SÁBADO 23 DE SEPTIEMBRE DE 2017 (Función retransmitida en directo por el Canal
Mezzo)
Fotos: Javier del Real
Ficha Artística
Ficha Artística
Dirección
musical: Ivor Bolton
Dirección de
escena: Claus Guth
Responsable
de la reposición: Tine Buyse
Escenografía
y figurines: Christian Schmidt
Iluminación:
Manfred Voss
Dramaturgia:
Ronny Dietrich
Dirección
del coro: Andrés Máspero
Coro y
orquesta titulares del Teatro Real
Cast
Lucio Silla:
Kurt Streit
Giunia:
Patricia Petibon
Cecilio:
Silvia Tro Santafé
Lucio Cinna:
Inga Kalna
Celia: María
José Moreno
Aufidio:
Kenneth Tarver
Comenzar la
temporada 2017-2018 en el Teatro Real con un episodio y un personaje
históricos tan potentes como Silla, es
una idea excelente, porque permite retomar con un compositor clásico, emergente
entonces, Mozart, que gusta de reconvertir el pasado, para reflexionar sobre
las costumbres y las maneras de su propio tiempo. Lucio Silla (el dictador) y
la ópera que narra sus peripecias fluyen entonces, a partir de este proyecto,
como un fenómeno viral en la capital española.
La
sublevación de Espartaco, las guerras púnicas, la destrucción de Herculano y
Pompeya son algunos de los paisajes de la República Romana. Efectivamente, la
historia de Roma no se limita al Imperio, como creen saber algunos, sino que en
un periodo histórico muy dilatado, hubo primero tiempo para siete reyes
(algunos de origen etrusco), la República y finalmente, luego del asesinato de
Julio César, verdadera alma de la res publica romana, un gobierno de transición
hasta que la derrota de Marco Antonio y Cleopatra por Octavio, abrió paso al
Imperio, que terminó después de una larga decadencia matizada en parte por la
constante ampliación de los territorios en manos de Roma a menudo manu militari
y la llegada del cristianismo, que pondría fin al concepto de una sociedad
basada en la esclavitud y en un ejército poderoso, aunque muy cosmopolita.
Roma nos
dejó mucho más, aparte del derecho, una forma de estar en el mundo que todavía
cultivamos en parte, mejor o peor, corregida y aumentada en algunos casos, como
nos hizo ver Mary Beard en su charla en el Museo Arqueológico Nacional en
Madrid. El propio museo, compartió su sala acorazada de la mano de la
conservadora jefe de numismática, Paloma
Otero, para que pudiésemos disfrutar del contacto con las monedas de la
época de Silla, experiencia alrededor de la cual, la conservadora, tejió una
trama interesante sobre la figura de uno de los jefes de las facciones que
desencadenaron algunas de las más feroces guerras civiles de la historia. De
hecho, Octavio-Augusto, recordaba aquellas contiendas y sus sucesores también,
para justificar la permanencia y la necesidad de un imperio unipersonal y omnímodo,
sin cortapisas, que mantuviera los territorios conquistados y la capital, a
salvo de nuevas turbulencias políticas y sociales.
Roma viaja
por lo tanto siempre con nosotros en la Europa occidental sobre todo y también
Grecia y a partir de estas dos grandes civilizaciones, construimos en los
siglos posteriores, nuestra propia identidad como herederos, más o menos
conscientes y más o menos fieles a ese legado.
Era Mozart
un adolescente cuando, en marzo de 1771, se le pide componer Lucio Silla. Concibió los recitativos un año y medio
después y se marchó a Milán, donde trabajaría en la música para las arias y
comenzaría los ensayos. Esta, que es la tercera de sus óperas, se estrenó en el
Teatro Regio Ducal en diciembre de 1772, con un reparto que incluía algunas de
las mejores voces del momento, ya que la dificultad de la partitura no admitía
segundones.
La historia,
se inscribe en el paradigma de ópera seria habitual en la Europa del siglo
XVIII y después de muchas tribulaciones para los protagonistas, el final se
acerca a una concertación moral y política que deja a todos contentos. Las
anécdotas pueden no ser reales, pero sí verosímiles y Mozart y su libretista
sabían bien quién era Silla (Sulla), el dictador.
