JUAN
MANUEL BELLVER París
La antigua gendarmería de
Saint-Tropez en la Place Blanqui es el monumento más fotografiado por los turistas
que inundan cada verano este pueblo de la Costa Azul. Aunque la sede de la
policía departamental gala se trasladó hace tiempo a un edificio más moderno,
el cartel de "Gendarmerie Nationale" sigue pintado a gran tamaño
sobre la fachada y los cinéfilos y veraneantes acuden en tropel, hoy como ayer,
para retratarse ante el escenario donde transcurrían las peripecias del
sargento Ludovic Cruchot y su recua de gendarmes patosos.
"Cruchot es toda la
Humanidad", dijo Louis de Funès de su personaje más popular.
"Básicamente, uno saca brillo a los zapatos de sus superiores jerárquicos
y luego se limpia en el culo de los subalternos".
Así se las gastaba el más
grande actor cómico de la historia del cine galo, del cual se celebra hoy el
centenario de su nacimiento. Un hombre hiperactivo, menudo y calvo, con una
insuperable capacidad para la mímica, que rodó más de 140 películas en
las que realizaba habitualmente una cruel caricatura del típico ciudadano
francés de la posguerra: reaccionario, egoísta, envidioso, desconfiado,
quejica, rácano, machista, tiránico, servil, aprovechado, burlón,
permanentemente enfadado...
¿Cómo un sujeto tan mezquino
pudo provocar la risa y hasta la simpatía de varias generaciones de
espectadores europeos? El secreto está en la vis cómica y la inmensa
gestualidad de este intérprete mayúsculo, cuyo talento para el humor y la
improvisación solía terminar salvando, las más de las veces, unos filmes con
guiones simplistas y escaso presupuesto.
"Siempre me ha tocado
interpretar papeles secundarios que yo convertía en estelares", declaró en
1962 a 'L'Express' el tipo de 1,64 metros que presumía de haberle robado
la escena a partenaires masculinos más altos y apuestos como Jean Marais,
Bourvil, Fernandel o Yves Montand. "Yo nunca aspiré a ser un gran
comediante como Chaplin, Keaton o Danny Kaye, sino sencillamente un buen
cómico", diría 13 años después en 'Le Journal du Dimanche'.
¡Y vaya si lo consiguió! Estos
días la televisión francesa emite cintas memorables como 'El gendarme de
Saint-Tropez' (1964), 'Fantomas' (1964), 'El papanatas' (1965),'La gran juerga'
(1966), 'Las locas aventuras de Rabbi Jacob' (1974), 'Muslo o pechuga' (1976)...
Títulos despreciados por la crítica que batieron records en plena Nouvelle
Vague y que son joyas del cine familiar, mil veces repuestas en programas de
sesión continua en salas de barrio.
Hasta 170 millones de entradas
vendieron sus películas en Francia, según 'Box Office', destacando la hazaña de
'La gran juerga' (1966), que sólo en el Hexágono fue vista por 17,2 millones
de espectadores. Aquella farsa sobre cinco aviadores aliados que se ven
obligados a lanzarse en paracaídas sobre el París ocupado de 1942 después de
que su bombardero fuera abatido por la artillería alemana, no sólo constituyó
la primera aproximación risueña del cine galo al espinoso tema de la II Guerra
Mundial, sino que se convirtió en un fenómeno comercial: durante más de 30
años fue la cinta más taquillera de la industria francesa.
Dirigida por Gérard Oury -con
quien había trabajado ya en 'El papanatas' y repetiría en 'Rabbi Jacob'- 'La
gran juerga' es quizá la obra maestra en toda la carrera de Luis Germán
David de Funes de Garlanza Soto, Fufu para los amigos: el
primogénito de una pareja de españoles que a comienzos de siglo XX salió
huyendo de Galicia al país vecino para casarse contra la voluntad de la familia
de ella. Una auténtica pieza en su adolescencia: buen alumno de piano pero
pésimo estudiante de secundaria, expulsado de la Escuela Superior de Peletería
por sus continuos altercados y de la École Technique de Photographie et de
Cinéma por gastar una broma con hiposulfito de sodio que provocó un aparatoso
incendio.
