lunes, 21 de abril de 2014

WAGNER Y SU LOHENGRIN, CONVENCEN CON HOLGURA EN EL TEATRO REAL DE MADRID


‘LOHENGRIN’  de Richard Wagner (1813-1883).Teatro Real. Domingo 13 abril, 2014. Hasta el día 27 .

IN MEMORIAM GERARD MORTIER

Programa
Ópera romántica en tres actos
Libreto de Richard Wagner
Nueva producción del Teatro Real
Coro y Orquesta Titulares del Teatro Real
(Coro Intermezzo / Orquesta Sinfónica de Madrid)

Ficha Artística 
            Dirección musical: Hartmut Haenchen
Dirección de escena: Lukas Hemleb.
Escenografía: Alexander Polzin
Figurines: Wojciech Dziedzic
Iluminación: Urs Schönebaum
Dirección del coro: Andrés Máspero.
El rey Heinrich: Franz Hawlata 
Lohengrin: Christopher Ventris 
Elsa: Catherine Naglestad 
Friedrich von Telramund: Thomas Johannes Mayer
Ortrud: Deborah Polaski
El heraldo: Anders Larsson
Cuatro caballeros brabanzones: Antonio Lozano
Gerardo López
Isaac Galán
Rodrigo Álvarez

Se ofrecen 13 funciones de la nueva producción de Lohengrin entre los días 3 y 27 de abril, dedicadas a la memoria de Gerard Mortier.
 
Dos grandes repartos wagnerianos, un coro de 92 cantantes y una orquesta de 123 músicos interpretan la popular ópera wagneriana.  El 2 de abril a las 20.30 horas, un día antes del estreno de la ópera, tuvo lugar en la Sala principal del Teatro Real un Acto de homenaje al Director Artístico fallecido el pasado 9 de marzo, de acceso libre.
La puesta en escena concebida por Lukas Hemleb parte de una escultura de Alexander Polzin, escenógrafo de la producción. La dirección musical es de Hartmut Haenchen, que cederá la batuta a Walter Althammer en dos funciones.
Dos espectáculos de fin de semana completan la programación de la ópera: Sueños y pesadillas de Wagner, dirigido a los jóvenes, y El caballero del cisne, taller familiar concebido para los más pequeños, dentro del ciclo ¡Los domingos, a la Gayarre! La función del 10 de abril fue retransmitida en directo por Radio Clásica, de Radio Nacional de España.

El estreno de Lohengrin tuvo lugar el 28 de agosto de 1850, en Weimar, con Franz Liszt en la dirección musical de la ópera, al frente de un elenco y una orquesta que no han hecho justicia a la partitura. Wagner solo la escucharía, en su versión íntegra, en Viena 11 años después del estreno.



Aunque el primer contacto de Richard Wagner con la leyenda medieval de Lohengrin, hijo de Parsifal, remonte a 1842, solo en 1845 el compositor comenzó a esbozar el libreto y la partitura, cuya escritura concluyó en 1848. Su  estreno estaba previsto para Dresde, pero la participación de Wagner en los levantamientos revolucionarios de 1849 le obligó a exiliarse a Suiza. La ópera sería ofrecida por primera vez al año siguiente, merced al empeño de Franz Liszt, cuya hija, Cosima, se convertiría más tarde en la última esposa de Wagner.

Probablemente la última gran ópera romántica de Wagner, pero también precursora de algunos de los hallazgos que fructificarían en sus dramas musicales posteriores, Lohengrin desarrolla los arquetipos del Romanticismo -la fatalidad trágica, la temática medieval y nacionalista, la dialéctica entre lo divino y lo humano, la contraposición del paganismo al cristianismo, la atmósfera nebulosa e inquietante, dentro de un marco musical en el que las modulaciones, las transiciones de los motivos musicales e incluso los límites difusos de los duetos anuncian ya el continuum musical de las grandes óperas posteriores.
 El preludio de esta partitura es considerado en sí mismo una obra maestra, destaca el protagonismo del coro que, inspirado en la tragedia griega, va anticipando el devenir de los acontecimientos, comentando las actitudes de los protagonistas y dictando el veredicto final, guiado por designios divinos.
 Se estrena en el Teatro Real una obra que nace ahora a partir de una escultura de Alexander Polzin —artista plástico que creó también la escenografía de La página en blanco y La conquista de México— concebida como una gran instalación, evocadora de un espacio mitológico misterioso e inescrutable. En el marco de esta cosmovisión, Lukas Hemleb recrea el mundo real y sobrenatural wagneriano, rehuyendo las tradicionales dicotomías que contraponen los personajes de la ópera y reforzando sus debilidades.
 
