miércoles, 23 de abril de 2014

LAS VIDRIERAS DE CHAGALL. LAS DOS GUERRAS MUNDIALES ENCUENTRAN EN REIMS UN ESPACIO PARA EL RECUERDO. AQUÍ SE RINDIÓ LA ALEMANIA NAZI



Portada de la catedral de Reims, del siglo XIII. / FRANCK GUIZIOU

A finales de agosto de 1914, ante la resistencia de Bélgica a la entrada de tropas alemanas por su territorio camino de Francia, Lovaina fue arrasada, incluida su gran biblioteca. Poco después, en septiembre, le sucedía lo mismo a Reims. Los cañones machacaron su catedral con un diluvio de fuego. Gran parte de las extraordinarias vidrieras, así como las pinturas y esculturas, saltaron por los aires. El templo, en el cual la virginal Juana de Arco había ayudado a entronizar a Carlos VII (Voltaire en La doncella de Orleans describe la vida de este monarca con su amante Agnès Sorel “siempre felices comiendo, bebiendo, cazando y fornicando”), ya había sufrido las convulsiones de la Revolución Francesa, cuya furia iconoclasta condujo a la destrucción de 26 iglesias de un gran valor artístico. Fue un judío ruso afincado en París, Marc Chagall, quien 60 años después, en junio de 1974, inauguró las vidrieras que él creó para la capilla central del ábside. Chagall representó figuras del Antiguo y Nuevo Testamento junto a reyes de Francia. Desde que Clodoveo recibió el bautismo de manos de san Remigio, a finales del siglo V de nuestra era, 25 reyes fueron coronados en este lugar sagrado. Luis VIII fue el primero, en 1223, y el último Carlos X, en 1825. La crucifixión de Cristo, así como su resurrección, son elementos esenciales de esta obra en la cual sobresalen los azules intensos y los rojos llamativos. Todo el estilo tan peculiar de este artista, proveniente de la pintura medieval libre de los convencionalismos de la perspectiva, influenciado por los iconos bizantinos y rusos, siempre narrativa, fundiendo las raíces religiosas judías de la tradición jasídica y las cristianas, adquiría en estos vitrales modernos una majestuosidad digna de semejante espacio. “Después de la muerte de Matisse el único artista que ha entendido la esencia del color es Chagall. Desde Renoir solo él captó el sentimiento de la luz”, comentó Picasso.
Reconciliación
La catedral tardó décadas en ser reconstruida, y aun así, y a pesar de la magnífica cirugía llevada a cabo, las heridas, las grandes heridas, se perciben por doquier. La escultura decapitada del ángel sonriendo nunca perdió su gesto benevolente. El 8 de julio de 1962, Charles de Gaulle y Konrad Adenauer se reunieron en esta ciudad para manifestar el dolor por el pasado y la reconciliación. A los pies de la entrada principal de la catedral, donde estaba antes la estatua ecuestre de Juana de Arco, ahora desplazada a un lateral, se puede ver sobre las baldosas la gran placa conmemorativa.

Una terraza en la ciudad. / GETTY

Si bajamos por la calle, dando la espalda a la entrada principal de la catedral, nos cruzaremos con la Rue Chanzy. En el número 8 está el Museo de Bellas Artes, que, entre otras muchas obras maestras firmadas por Cranach, La Tour, Delacroix, Géricault, Courbet, Millet, Monet, Renoir, Gauguin, Dufy o Picasso, exhibe el Marat asesinado pintado por David. A continuación, el teatro de la ópera y toda la zona centro de Reims rehabilitada. Aún hoy en cada edificio hay una placa conmemorativa recordando la desolación que produjo la Primera Guerra Mundial en cada manzana, y su reconstrucción. Pocos años después, estos antiguos recordatorios tuvieron que compartir espacio con otras placas incluso más terribles. Son aquellas que recuerdan las detenciones y asesinatos de la Gestapo. Curiosamente, la sede de estos asesinos estaba instalada en un palacete de la Rue Jeanne d’Arc. Ese espacio, del que solo se conserva el lienzo de la fachada, es ahora un pequeño jardín donde están inscritos los nombres de quienes allí fueron torturados y murieron por defender “tu libertad”. Siempre he entendido que no solo era por defender la libertad de los franceses, sino, y sobre todo, de la humanidad. Faulkner redactó el texto de la placa que el condado de Lafayette, en Estados Unidos, puso a sus caídos en todos los frentes de la Segunda Guerra Mundial. Dice así: “Ellos mantuvieron no la suya, sino la libertad de todos los hombres, muy lejos de casa, hasta este último sacrificio”. Pero uno de los mármoles más emotivos que leo en Reims es el que se encuentra en la Rue Thiers, donde tristemente no es el único, sino, para mí, el más simbólico. “Aquí vivieron Georges Simon (1903-1944), abogado, y su madre Albertine Weil (1878-1944), viuda de Simon. Muertos tras su deportación al Campo de Auschwitz”. Goethe escribió: “Dios me dio la voz para que expresase mi dolor”. Estas placas son gritos que avisan, que nos previenen de los males del pasado que no deben repetirse. Reims durante el siglo XIX sufrió a los prusianos y, durante el siglo XX, los alemanes la destruyeron dos veces.
El campanario de la iglesia de Saint-Jacques, en el mismo casco histórico, fue destruido durante la primera contienda. Hasta 1992 no fue reconstruido tal cual estaba. Vieira da Silva, la gran artista portuguesa, compuso unas vidrieras bellísimas y alegres que le dan un aspecto menos sombrío al templo.
La ciudad de Reims quedó destruida en un 90% después de la Primera Guerra Mundial. Las voces de muchos escritores, intelectuales y artistas se alzaron ante aquella barbarie. Romain Rolland llegó a escribir que esa demolición había sido un crimen inexplicable. Hasta el verano-otoño de 1944, en que Varsovia obtuvo la distinción de ser la ruina mejor conseguida de Europa, según la ironía macabra de Janet Flanner, Reims estaba en los primeros puestos del ranking de las ciudades martirizadas.


