciudad era testigo diario de un milagro, la
plaza Jemaa el Fna. La Unesco concedía entonces declaraciones de patrimonio
mundial a lugares bellísimos o singulares. Materiales. El novelista iba con una
propuesta exótica: quería llamar la atención de la Unesco sobre la conveniencia
de declarar esa plaza, donde desde hacía siglos la gente practicaba el arte de
hablar, patrimonio inmaterial de la humanidad.
Goytisolo, apasionado amante de ese lugar,
escribió sobre las características del arte inmaterial que se practica
en la plaza: “La obligación de levantar la voz, argumentar, encontrar
el tono justo, perfeccionar la expresión y forzar la mímica que captarán la
atención del paseante o desencadenarán las risas de un modo irresistible:
volteretas de clowns, ágiles saltimbanquis, tambores y bailes gnaoua,
monos chillones, reclamos de los médicos y herboristas, brusca i</CF></CF>rrupción
de las flautas y los tamboriles en el momento de pasar el platillo;
inmovilizar, distraer, seducir a una masa eternamente disponible, atraerla poco
a poco hacia un territorio preciso, distraerla del canto de las sirenas
rivales, y arrancarle, por fin, el dirham resplandeciente que recompensa el
virtuosismo, el vigor, la obstinación y el talento”.
Esa bella descripción es espejo de esa abigarrada
belleza que Goytisolo le explicó a Mayor Zaragoza. Y éste inició un expediente
que convirtió el deseo, y la pasión, de uno de los más ilustres visitantes de
Jemaa el Fna en patrimonio inmaterial de la Humanidad. Alcanzó la plaza ese
grado en 2001. Ese patrimonio, naturalmente, no está en peligro, y
presumiblemente no lo estará nunca. Pero otras bellezas materiales del mundo
han sido preservadas gracias a las sucesivas declaraciones de Patrimonio de la
Humanidad dictadas por la Unesco desde los años. En siglos pasados los expolios
privaron a grandes países (como Grecia o Egipto, pero también España y
Portugal) de algunos tesoros “que forman parte de su alma”, como dice Milagros
del Corral, que también fue funcionaria de la Unesco y directora de la
Biblioteca Nacional de España.
Ahora la Unesco y la historia de las convenciones (como
las que ha alcanzado la Unesco) hacen imposibles virtualmente esos saqueos,
pero hay países (como Reino Unido o Francia) que tienen en sus calles o en sus
museos el resultado de incursiones que buscaron dominación y rapiña. Napoleón
se llevó de Egipto, por ejemplo, el famoso Obelisco que ahora es un emblema de
París, y estos días se discute en Francia si es ahí donde debe estar o si ha de
regresar al lugar en el que fue edificado hasta que se lo llevó la milicia
francesa.
Mayor Zaragoza, Del Corral y otros expertos a los
que les preguntamos sobre ese exilio forzoso del monumento egipcio y otros
elementos fastuosos de la historia, como el Partenón que alberga el British Museum, estiman,
en general, que ahora ya sería más tiempo de intercambio que de devoluciones.
“Ahora yo estaría más preocupado”, dice el ex director general de la Unesco,
“por salvaguardar los grandes parques nacionales, que están en peligro en
muchos casos porque el neoliberalismo se está olvidando del medio ambiente”.
Decía Nelson Mandela, evoca Mayor Zaragoza, “que se gobierna para la generación
siguiente, y este expolio de los parques es una agresión a los que vienen”. En
ese índice de preocupaciones cita también el intento de ir devaluando la
mezquita de Córdoba, “que representa el esplendor del Islam y el esplendor del
árabe y es, junto a la iglesia con la que convive, un símbolo extraordinario de
la historia”.
En la posguerra europea la Unesco alcanzó un
acuerdo internacional para que se devolvieran los botines tomados por los
ejércitos en la contienda, previa investigación sobre las circunstancias del
expolio. ¿Devolverle a Grecia lo que fue expoliado mucho tiempo atrás, o a
Egipto lo que también le fue saqueado? Melina Mercouri, la actriz que fue
ministra de Cultura griega, intentó que el British Museum devolviera el
patrimonio que pertenecía a su país, “y algo logró”, dice Mayor Zaragoza, “pero
tiene tanto Grecia que al lado de su riqueza inigualable significa poco lo que
podría obtener” ¿Y el Obelisco, o las columnas de Luxor, deben volver a Egipto?