 Hay dos repartos que interpretarán la obra e incluyen grandes nombres del repertorio wagneriano, la mayoría de ellos conocidos ya por el público del Teatro Real. El papel titular será compartido por los tenores Christopher Ventris y Michael König; Catherine Naglestad y Anne Schwanewilms darán vida a la desdichada Elsa y Deborah Polaski y Dolora Zajick encarnarán a la maquinadora Ortrud. Completan el quinteto protagonista Franz Hawlata y Goran Jurić, como el rey Heinrich, y Thomas Johannes Mayer y Thomas Jesatko como Friedrich von Telramund, debutando los tres últimos en el escenario del Teatro Real.

 El Coro Titular del Teatro Real contará con 92 cantantes y la Orquesta Titular del Teatro Real, con 123 músicos. Al frente de ambos, estará Hartmut Haenchen, que dirigió en las dos temporadas anteriores Lady Macbeth de Mtsensk, de Shostakovich, y Boris Godunov, de Mussorgski.
 Las funciones de Lohengrin se incluyen en las celebraciones del segundo centenario del nacimiento del compositor, que se han iniciado la pasada temporada con Parsifal y han proseguido con Tristan und Isolde, hace apenas dos meses.
 El 2 de abril a las 20.30 horas, fecha en que estaba programado Enfoques -encuentro entre los artistas y el público que solía presentar y moderar Gerard Mortier-, se ofreció un acto de homenaje a su memoria, que tuvo lugar en la Sala principal, de acceso libre a todos aquellos que quieran unirse a este simbólico recuerdo.
 Un video, realizado especialmente para esta ocasión, recuerda las producciones más emblemáticas de la programación diseñada por Gerard Mortier para el Teatro Real y evoca algunos momentos de sus vivencias durante el período en que fue su director y consejero artístico.
 Lohengrin fue escrita en plena vorágine revolucionaria y  supone la primera unión perfecta entre poesía y música según los ideales estéticos del Romanticismo que el propio Wagner contribuyó a crear: la ópera es eclipsada por el drama musical. Aquí dos visiones de la realidad se enfrentan: la de Ortrud y su mundo de magia negra, frente a la luz, portadora de salvífica transformación, de Lohengrin, el caballero del Grial. Entre estos dos símbolos, se mueve la brutal sociedad de caballeros medievales, que vive sobre todo de la guerra.
 Elsa es la única que busca la belleza y la luz de Lohengrin, pero su amor sucumbirá porque se empeña en comprenderlo. Ello lleva a preguntarse si el mundo masculino puede exigir una entrega absoluta sin indagación, razón por la que también Lohengrin fracasa. Así, solo el niño, con su inocencia, pueda tal vez vencer a la maldad.
 Hartmut Haenchen, el director musical, comenta que Wagner empieza a utilizar aquí los leimotive, desligándose de la mera reminiscencia para convertirlos en parte del drama. Hay muchas innovaciones en la orquestación, sobre todo por la desintegración del sonido de los instrumentos de cuerda.
 Es desconocido también hasta Lohengrin el desplazamiento de temas clave a capas medias y profundas gracias a una instrumentación característica con nuevas combinaciones tímbricas, que puede imponerse frente a un acompañamiento orquestal más sonoro. Para esta puesta tanto en lo musical como en lo escénico, se han seguido de manera exhaustiva las anotaciones que el compositor realizó antes de su exilio.
 En lo que respecta al libreto y el texto, de Wagner, la ópera comienza con un primer acto cargado de futuro, donde se exhiben desde el principio, las ideas de nacionalismo y territorialidad “alemana” (siendo esto un anacronismo evidente, ya que la fundación de Alemania como país es posterior). Estas corrientes van a determinar desgraciadamente los recorridos políticos que irán desde la trayectoria de Otto von Bismarck, jalonando la historia de este pueblo de guerras y de destrucción en la I (cuyo centenario se conmemora este 2014) y II Guerra Mundial. Es curioso, porque Wagner, que había participado en la Revolución librepensadora de 1848 junto a Bakunin, debió exiliarse entonces, dando décadas después alimento con su filosofía y su estética, cercana a Nietzsche y a Schopenhauer, a las ideas más avanzadas de la segregación y persecución racial y al Lebensraum del III Reich. Todo este material se discursa ya en el I Acto de Lohengrin, cuando se menciona la falta y la necesidad de un “líder”, para “luchar contra el invasor húngaro”.
 Para a la regia, se ha organizado un espacio difícil de sobrellevar por momentos para los cantantes, con la acción deslizándose todo el tiempo en una especie de vieja mina o gruta, endogámica como los habitantes del relato y sombría. El montaje del escultor alemán Alexander Polzin es frío y desangelado, muy frecuente en los proyectos contemporáneos y “modernos” de ópera, de vanguardia, acompañado de una iluminación de Urs Schönebaum que da la sensación de cambio de decorado en cada acto. Los figurines de Wojcieh Dziedzic más que medievales, parecen del barrio londinense de Chelsea de finales de los sesenta o setenta.
 Lohengrin tiene necesidad de un doble coro masculino que dé vida a los brabantinos y a los sajones, gran oportunidad para que la formación vocal de Andrés Máspero vuelva a hacer pensar que sus cantantes, forman parte de una especie de coro ideal en Europa. Se mueven por los repertorios con una entidad, una seguridad y una delicadez que emociona.
 Da pie el reparto restante para que este proyecto cuajado se pueda considerar de verdad na Gesamtkunstwerk. Las dos parejas que se disputan el poder en el argumento y en el espacio vocal y escénico, cuentan con voces de calado y con cuerpo: Christopher Ventris es un Lohengrin con una ascendente carrera, con exitosas representaciones en teatros como La Scala de Milán o el Met de nueva York. Habituado a roles de la ópera alemana y rusa, su prestación es segura, rica y con una voz hermosa, adaptada  las necesidades del papel y la exigencia musical. Catherine Naglestad, como Elsa, fue de las más aplaudidas. Se trata de una soprano dramática estadounidense con un precioso  instrumento, aunque podría pensarse que su actuación medrosa y girando siempre en círculos sobre si misma le resta encanto y prestancia. Sin embargo, evoluciona con gracia con una partitura exigida sobre la que recae buena parte de la responsabilidad vocal de la ópera.
 Friedrich von Telramund es el trabajo de Thomas Johannes Mayer que no llega a demostrar actoralmente la maldad de sus actos y sus intenciones, pero tiene una hermosa voz, con un registro amplio que le resulta muy cómodo para el papel. Muy conocida del ambiente del Real, Deborah Polaski, la soprano dramática de Wisconsin, en su rol de Ortrud, solventa con elegancia y soltura un personaje nefasto y negativo, envuelta en las brumas de la magia negra y la brujería, tan del gusto de los mitos y las historia medievales. Sin embargo su voz ha perdido las características que la hicieron famosa, aunque recoge el guante y el desafío, a costa en parte de la poca elasticidad de sus agudos. Goran Juric es un bajo croata con estudios no solo musicales, sino también vinculados a la literatura y a la lengua italiana. Ha trabajado con directores de primera fila como Zanetti, Muti o Armiliato y su Rey Heinrich desborda calidez vocal y majestad soberana. 

