lunes, 25 de septiembre de 2017

LA ÓPERA LUCIO SILLA, DE WOLFANG AMADEUS MOZART, ABRE LA TEMPORADA DEL TEATRO REAL 2017-2018

 SÁBADO 23 DE SEPTIEMBRE DE 2017  (Función retransmitida en directo por el Canal Mezzo)
Fotos: Javier del Real
Ficha Artística
Dirección musical: Ivor Bolton     
Dirección de escena: Claus Guth  
Responsable de la reposición: Tine Buyse         
Escenografía y figurines: Christian Schmidt      
Iluminación: Manfred Voss          
Dramaturgia: Ronny Dietrich       
Dirección del coro: Andrés Máspero
Coro y orquesta titulares del Teatro Real          
Cast
Lucio Silla: Kurt Streit       
Giunia: Patricia Petibon                
Cecilio: Silvia Tro Santafé 
Lucio Cinna: Inga Kalna    
Celia: María José Moreno 
Aufidio: Kenneth Tarver   

Comenzar la temporada 2017-2018 en el Teatro Real con un episodio y un personaje históricos  tan potentes como Silla, es una idea excelente, porque permite retomar con un compositor clásico, emergente entonces, Mozart, que gusta de reconvertir el pasado, para reflexionar sobre las costumbres y las maneras de su propio tiempo. Lucio Silla (el dictador) y la ópera que narra sus peripecias fluyen entonces, a partir de este proyecto, como un fenómeno viral en la capital española.
La sublevación de Espartaco, las guerras púnicas, la destrucción de Herculano y Pompeya son algunos de los paisajes de la República Romana. Efectivamente, la historia de Roma no se limita al Imperio, como creen saber algunos, sino que en un periodo histórico muy dilatado, hubo primero tiempo para siete reyes (algunos de origen etrusco), la República y finalmente, luego del asesinato de Julio César, verdadera alma de la res publica romana, un gobierno de transición hasta que la derrota de Marco Antonio y Cleopatra por Octavio, abrió paso al Imperio, que terminó después de una larga decadencia matizada en parte por la constante ampliación de los territorios en manos de Roma a menudo manu militari y la llegada del cristianismo, que pondría fin al concepto de una sociedad basada en la esclavitud y en un ejército poderoso, aunque muy cosmopolita.


Roma nos dejó mucho más, aparte del derecho, una forma de estar en el mundo que todavía cultivamos en parte, mejor o peor, corregida y aumentada en algunos casos, como nos hizo ver Mary Beard en su charla en el Museo Arqueológico Nacional en Madrid. El propio museo, compartió su sala acorazada de la mano de la conservadora jefe de numismática, Paloma Otero, para que pudiésemos disfrutar del contacto con las monedas de la época de Silla, experiencia alrededor de la cual, la conservadora, tejió una trama interesante sobre la figura de uno de los jefes de las facciones que desencadenaron algunas de las más feroces guerras civiles de la historia. De hecho, Octavio-Augusto, recordaba aquellas contiendas y sus sucesores también, para justificar la permanencia y la necesidad de un imperio unipersonal y omnímodo, sin cortapisas, que mantuviera los territorios conquistados y la capital, a salvo de nuevas turbulencias políticas y sociales.        
Roma viaja por lo tanto siempre con nosotros en la Europa occidental sobre todo y también Grecia y a partir de estas dos grandes civilizaciones, construimos en los siglos posteriores, nuestra propia identidad como herederos, más o menos conscientes y más o menos fieles a ese legado.

Era Mozart un adolescente cuando, en marzo de 1771, se le pide componer Lucio Silla.  Concibió los recitativos un año y medio después y se marchó a Milán, donde trabajaría en la música para las arias y comenzaría los ensayos. Esta, que es la tercera de sus óperas, se estrenó en el Teatro Regio Ducal en diciembre de 1772, con un reparto que incluía algunas de las mejores voces del momento, ya que la dificultad de la partitura no admitía segundones.
La historia, se inscribe en el paradigma de ópera seria habitual en la Europa del siglo XVIII y después de muchas tribulaciones para los protagonistas, el final se acerca a una concertación moral y política que deja a todos contentos. Las anécdotas pueden no ser reales, pero sí verosímiles y Mozart y su libretista sabían bien quién era Silla (Sulla), el dictador.