“Se dice muchas veces, y se dice también: ¿qué embajada más potente puede tener
Egipto en el mundo que esas piezas?”, añade.
Jorge Wagensberg, pensador y científico,
exdirector de Cosmocaixa y director de la colección Metatemas de
Tusquets, habla de la “tradición” de muchos museos que se declararon “más
seguros” para mantener patrimonio foráneo que aquellos lugares de donde venían
las obras de arte. En Grecia el Partenón estaba amenazado por un polvorín, por
ejemplo, y el British Museum parecía un lugar más seguro. “Pero el mundo ha
cambiado y la tendencia ahora es a que los objetos, si son artísticos,
permanezcan allí de donde son originarios... Pero se conocen casos de robos
flagrantes cuyos objetos no han sido devueltos. Por ejemplo, lo que robó
Napoleón en Portugal, un gran patrimonio de especies provenientes del Amazonas
que debería estar en el Museo de Historia Natural de Coimbra y persiste en París,
adonde lo transportaron los soldados de Napoleón... Se han producido saqueos
increíbles. Estuve en el Sáhara y tuve ocasión de ver grabados neolíticos de
los que saqué copias en silicona... Los traficantes ya saquearon ese patrimonio
y lo que queda son aquellas copias que hicimos nosotros”. Wagensberg señala la
Dama de Elche, “que fue hallada en un campo de almendros en Levante y ahora
está en el Museo
Arqueológico de Madrid. Pero la gente pierde el contexto”.
“Ahora bien”, dice el científico, “si se garantiza el estudio y la protección
de todos los elementos de los monumentos, estos deben volver a su lugar de
origen. Por ejemplo, Grecia puede garantizar muchos de los monumentos que le
fueron saqueados, expoliados o robados...”.
El caso de la Dama de Elche o de la Dama de Baza
(entre otros) arrastra el debate a España. ¿Deben volver a los lugares de donde
vinieron? El director del Museo Arqueológico Nacional, Andrés Carretero, que
custodia ambas piezas, hace una analogía: “Por esa regla de tres, ¿deben estar
losvelázquez del Prado en Sevilla? Por otra parte, ¿queremos un Museo
Nacional de Arqueología o éste debe estar troceado en función de las
procedencias? Todo depende, en estos casos, de decisiones políticas o
administrativas, que se pueden modificar, pero esa es la pregunta: ¿no debemos
tener un Museo Nacional? La Dama de Elche se vendió en su día, y por vericuetos
de orden comercial terminó en este museo”. Ni este asunto ni otros le dan dolor
de cabeza al director del Arqueológico, que ahora vive feliz los datos
extraordinarios de asistencia de visitantes después de la restauración del
museo. Es consciente de los debates internacionales sobre las devoluciones de
obras de arte y sabe que “son complejas las legislaciones y las reclamaciones”,
Y añade: “Hay que plantearse si es necesario reescribir la historia. Devolver
todo a esos países que reclaman lo que estuvo en su suelo genera una enorme
complejidad”.
Vicente Todolí, que fue director de la Tate Modern y
ahora promueve museos en Europa, llama la atención sobre los monumentos que
fueron extraídos de su contexto; “al ser instalados en otro lugar, demediados o
incompletos, pierden su razón de ser. En el caso de la Dama de Elche no hay
contexto; si fuera posible hacer excavaciones en el lugar donde fue encontrada,
si fuera posible hacerle una especie de geografía propia, entonces tendría
sentido devolverla... Lo que se puede hacer, con éste y con otros casos, es
prestar las obras o los monumentos, devolverlos ocasionalmente, hacerlos vivir
allí de donde son”. Hay que ir caso por caso, dice Todolí, “en este momento en
el mundo no se puede generalizar, ni es bueno ni es justo, como ocurre con
todas las generalizaciones. Por ejemplo, los obeliscos egipcios, ¿qué hacen devolviendo
uno si hay más allí de donde proceden? Hay que tener en cuenta también cómo
llegaron a otros países esas obras de arte. ¿Fueron consecuencia de una guerra,
de un robo, de un saqueo militar, de un expolio de cualquier tipo? Y luego
aplicar las legislaciones vigentes. Y, por cierto, el sentido común. El arte y
la cultura han de ser promovidos por acuerdos y consensos, si no se perdería
creatividad y los países serían tan planos como su cultura”.