Nada tradicional, aunque sí muy actual, la puesta en escena de Claus Guth, en colores planos, plataformas giratorias, puertas que se cierran y se abren, con distintos niveles en el escenario, dando relieve a cada aria da capo, que es la base de la construcción musical de esta ópera. Los cantantes, que suben, bajan, se acuestan, se elevan, se asoman al vacío, mientras deben someterse a una permanente exigencia vocal. Hay para todos ellos. El vestuario, sacerdotal y severo, acompaña el planteamiento de la “regia”. Tal vez demasiada “sangre” y gore para una propuesta escénica con happy end. Pero perfecta para la estética à la page de nuestro tiempo.
Nada tradicional, aunque sí muy actual, la puesta en escena de Claus Guth, en colores planos, plataformas giratorias, puertas que se cierran y se abren, con distintos niveles en el escenario, dando relieve a cada aria da capo, que es la base de la construcción musical de esta ópera. Los cantantes, que suben, bajan, se acuestan, se elevan, se asoman al vacío, mientras deben someterse a una permanente exigencia vocal. Hay para todos ellos. El vestuario, sacerdotal y severo, acompaña el planteamiento de la “regia”. Tal vez demasiada “sangre” y gore para una propuesta escénica con happy end. Pero perfecta para la estética à la page de nuestro tiempo.
Ivor Bolton es el director musical, sufriendo en carne propia
los avatares de los cantantes y sus distintos roles, consigue la magia de dar
uniformidad a una partitura, que, en ocasiones, desvela la juventud de un
compositor que alcanzaría la maestría en la composición operística algún tiempo
después. Su dedicación a los artistas del foso y del escenario es absoluta,
pendiente de los tempi, las dinámicas, las tensiones, los climax y anticlímax
de una propuesta muy complicada. Bolton es un fenómeno en sí mismo. Toda una
película dentro de otra. La Orquesta y el Coro titular del Teatro Real, a cargo
como siempre del experimentado Andrés
Máspero, consiguen, bajo la batuta del director musical, un ensamblaje
perfecto.
La ópera
dura 4 horas que amenazan con extenuar a los cantantes, que dan lo mejor de sí
mismos. Convincente y eficaz en lo actoral, el Lucio Silla de Kurt Streit, tenor estadounidense
sólido y bien fogueado, es el responsable de alguna manera de la coherencia del
desarrollo de la trama. Acompañado de una Patricia
Petitbon como Giunia, que sonó
con algunos ligeros problemas en la afinación y en el fiato, pero que demuestra
que gobierna la técnica y la seriedad de su propuesta vocal y teatral. Se
maneja a la perfección en el papel.
La
mezzosoprano nacida en Valencia, Silvia
Tro Santafé defiende un Cecilio muy
afinado, con un bonito despliegue en lo vocal, ajustado a su papel, amable,
devoto, eterno idealista que sin embargo, como Giunia, no confía en que el
destino le aporte la felicidad tan esperada y merecida.
Inga Kalna en su Lucio Cinna tiene decisión teatral en su rol
masculino y una emisión solvente, acertando en los dúos con Santafé y
proporcionando una sensación de movimiento, que rompe con otros momentos de
estatismo en la acción, acompasada por los numerosos recitativos.
La Celia de María José Moreno es femenina,
delicada, con una voz generosa, bien impostada, con una buena línea de canto y
finalmente a Kenneth Tarver da
placer oírlo y verlo. Se impone su decisión en escena, resulta muy convincente,
con un rol más corto que los anteriores, pero elegante y atractivo con un
vestuario que, a él, si le favorece.
Una
propuesta sofisticada, elegante, para comenzar la temporada, a pesar de que no
estuviera completo el aforo y algunos espectadores prefirieran, tal vez por las
dos primeras horas seguidas de la ópera sin descanso, fulgurantes pero
agotadoras, no regresar después de la pausa.
Lucio Silla
sigue triunfando como personaje histórico y teatral más allá de su tiempo y el
éxito que confirmó el público entusiasta que aplaudió mucho el proyecto, lo
atestigua. Que se sepa, todavía no le ha dedicado nadie una ópera a su eterno
rival, Mario, aunque era más simpático y más entrañable, como político
y-suponemos- como persona. Una producción resuelta con soltura, con amplitud,
pero hay más, que acabamos de comenzar.
Alicia Perris
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