DANIEL VÁZQUEZ SALLÉS
Alberto Sordi en 'Un
americano en Roma' EL MUNDO
"Donde no comen seis,
no comen siete", se escucha en 'El estafador'. Pocas frases definen tan
bien la obsesión por la comida que preside el cine italiano. Sobre todo, el que
surgió tras las penurias de la guerra. "La pobreza ha modelado la cocina
de mi país", afirma Dino Risi y quién sabe si lo que vale para los fogones
no sirve también para el propio cine
"El divertimento que
nace de algo que no es divertimento, hacer que los demás se rían con el hambre,
la miseria, la indigencia es difícil si no cuentas con una realidad de la calle
un tanto esperpéntica y la capacidad de unos actores fuera de serie", dijo
Mario Monicelli en una entrevista. Los actores fuera de serie a los que se
refería il regista eran Vittorio Gassman, Marcello Mastroianni, Totó, Ugo Tognazzi,
Alberto Sordi, Nino Manfredi, Vittorio de Sica y Sofia Loren o Claudia
Cardinale.Monicelli formaba parte de una generación de cineastas compuesta por
Dino Risi, Luigi Comencini, Mauro Bolognini y Pietro Germi que hizo de la
tragicomedia un metraje de alto voltaje iconoclasta. Si en algo coincidían sus
sátiras mordaces era en unos personajes que terminaban aceptando su condición
de perdedores a cambio, por ejemplo, de unas lenticcie con finocciona. El
perfume de un buen plato en la mesa ayudaba de tal manera a recargar el ánimo
para seguir perdiendo que consiguieron convertir el hambre en una obsesión y, a
la postre, en comedia del arte.
Una de las obras maestras
de esta generación es Rufufú. Liderados por Peppe il pantera, un boxeador medio
tonto que se cree un superdotado, un grupo de infelices decide preparar un
golpe científico con el fin de robar una caja de caudales de un banco. Como
cabía esperar, el cientifismo falla en los cálculos y los ladrones terminan en
una cocina privada con un único tesoro al alcance: un plato de pasta con le
ceci. "Necesitaría una gota más de aceite", dice Tiberio, el
fotógrafo de nupcias insolventes. «Femmina picante, falla tua amante, femmina
cuccinera, prendila come mogliera" [Mujer picante, hazla tu amante; mujer
cocinera, tómala como esposa], recuerda Michele, el siciliano. A lo que Peppe
responde con un simple: "Tengo hambre". Encontrar en Italia una
osterie que prepare esta pasta con le ceci no es una tarea fácil.Un actor tan
clásico como Gassman es recordado como el mayor talento de la comedia italiana.
Entre sus reconocimientos está el haber interpretado a Gerardo Larini en El
estafador y haber pronunciado una de las frases más brillantes de la historia
del cine. Gerardo, un actor lamentable que cree poseer dotes shakesperianas,
sale de la cárcel y hambriento entra en el Café de los Artistas con un tenedor
en la mano. Ante su incapacidad de robar un poco de antipasto de los platos, la
voz en off de Gerardo vuela sobre la tragicómica escena: "Las buenas
amistades son las que se hacen en la cárcel. Antes de salir, Quinotto me había
dicho: 'Gerardo, cuando quieras venir a verme, recuerda que mi casa está
siempre abierta. Donde no comen seis, no comen siete'". ¿Es o no es una
gran metáfora?La Italia hambrienta que tan bien retrató Vittorio de Sica en
Milagro en Milán, la acabó de reflejar Liliana Cavani en la película La piel y
su escena en el restaurante en la que una mano humana es convertida por obra
del cocinero en una manita de cerdo. Ese acto de antropofagia sucedió mucho
antes de que Marcello Mastroianni paseara por Via Venetto dispuesto a saciar la
sed con un Dolce Vita Cocktail. Muchos años más tarde, Toni Servillo nos mostró
La gran belleza romana siguiendo el aroma de la salvia del Saltimbocca.Conte,
Melandri, Perozzi, Sassaroli y Necchi, los cinco bastardos de Habitación para
cuatro, también van a lo suyo y, entre gamberrada y gamberrada ideada por sus
mentes de maduritos peterpanescos, no hay mejor pausa que mimar sus estómagos
en restaurantes como el de Ramaiolo a base de papardelle sull'anatra, spiedino
di fegatini all'aretina col finocchio, funghi alla griglia y ovoli e
tartuffi.Ay, los ristoranti! Ettore Scola, director situado en el territorio
que separa intelectualmente a los regista tragicómicos del grupo de los
Rossellini, Fellini, De Sica, Antonioni y Bertolucci, fue el autor de La cena,
una preciosa película en la que los clientes del restaurante regentado por
Fiora, muestran sus vicios y sus virtudes con la comida como estímulo
confesor.Martha Rose Shulman, en su Atlas Mundial del gastrónomo, escribió:
"La pobreza ha modelado la cocina italiana como en muchos otros países
mediterráneos". Lo corroboró Risi y compañía, y lo acabó de confirmar,
curiosamente, un director que consideraba la comedia italiana un símbolo de
bajeza intelectual. En Novecento, Bernardo Bertolucci nos muestra dos
realidades. La de Olmo, el niño campesino, y la de Fredo, el hijo del
terrateniente. Por la noche, la familia de don Alfredo disfruta de un suculento
plato de ranas cazadas por Olmo. Lección marxista: sin la destreza del niño
campesino, la imaginación culinaria de il padrone sería nula.Tanto Novecento
como Rufufú tienen mucha más compatibilidad de la que le gustaría a Bertolucci.
Les uniría un buen plato de pasta con le ceci. Por cierto, en la trattoria
siciliana Al Padrino los preparan de maravilla.
http://www.elmundo.es/cultura/2017/08/15/5991e8a8ca4741e1438b45f3.html
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