La Sala de los Mapas del Museo de la Rendición, donde alemania se rindió a las fuerzas aliadas en 1945. / SYLVAIN SONNET

Atravesando las vías del tren, por el puente de Laon, y muy cerca de él, está la Rue Franklin Roosevelt. Allí estaba, y aún conserva en parte este fin, un complejo inmobiliario dedicado a la enseñanza, el Collège Moderne et Technique de Reims. A finales de la Segunda Guerra Mundial fue el Cuartel General de Eisenhower. En febrero de 1945, el general norteamericano, comandante en jefe de las fuerzas aliadas en Europa, instaló allí su cuartel general (Supreme Headquarters Allied Expeditionary Force). El 7 de mayo de 1945, en la Sala de los Mapas, fue firmada la rendición de las tropas nazis en todos los frentes de batalla. Se llevó a cabo a las 2.41. Alemania capitulaba sin condiciones. Estaban presentes británicos, franceses, norteamericanos, soviéticos y, por supuesto, los propios alemanes representados por el general en jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas alemanas y el comandante en jefe de la Marina de Guerra. Curiosamente, a esa firma no quiso asistir Eisenhower, aunque hay una foto posterior realizada ese mismo día, en su despacho, con las autoridades militares aliadas, también los soviéticos, en las que todos están sonrientes mientras Eisenhower muestra como un trofeo de guerra las plumas estilográficas con las cuales se firmó el tratado. La humildad de este pequeño recinto sobrecoge ante la trascendencia de lo que allí pasó.

JAVIER BELLOSO
Hoy en día el edificio, en parte, sigue cumpliendo su papel educativo, que también comparte con un museo dedicado a aquellos días. Museo que contiene uniformes militares de todas las naciones combatientes, armamento militar, banderas, documentales y fotografías, maquetas, periódicos y libros, así como otra documentación valiosísima. Pero el lugar emblemático es la Sala de los Mapas (desde donde se estudiaban y analizaban los movimientos de tropas), igualmente conocida como Sala de la Rendición. Está tal cual quedó ese día, hace ahora casi setenta años. Es una gran sala con los mapas colgando de las paredes y una mesa muy larga. Los aliados se sentaron todos juntos frente a los alemanes, que quedaron desplazados hacia la esquina derecha. Se mostraba así, simbólicamente, su soledad y minoría. Un gran cristal separa al visitante del escenario principal de la firma. La estancia, con los mapas un tanto amarillentos, ha quedado congelada en el tiempo. Un lugar humilde, melancólico, acorde con el dolor que esta Segunda Guerra Mundial y, por supuesto, también la Primera Gran Guerra, llevaron al mundo.
Alrededor de Reims hay multitud de cruces blancas esparcidas por sus campos. Manifiestan el recuerdo de tantas vidas jóvenes segadas por la intolerancia. El gran poeta Apollinaire, que murió en el año 1918 a los 38 años a consecuencia de una herida de guerra, escribió estos versos en La bonita pelirroja: “Apiadaos de nosotros que combatimos siempre en las fronteras / De lo ilimitado y de lo venidero. / Piedad para nuestros errores, piedad para nuestros pecados…”.
» César Antonio Molina fue ministro de Cultura y dirige actualmente La Casa del Lector.


http://elviajero.elpais.com/elviajero/2014/04/17/actualidad/1397746546_603463.html

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