La
holgazanería como modo de vida
Despedido de diversos empleos
(contable, mozo de ultramarinos, limpiabotas, parquetista) a causa de su
holgazanería, el joven Louis terminaría tocando el piano en tugurios
parisinos donde, en plena ocupación nazi, decidió que quería ser actor,
aprendió a imitar al Pato Donald y desarrolló algunas de sus muecas y trucos
más característicos, como la mirada sollozante, la inflexiones guturales, la
gesticulación desesperada, la cara de asombro o de pavor, la mímica como
recurso vodevilesco para contar una historia...
"Ser gracioso es un don,
una manera de sentir, de comprender e interpretar", gustaba explicar este
hombre de naturaleza seria y hasta antipática en la vida real. "El ser
humano descubre la desgracia demasiado pronto. Por eso siempre necesitará la
risa".
Ya se había divorciado de su
primer esposa -que le dio un hijo, Daniel- y se había casado en segundas
nupcias con Jeanne Augustine Barthélémy, bisnieta de Guy de Maupassant,
con quien engendraría dos vástagos más, cuando debutó en la gran pantalla en el
largometraje de Jean Stelli 'La tentación de Barbizon' (1945). Hacía el papel
de portero del cabaret Le Paradis y sólo aparecía 43 segundos diciendo una
frase.
Así estuvo años, enlazando en
cine y teatro roles de poco fuste. Lo mismo doblaba al francés películas
italianas que hacía de figurante en pequeñas producciones de Sacha Guitry
o asumía, en un solo filme, varios personajes de reparto, como cuando 'Du
Guesclin' (1949) interpretó a un mendigo, un astrólogo, un mercenario español y
un cortesano. En 1954 llegó a participar en 18 rodajes sin que su nombre -que
había afrancesado añadiendo el acento grave a su apellido- figurase jamás en el
cartel.
Su suerte cambiaría gracias al
éxito escénico de la revista 'Ah, les belles bacchantes' (1953), al que
seguiría luego su papel en 'Ni vu ni connu' (1957), dando vida al cazador
furtivo Blaireau, por el cual la revista 'France Dimanche' le describió como "el
actor más divertido de Francia". El taquillazo de la obra teatral
Oscar, dos años después, confirmaría su estrella ascendente.
Esta comedia de enredo había
sido estrenada en el Théatre de l'Athenée parisino, con Pierre Mondy y Jean-Paul
Belmondo de protagonistas. Tras la buena acogida en la capital, se reclutó
a Fufu para la 'tournée' por provincias y aquello fue la apoteosis. Los
inverosímiles aspavientos e improvisaciones del meritorio provocaron ríos de
tinta y nuestro personaje terminó siendo requerido para ejecutar la pieza a
orillas del Sena.
"De Funès estaba genial
en 'Oscar'. Mejoró el personaje y le dio una dimensión burlesca", comentó
su antecesor en el papel, Pierre Mondy. Entre los años 1959 y 1972, la obra se
representó en París hasta 600 veces para mayor gloria del "actor de las
40 caras por minuto" y, finalmente, tuvo su versión cinematográfica en
1967 a cargo de Édouard Molinaro.
Fue precisamente en diciembre
de aquel año cuando el general De Gaulle quiso conocer personalmente al
hombre que había devuelto la sonrisa a Francia y organizó en su honor una cena
de gala en el Elíseo. No era para menos ya que tres largometrajes suyos ('La
gran juerga', 'Oscar' y 'Fantomas contra Scotland Yard') terminaron en el top 5
del Box Office anual galo.
Además, la saga del Gendarme
de Saint Tropez -que terminaría sumando cinco secuelas- había traído tantos
turistas a aquel rincón perdido de la Riviera hoy metamorfoseado en reducto de
la 'jet set' como los numeritos sexys de Brigitte Bardot en 'Y Dios creó
a la mujer'. Y, por si fuera poco, el 'Time Magazine' estadounidense había
comparado al dúo De Funès-Bourvil con los mismísimos Oliver y Hardy,
tras verles juntos en 'El papanatas'.