Nada tradicional, aunque sí muy actual, la puesta en escena de Claus Guth, en colores planos, plataformas giratorias, puertas que se cierran y se abren, con distintos niveles en el escenario, dando relieve a cada aria da capo, que es la base de la construcción musical de esta ópera. Los cantantes, que suben, bajan, se acuestan, se elevan, se asoman al vacío, mientras deben someterse a una permanente exigencia vocal. Hay para todos ellos. El vestuario, sacerdotal y severo, acompaña el planteamiento de la “regia”. Tal vez demasiada “sangre” y gore para una propuesta escénica con happy end. Pero perfecta para la estética à la page de nuestro tiempo.
Ivor Bolton es el director musical, sufriendo en carne propia los avatares de los cantantes y sus distintos roles, consigue la magia de dar uniformidad a una partitura, que, en ocasiones, desvela la juventud de un compositor que alcanzaría la maestría en la composición operística algún tiempo después. Su dedicación a los artistas del foso y del escenario es absoluta, pendiente de los tempi, las dinámicas, las tensiones, los climax y anticlímax de una propuesta muy complicada. Bolton es un fenómeno en sí mismo. Toda una película dentro de otra. La Orquesta y el Coro titular del Teatro Real, a cargo como siempre del experimentado Andrés Máspero, consiguen, bajo la batuta del director musical, un ensamblaje perfecto.


La ópera dura 4 horas que amenazan con extenuar a los cantantes, que dan lo mejor de sí mismos. Convincente y eficaz en lo actoral, el Lucio Silla de Kurt Streit, tenor estadounidense sólido y bien fogueado, es el responsable de alguna manera de la coherencia del desarrollo de la trama. Acompañado de una Patricia Petitbon como Giunia, que sonó con algunos ligeros problemas en la afinación y en el fiato, pero que demuestra que gobierna la técnica y la seriedad de su propuesta vocal y teatral. Se maneja a la perfección en el papel.
La mezzosoprano nacida en Valencia, Silvia Tro Santafé defiende un  Cecilio muy afinado, con un bonito despliegue en lo vocal, ajustado a su papel, amable, devoto, eterno idealista que sin embargo, como Giunia, no confía en que el destino le aporte la felicidad tan esperada y merecida.
Inga Kalna en su Lucio Cinna tiene decisión teatral en su rol masculino y una emisión solvente, acertando en los dúos con Santafé y proporcionando una sensación de movimiento, que rompe con otros momentos de estatismo en la acción, acompasada por los numerosos recitativos.
La Celia de María José Moreno es femenina, delicada, con una voz generosa, bien impostada, con una buena línea de canto y finalmente a Kenneth Tarver da placer oírlo y verlo. Se impone su decisión en escena, resulta muy convincente, con un rol más corto que los anteriores, pero elegante y atractivo con un vestuario que, a él, si le favorece.
Una propuesta sofisticada, elegante, para comenzar la temporada, a pesar de que no estuviera completo el aforo y algunos espectadores prefirieran, tal vez por las dos primeras horas seguidas de la ópera sin descanso, fulgurantes pero agotadoras, no regresar después de la pausa.


Lucio Silla sigue triunfando como personaje histórico y teatral más allá de su tiempo y el éxito que confirmó el público entusiasta que aplaudió mucho el proyecto, lo atestigua. Que se sepa, todavía no le ha dedicado nadie una ópera a su eterno rival, Mario, aunque era más simpático y más entrañable, como político y-suponemos- como persona. Una producción resuelta con soltura, con amplitud, pero hay más, que acabamos de comenzar.


Alicia Perris

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