Frente al prestigio del blanco y negro, el color
ha sido un eterno secundario. Salvo excepciones, la gran historia de la
fotografía se ha escrito con tinta negra. Pero esto podría estar cambiando. En
los últimos tiempos, los archivos de grandes maestros están revelando el
coqueteo que mantuvieron con sus carretes policromados los hombres y mujeres
que han fijado nuestra memoria en gris y sepia. El nuevo formato les planteaba
enormes dudas hace medio siglo: su excesivo precio, su juventud y la
cuestionada longevidad del soporte. Además de la artificialidad, la escurridiza
personalidad y, al menos entonces, su peligrosa cercanía al lenguaje de los
anuncios.
Después de que hace unos meses, a finales de
enero, Nueva York descubriera el color de un
militante del blanco y negro, Robert Capa,otro húngaro, Brassaï —el
retratista de la noche parisina y de los surrealistas, de Picasso y Dalí, el
fotógrafo que era mucho más que un fotógrafo, el hombre que captó el alma
oscura de una ciudad insomne—, se revela como otro clásico a todo color.
La exposición de Capa descubría a través de un
centenar de imágenes inéditas cómo el famoso fotorreportero se aficionó al
formato a finales de los años 40, ya en la posguerra, cuando los viajes se
volvieron más turísticos y familiares. Son, en muchos casos, fotografías de
amigos y su felicidad cromática parece ilustrar el descanso del guerrero. La muestra
coincidía con Robert
Doisneau. From craft to art. Palm Springs, 1960 en el
Centro de Arte Campredon de Francia, donde se indagaba en la mirada irónica (y
a color) sobre Estados Unidos del autor de El beso.
Nueva York en 1957, según
Brassaï. /PHOTO BRASSAÏ, ESTATE BRASSAÏ
/ RMN
Desde el 29 de abril y hasta finales de junio, la
sala San Benito de Valladolid acogerá la exposición Brassaï en América que, producida por diChroma Photography, rescata
50 fotografías en color y 57 vintage en blanco y negro. Las de
color son las grandes desconocidas, ya que solo se han expuesto antes en 2011
en Montpellier, justo un año después de que Agnès de Gouvion Saint Cyr, albacea
del archivo de Brassaï, las encontrase al fallecer la mujer del célebre
fotógrafo.
“Cuando Agnès empezó a realizar el inventario de
todo lo que contenía el estudio de Brassaï en París, se encontró en una
estantería con lasektachrome”, recuerda Anne Morin, directora de
diChroma. “Su archivo era una locura de papeles porque tomaba notas de todo, no
paró nunca de escribir”, explica la propia Agnès de Gouvion Saint Cyr. “Las
imágenes estaban en un sobre, entre miles de papeles, y fueron una verdadera sorpresa”.
Las fotografías, como las de Doisneau, fueron el
resultado del encargo de una revista. En 1957, la lujosa Holiday le
extiende una invitación por dos meses para captar la vida de las calles de
Nueva York y de Luisiana. Brassaï aceptó, pese a que había tardado décadas en
cruzar el charco, física y mentalmente.
En 1932, había sido invitado por el galerista
Julien Lévy pero a última hora decidió cancelar el trabajo y también el viaje.
Su amigo Henry Miller le había disuadido, Nueva York no era para tanto. Es
entonces cuando legendario editor Carmel Snow —que acababa de hacerse cargo de
la dirección artística de Harper’s Bazaar— le propone un contrato
con la revista que duraría más de treinta años: le reserva dos páginas
mensuales a sus creaciones, con la condición de no realizar nunca fotografías
de moda. El fotógrafo retrasa su viaje al color y a Estados Unidos.
“Mientras tanto”, explica Agnès de Gouvion Saint
Cyr, “se va ganando la fidelidad y complicidad de varias personas muy
influyentes en el mundo artístico americano, los fotógrafos [e historiadores de
la fotografía] Edward Steichen y John Szarkowski, con los cuales traba una
larga amistad que conduce a presentar dos grandes exposiciones suyas en el
MoMA: una en 1956 y, en especial, una retrospectiva en 1968”. Lo que le animó
por fin a viajar fue la triunfal acogida, por parte del público y de la crítica
estadounidenses, de sus grafiti (Brassaï es pionero en codificar la importancia
artística de esta forma de expresión callejera).
Holiday imprimió dos fotografías y el resto
quedaron, hasta ahora, en el olvido. Para la albacea y comisaria de la
exposición en el caso de Brassaï —como en el de Doisneau— no se puede olvidar
el carácter circunstancial del trabajo, de incursión en un territorio ajeno.
Hay por ello cierta extrañeza y mucho juego. Pero si la hija y albacea de
Robert Doisneau, Francine Déroudille, recuerda que su padre trabajó en blanco y
negro principalmente por razones prácticas (“la fotografía en color era
carísima y además, no se conocía bien su resistencia al paso del tiempo”) el
caso de Brassaï fue muy distinto.
Otra imagen callejera
neoyorquina de Brassaï. / PHOTO
BRASSAÏ, ESTATE BRASSAÏ / RMN
“Él podría haber trabajado paraHarper’s Bazaar en
color pero no quiso, jamás lo hizo. En cambio, aquí sí, cuando tiene que
retratar las calles de Nueva York y las de Nueva Orleans. El color se convierte
en parte del objetivo y decide buscar fotografías que solo funcionan en ese
formato y que en blanco y negro no tendrían ningún sentido”.
Los luminosos de las avenidas, la ropa de las
mujeres, la luz de edificios, las ferias, los niños… el color cambia los puntos
de interés del fotógrafo. “Él es conocido por su Paris la nuit, un trabajo muy delicado, pausado, un trabajo que
tiene que ver con el tiempo, la espera, la lentitud, con cierta delicadeza”,
afirma Anne Morin. “Pero en Estados Unidos trabaja en secuencias, y en series.
Hay movimiento en sus imágenes, hay ruido, hay vida, hay muchedumbre. Él está
dentro de la escena que fotografía y su vocabulario estético, más suelto, roza
la especificidad del cine más que la de la propia fotografía”. Morin concluye
que en él el color es “forma, musicalidad, movimiento y ritmo”.
Para Agnès de Gouvion Saint Cyr es, en definitiva,
el valor de un experimento que más tarde volvería a aplicar solo para algunas
de sus fotografías de grafitis. “Pero creo que en el fondo, como a Doisneau, el
color en sí mismo no les interesaba tanto como la posibilidad de trabajar de otra
manera”. Lo más probable es que solo fuesen unas vacaciones lejos de sí mismos,
la posibilidad de renacer en un mundo nuevo para olvidarlo después entre miles
de viejos papeles.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/04/17/actualidad/1397759672_296335.html
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