Familiar
y religioso
Convertido en una gloria
nacional, este hombre familiar y profundamente religioso, que sólo rechazaba un
papel si tenía que hacer de marido adúltero, siguió rodando cintas más o menos
logradas, que se distribuían incluso en la Unión Soviética, y le valieron la
Legión de Honor en 1973. Pero todo se truncó al sobrevenirle, dos años
después, la primera crisis cardiaca. Los médicos fueron tajantes: tantos años
de mala alimentación y de tabaquismo excesivo no invitaban a la esperanza. Las
compañías aseguradoras tomaron buena nota y empezaron a negarse a garantizar
los rodajes en los que participaba.
A pesar de ello, lograría
sacar adelante seis comedias más, entre las que destacan 'Muslo o pechuga'
(1976), una sátira sobre las guías gastronómicas coprotagonizada por Coluche,
así como su anhelada versión de 'El avaro' de Molière, pieza cumbre del
genio de las letras galas que él ya había registrado en disco de 33 rpm en 1964
y con la cual se sentía íntimamente identificado; no en vano había desarrollado
una técnica para no pagar jamás los taxis, consistente en abonar la carrera con
un cheque concienzudamente firmado, que la mayoría de los chóferes preferían
guardar de recuerdo antes que ingresar en sus cuentas.
Coincidiendo con el estreno de
este filme, De Funès recibió en 1980 el único César de su trayectoria, un
premio honorífico que le entregó su admirado Jerry Lewis con todo el
auditorio puesto en pie. Tres años después, sufrió un ataque fatal en ese
imponente Château de Clermont (Cellier, Loire-Atlantique) que había
comprado hacía tres lustros a la familia de su esposa. "Un castillo con
365 ventanas: una para cada día del año", bromeaba. Ya lo dijo Gérard
Depardieu, "hacer reír cansa el corazón".
Hoy esta imponente edificación
del siglo XVII situada a 15 kilómetros de Nantes está clasificada como
monumento histórico y ha sido dividida por una inmobiliaria en 40 viviendas de
lujo. Pero la huella de su penúltimo propietario queda en esa rosaleda que
Fufu, apasionado de la jardinería, cuidó hasta el final, y esa Orangerie
situada en un rincón del parque de 30 hectáreas, que acoge desde hace dos años
el Musée de Louis, donde se exhibe toda la memorabilia del actor: del
sombrero de Rabbi Jacob a la peluca del director de orquesta de La gran juerga.
La asociación local que
gestiona el museo ya ha advertido de que este permanecerá cerrado hoy por el
centenario, para evitar tumultos como el de septiembre de 2013, cuando
11.000 fans del cómico invadieron el pueblo, para gran susto de los
lugareños. Los admiradores del actor de vacaciones por la Costa Azul sí podrán
visitar, sin embargo, esa emblemática gendarmería de Saint-Tropez que atrae más
turistas que el mismísimo Café Sénéquier, popularizado en los 60 por la Bardot
y en cuya terraza se han sentado desde Colette hasta Karl Largerfeld
o el ex presidente Jacques Chirac.
Y es que los seis disparatados
largometrajes dirigidos por Jean Girault han conquistado entre 1964 y 1982 a
más de 40 millones de espectadores en Francia. De ahí que el ayuntamiento, propietario
de la antigua gendarmería de la Place Blanqui, haya decidido sacar tajada al
legado del mezquino y colérico sargento Cruchot y ande estos días pidiendo
donativos para crear en 2015 un museo consagrado a la historia del cuerpo y a
la relación de Saint-Tropez y el cine: no sólo en lo concerniente a De Funès o
Bardot -que vive aquí todo el año, en su finca La Madrague-, sino a otras
películas rodadas en sus playas y callejuelas como 'Bonjour tristesse', de
Otto Preminger, con la llorada Jean Seberg, o El año de las medusas
de Christopher Franck, con una debutante Valérie Kapriski.
Acaso puedan verse allí cuando
se completen las obras de reforma el guión inicial y las imágenes de
localizaciones de la séptima entrega de las aventuras de Crouchot, que se truncó
con la muerte del héroe. Se titulaba 'Hemos perdido al gendarme de
Saint-Tropez en el triángulo de Las Bermudas' y no es difícil imaginar la
clase de astracanada que iba a ser.