Algo parecido dice Mayor Zaragoza. Cuando llegó a
la Unesco estudió este fenómeno de los expolios. “Lo primero que observé es que
la humanidad ha de vivir en armonía y concordia, y ha de preservar aquello que
hace más bella la vida. La Unesco había promovido, en 1972, la declaración de
lugares patrimonio de la Humanidad. Después Melina Mercouri, una gran mujer,
promovió en México que además de esos patrimonios materiales de la Humanidad
hubiera declaraciones de patrimonio cultural. Luego vino la declaración del
paisaje como patrimonio de la humanidad, y finalmente surgió la idea de los
patrimonios inmateriales, entre los cuales fue providencial la intuición del
novelista Goytisolo”.
Esa especie de cordón cultural y paisajístico ha
convertido a la Unesco, a partir de varias decisiones o convenios, en la
vigilante universal de esa armonía a la que aspira. “Y lo más importante que se
ha conseguido, en este trayecto, es el logro de un patrimonio mixto, que mezcle
lo cultural y lo natural; por ejemplo, ahora debería estar en ese apartado el
paisaje extraordinario de Las Alpujarras, en Granada, un conjunto de pueblos
fantásticos colgados de Sierra Nevada”.
España también colonizó. “Y con leyenda
negra y todo construyó en los países en los que se asentaron sus
descubridores. No ocurrió lo mismo, como se sabe, con Napoleón y otros
colonizadores. Napoleón se llevó de Egipto, de Portugal, de España... Y no dejó
nada por donde pasó... Es cierto que los españoles saquearon el oro, las minas,
pero dejó conjuntos urbanos, edificios, que son maravillas de Quito, de partes
de México, de Cartagena de Indias, de tantos países y lugares...”.
Volvemos al Obelisco, como símbolo de los
expolios. ¿Se debe devolver? Milagros del Corral sostiene que “lo del Obelisco no
es nuevo. Egipto y Roma tienen tanto que reclamar, por ejemplo... Pero han
pasado tantos años que ahora sería mejor llegar a acuerdos de intercambios de
piezas que devolver a sus sitios originarios monumentos que ya parecen de las
calles o los lugares en los que están implantados..., como si, en el caso del
Obelisco, fuera patrimonio de Francia”.
Y hablando de Napoleón, recuerda la exdirectora de
la Biblioteca Nacional, “él fue el experto número uno en bienes culturales,
porque allí donde puso el ojo se llevó de lo mejor. Mire lo que sucedió en su
invasión española. Uno de sus militares de grado medio se llevó, en medio del
incendio de la biblioteca, un códice del Monasterio de Alcántara. Le llamó la
atención el manuscrito y se lo llevó a París. Y ese códice contenía un tesoro:
las recetas que habían ido elaborando los monjes con aquello que más les
gustaba de todo lo que habían ido probando en sus investigaciones culinarias, a
las que se dedicaban con tanto interés. Lo salado y lo dulce, en todo
investigaban. Eso fue lo que se llevó el militar napoleónico”. ¿Y qué había en
ese recetario? “Ah, había verdaderas delicias que hoy forman parte del
recetario francés. Allí estaba, por ejemplo, el modo en que había que preparar
el hígado de las aves. ¡Vete a decirles ahora a los franceses que fueron los
monjes de Alcántara los que inventaron el foie gras! Mucho de lo que ahora
forma parte del patrimonio culinario francés procede de ese librito”.
La historia del expolio internacional es tan
grande como la historia misma, y cuenta con esos elementos, entre las cuales
están el Obelisco o el códice del que nace la cocina francesa, según esa
curiosa historia que cuenta Milagros del Corral. Ella, por cierto, fue la que,
en función de su cargo, fue a recoger a Australia un mapa valiosísimo que un
falso investigador arrancó de la Biblioteca Nacional... tan fácil de
transportar como aquel códice que ahora parece tan inmaterial como el aire pero
que simbolizó en su momento la avidez de los que creían que todo aquello que se
podían llevar en el bolsillo era tan libre como el aire de Jemaa el Fna.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/04/13/actualidad/1397416000_134146.html
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