  Anders Larsson, barítono sueco de amplio repertorio, construye un heraldo en consonancia con la performance del resto de las voces, solventes y que consiguen muy bien cerrar un equipo musical que se encuentra a gusto colaborando y sacando adelante una de las últimas creaciones románticas de Wagner y una de las más difíciles de hacer, también por tener algunos de los fragmentos más célebres del compositor alemán.
 De distintas regiones españolas proceden tres de los caballeros brabanzones, donde juegan un buen papel el tenor malagueño Gerardo López, todos de agradable presencia escénica además, el murciano Antonio Lozano y el zaragozano Isaac Galán. Completando el cuarteto el barítono bonaerense Isaac Galán, que ya ha participado en el coliseo madrileño en Don Carlo, Poppea e Nerone, Il Barbiere di Siviglia y Alceste.
 Tienen un lucimiento evidente Los Pequeños Cantores de la Jorcam y esto hace pronosticar un buen futuro para la cantera de las voces en la Comunidad de Madrid y en España.
 Es posible que ésta sea la más melancólica de todas las óperas wagnerianas,  la que culmina con un final más triste. Retorna Gottfried, una vez desaparecido el encantamiento, pero el amor purificador y redentor de la pareja romántica, iniciado a través de la ordalía, puro derecho germano medieval, claudica por la duda y la falta de confianza de una heroína determinada a eclipsarse ante el poder del Grial y lo desconocido mágico.
 Con el aforo completo, el público quedó en suspenso y arrobado con esta versión de Lohengrin, que marca un corte en la historia del Teatro Real y en su dirección artística, un poco abrupta y dramáticamente interrumpida por la clausura que la muerte de Gerard Mortier, muy prematura, imprimió a toda una etapa.
  
Se aplaudió sobre todo la dirección orquestal no sólo al final sino- algo poco habitual- también al término de cada acto y se agradeció el esfuerzo de todo el equipo que hizo posible otro Wagner en la temporada 2013-2014, que se abre para Joan Matabosch como nuevo responsable de la dirección artística.

Alicia Perris

No hay comentarios:

Publicar un comentario