Éste y otro material inédito
procedente de los archivos personales del actor figuran en el número especial
que el semanario satírico 'Charlie Hebdo' -aquel cuya redacción fue
incendiada en 2012 por unas caricaturas de Mahoma- anuncia para el 6 de agosto.
Y no es ésta la única sorpresa que el añorado De Funès nos depara en su 100
cumpleaños, ya que su hijo Olivier, a la sazón piloto de línea aérea además de
actor ocasional en filmes como 'El gran restaurante' (1966) o 'Caídos sobre un
árbol' (1971), ha autorizado al famoso cineasta y humorista Jamel Debbouze a
que su fallecido progenitor asuma el papel de Vladimir en la inminente cinta de
animación en 3D 'Por qué he matado a mi padre'. Para ello, emplearán
como base viejas imágenes de 'Delirios de grandeza' (1971) y el propio Olivier
escribirá los diálogos y la mímica del resucitado mago de la risa.
El villano de la máscara
Devoto lector de Enid Blyton y
de Richmal Crompton, fascinado por las hazañas de Tarzán y El Llanero Solitario
y adicto a los seriales radiofónicos, hay un personaje que me producía
escalofríos y que se me aparecía en las peores pesadillas: Fantomas.
Fantomas era el hombre sin rostro, el poderoso villano oculto tras una máscara,
la personificación del mal. Pero además Fantomas operaba desde un subterráneo
desde el que manejaba aviones, submarinos y armas que podían destruir el mundo
en aquella España de los campamentos de la OJE y la Sección Femenina. El pavor
que inspiraba este genio malvado contrastaba con la figura cómica del comisario
Juve, encarnado en la pantalla por Louis de Funès, que dedicaba todo su
tiempo y sus esfuerzos a perseguir al escurridizo Fantomas, oculto tras mil
identidades. No en vano había suplantado a muchas de sus víctimas, de las que
tomaba su personalidad gracias a su maestría en el disfraz. Fantomas había sido
creado en 1911 por Marcel Allain y Pierre Souvestre, que publicaron 32 entregas
con el personaje. Pero su salto a la posteridad se produjo gracias a las tres
películas en las que se enfrenta al comisario Juve, protagonizado por De Funès.
El primer filme fue rodado en 1964 y el tercero, tal vez el mejor, 'Fantomas
contra Scotland Yard', se estrenó en 1967. Fueron un gran éxito de taquilla,
coincidiendo con el apogeo de la popularidad del actor francés. Louis de Funès
supo dar vida al comisario Juve, que recuerda al inspector Clouzot de la
'Pantera Rosa', que siempre mete la pata y deja escapar al criminal. Pero Juve
es tenaz y honrado y no ceja en la persecución de su gran enemigo. Frente a los
rudimentarios métodos del comisario, Fantomas maneja un gran aparato
tecnológico y carece del menor escrúpulo a la hora de hacer un mal con el que
disfruta. Pero su principal rasgo es que carece de compasión y, a lo largo de
su dilatada vida, se va deshaciendo de todos sus cómplices. Allain y Souvestre
no aclaran su origen, pero le presentan de joven como un falso archiduque
alemán que huye de la Justicia. Vemos sus correrías por India, EEUU y México
hasta instalarse en un lugar oculto de Francia tras asesinar al marido de su
amante. Fantomas nunca descansa, planea un crimen tras otro pese a que Juve va
siguiendo su rastro y siempre está muy cerca de atraparlo. Visto con la
perspectiva de los años, el misterioso Fantomas no deja de ser un malvado casi
inocuo, de andar por casa, que hoy provocaría risa por sus estrafalarios
métodos y su forma de meter miedo. Fantomas era humano, demasiado humano en sus
odios y su crueldad frente a los monstruos bien reales que pueden derribar un
avión lleno de pasajeros, provocar una guerra o arruinar a millones de
personas. El mal es hoy abstracto, no tiene cara ni es localizable, ni posee
sentimientos ni barreras. Por eso, echamos en falta a aquel personaje que nos
producía tanto pavor. / PEDRO G. CUARTANGO
http://www.elmundo.es/cultura/2014/07/31/53d952acca474196458b458e.html
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