TOMMASO KOCH Madrid
Un detalle de la portada de
'Come prima'.
Dibujos por todos los lados. Ante la puerta del
dormitorio, sobre la mesa de la cocina, en cualquier lugar donde podía “dejar
una señal”. El pequeño Lionel Papagalli (Grenoble, 1976) esparcía sus
creaciones por casa, para reafirmarse a golpes de lápiz. “Mis padres son
actores. En una familia acostumbrada a contar historias, me puse a dibujar en
una esquina, en voz baja. Era mi manera de hablar con ellos, de no
desaparecer”, relata por teléfono el creador francés, de origen italiano. Algo
así como diseño, luego existo.
Han pasado casi 30 años, ha adoptado un nombre
artístico (Alfred) y ha sido a su vez progenitor, pero el amor
de Papagalli por los tebeos sigue idéntico, tanto que lo ha convertido en su
profesión. Y hasta hace nada— pese a obras celebradas como Por qué he
matado a Pierre (Ponent Mon)— continuaba igual la inseguridad de ese
niño que desafiaba el olvido con sus viñetas. “Soy autodidacta y tenía el
complejo de no saber si lo hacía bien, si estaba a la altura. Hace dos meses en
Angulema, con casi 38 años, por primera vez pensé: ‘Tengo el derecho de estar
aquí”, cuenta Alfred. No es para menos: su novela gráfica Come prima
se llevó el premio a la mejor obra del festival de cómic más famoso de Europa.
El libro es el primero en el que se encarga de todo, así como el estreno de
Salamandra graphic, nuevo sello que la editorial dedica al mundo del tebeo.
Una página de 'Come prima'.
Con cierto don de síntesis, se podría decir que Come
prima es la historia de dos hermanos y de un viaje por Italia en un
Fiat 500. Pero se dejarían fuera demasiados detalles: porque, encerradas en 230
páginas de viñetas y paisajes amarillentos, están la muerte y la vida; el amor
familiar y los malentendidos irresueltos; las peleas y las risas junto las
lágrimas y las heridas. Están, también y sobre todo, tres inquietudes que
vagaban por la mente de Alfred.
“En una época de confusión, empecé a tomar notas,
una especie de diario íntimo para librarme de un peso. No pensaba ni tenía
ganas de que fuera un libro”, relata. Primero, echó en un cuenco sueños y
recuerdos de su infancia en Italia. Luego, añadió el conflicto entre su abuelo
y el hermano de este: comunista el primero, fascista que combatió durante la II
Guerra Mundial el segundo, no se hablaron durante más de 30 años. Y,
finalmente, la receta se completó con otra cucharada de tensiones: esta vez,
entre el propio Alfred y su hermano mayor. “Tras un equívoco que no arreglamos,
acabamos sin hablarnos durante casi 10 años”, recuerda el autor. Por lo menos,
ahora las cosas están mejor: “Ya podemos celebrar Navidad juntos”.
Entre tantos conflictos y silencios, Alfred halló
al fin una voz literaria. Y surgió el periplo por la carretera de Fabio y
Giovanni, los protagonistas de Come prima, para atar los cabos
que el pasado dejó sueltos. “Quise demostrar que podía escribir esta historia.
La enseñé al editor, empecé a dibujarla, pero lo tiré todo. Recomencé y fui
descubriendo la trama a medida que avanzaba, al ritmo de una página al día”,
relata Alfred. Para ello, aparte del cajón de la memoria, se inspiró en el cine
italiano de los cincuenta y sesenta. De hecho, la influencia de Rufufú o La
escapadaprodujo un cómic tan cinematográfico que Afred ha recibido una
propuesta para adaptar al cine Come prima.
La idea, reconoce, le hace ilusión. Pero tiene dos
condiciones. Ante todo, le gustaría que la película estuviera ambientada en
Italia. Allí pasó su juventud y, siempre que vuelve, reconoce sentirse en casa.
De hecho, se trasladó a Venecia unos años para enseñarle sus raíces a su hija
recién nacida: “Es una sensación casi física. Me da tristeza perder mi italianidad. Parte
del tipo que soy viene de allí”.
El dibujante francés
Alfred. / CHLOÉ VOLLMER-LO
La otra clave es que no quiere encargarse él de la
película. Lo suyo es el cómic, y punto: “Llevo desde los seis años diciendo que
soy un historietista. Siempre tuve claro que no podía hacer otra cosa que no
fuera dibujar. Quiero contar historias con diseños”. Y eso que, pese a los
premios y a viñetas que no desfigurarían colgadas en una pared, Alfred no
aprecia mucho su trazo. Al igual que Art Spiegelman, por citar un peso pesado
del mundillo, cree que no es “un gran dibujante”. “No es algo que me interese.
Lo más importante es el guion y que los dibujos sean lo más justos posibles
respecto a la historia”, defiende.
De paso, el artista recomienda dos libros que
acaba de leer: La traversée du Louvre de Prudhomme y Charly
9 de Guérineau y Tuelé. Y desvela su pasión por Fred. Precisamente
unos personajes del fallecido dibujante le rodeaban cuando subió al escenario
de Angulema. Algo así como una bienvenida al Olimpo del tebeo. A fuerza de
diseñar, ahora allí también existe.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/04/11/actualidad/1397236599_901671.html
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