Más de un millón de personas han desfilado ante la obra maestra griega desde su reciente 'vuelta a casa'.
Alfredo
Merino París
Hay más gente si cabe. Desde el pasado 8 de julio, fecha en la que la
impresionante Victoria de Samotracia fue presentada después de una minuciosa
restauración, la escalera Daru se ha quedado pequeña ante la ingente marea
de turistas que se agolpan a los pies de la diosa para pasmarse con la
elegancia de sus formas resucitadas.
Antes ya eran muchos los que desfilaban bajo una de las tres obras más
emblemáticas del Louvre, pero que carecía del aura que se le supone a una
Niké triunfante. Ahora no queda hueco en los escalones. A las tres semanas
de haber sido colocada de nuevo en el centro de la monumental escalera, ya han
desfilado bajo ella un millón de almas. Selfies, instantáneas de la diosa sobre
la nave, fotos con la familia y los amigos... la totalidad de visitantes tira
de aparato, acaso sin comprender del todo qué es lo que se llevan impreso en
sus tarjetas electrónicas.
Con una altura de 5,57 metros y 30 toneladas de peso, la Mensajera
de la Victoria representa el momento en que, en sorprendente equilibrio, se
posa sobre la proa de un navío. Fue descubierta el 15 de abril de 1863 en
la isla de Samotracia, al noreste del Egeo, por el viceconsul de Francia y
arqueólogo Charles Champoiseau, quien la encontró hecha pedazos en lo que fue
el santuario de los Grandes Dioses. "Ha sido esculpida con un arte que
ninguna de las obras griegas que conozco iguala", escribió al embajador
francés en Constantinopla. De autor desconocido, data del siglo II antes de nuestra
era.
Iniciada el pasado 10 de septiembre, la restauración se ha
realizado en la cercana Sala de las Chimeneas, convertida en taller de
fortuna para evitar peligrosos traslados. Fueron desmontados los 23 sillares
que forman la nave, comprobando los ensamblajes. También se ha retirado el
bloque de cemento que en la restauración de 1932 se había colocado sin
demasiado fundamento entre la estatua y el barco. Ahora, el monumento se
aposenta sobre un amplio pedestal que eleva la colosal obra casi un metro sobre
el suelo, ofreciendo una vista más acorde con su posición original.
Donde más luce la restauración es en el cuerpo de la diosa alada, que
ha recuperado su integridad visual. Frotada la superficie de la piedra con una
solución de bicarbonato de amonio, ha salido a la luz un espectacular
contraste entre la blancura del mármol de Paros de la diosa y la severidad del
gris mármol de Lartos, conocida cantera de la lejana Rodas, del barco donde
se aposenta.
La limpieza ha resaltado la delicadeza de los pliegues de la vestimenta,
apenas sustentada por un golpe de viento, que no ocultan las divinas formas de
la Niké. El pecho, el ombligo, la curva del abdomen, han surgido como por
encanto. El que carezca de brazos y cabeza no le resta el menor atractivo.
En el Louvre se guardan 30 fragmentos que aparecieron desgajados de la
obra. Siete de ellos han podido ser colocados, cuatro en la estatua y tres en
el barco. Destaca un grupo de tres plumas acopladas en la cúspide del ala
izquierda. Se ha retirado una gola de yeso colocada en anteriores
restauraciones, apareciendo un mechón de cabello de la diosa.
La restauración de la 'Niké' ha costado cuatro millones de euros, uno
de ellos recaudado fruto de la generosidad de 6.700 donantes individuales
Realizada por un equipo de ocho restauradores dirigido por Daniel
Ibled, se han encontrado con la sorpresa de la policromía en algunos
rincones de la escultura. En especial trazos de una banda de color azul en
el borde de la túnica, que conforman una suerte de galón y también en las
plumas, invisibles a simple vista. "Esto no quiere decir que las alas
fueran azules", asegura el restaurador jefe. Según considera, se trata de
restos de pigmento que pudo ser la base para mezclarlo con otro color.
El coste de la restauración ha sido de cuatro millones de euros. Para
obtenerlos, el Louvre recurrió a una laboriosa campaña de mecenazgo. La mayor
parte la aportaron grandes empresas: Nippon Televisión Holdings, F. Marc de
Lacharrière y Bank of América Merrill Lynch, aunque es más reseñable la recaudación
de la increíble cantidad de un millón de euros gracias a la generosidad y el
chovismo de 6.700 donantes individuales. Por todos los rincones del Louvre
grandes carteles explican y agradecen la campaña.
La Victoria de Samotracia junto con La Gioconda de Leonardo da Vinci y
la Venus de Milo integra el trío de superstars del Louvre. El fervor que
se muestra hacia el resto de obras, todas únicas e imprescindibles, no le llega
a la altura de los zapatos a la sacrosanta trinidad del museo de los museos. El
90 por ciento de los visitantes sólo viene para ver a alguna de ellas. Mona
Lisa se lleva la palma; ella es la primera de lejos. Para comprobarlo sólo
hay que acceder a la Salle des États. Desde que en 2005 se colgó en este enorme
espacio, que se creía suficiente para acoger a los visitantes, se constató que
era insuficiente para acoger a la marabunta que lo inunda a todas horas.
Mona Lisa preside la sala. Protegida en todo momento al menos por dos
vigilantes y dentro de una vitrina que la aisla. Frente a ella la masa se
agolpa detrás de la barrera y dispara móviles, cámaras y tabletas en un intento
inútil de descubrir la enigmática sonrisa, alejada seis metros, detrás de los
brillos del cristal blindado y bajo la mugre de siglos acumulada sobre el
esfumeto de Leonardo, que pide a gritos una restauración como la de su
hermana del Museo del Prado.
En el piso de abajo los turistas hacen otra montonera. Esta vez bajo
la tercera prima donna del museo, la Venus de Milo. Al contrario que la
Victoria de Samotracia, la fascinante Afrodita encontrada en las Cícladas en
1820 no perdió la cabeza en su viaje a través de los siglos. Su rostro
contempla impasible al gentío rendido a sus pies. Elipse medio desnuda, la
sensual y ondulante figura emana un misterio que fascina a todo el que la
contempla.
Vayan a ver a la Mona Lisa o a la Venus de Milo, es obligado que todos
pasen ante la diosa Niké y, claro, se detienen a contemplar su último lifting,
de manera que la escalinata Daru parece el metro en hora punta. Solo es el principio.
Ahora se restauran escaleras, paredes, suelos, arcos y barandillas. Las
obras concluirán en la primavera de 2015, justo para acoger la gran
exposición que sobre la Victoria de Samotracia ha anunciado el museo y que
incluirá el resto de fragmentos encontrados, entre los que destaca la enorme
mano derecha aparecida en 1950 y que ya se muestra en una vitrina lateral.
Parque temático del arte, el Louvre tiene muy claro que su éxito se
basa en una renovación permanente y si estos días los andamios cubren el
ala Richelieu en la calle Rivoli, justo frente a la dorada estatua de Juana de
Arco, ya se anuncian nuevas obras para el otoño. "Se va a transformar el
vestíbulo de Napoleón para racionalizar los accesos a las colecciones",
explica Coralie James, portavoz del museo. En 2013 visitaron el Louvre 9,33
millones de personas, el más visitado del mundo. Tal afluencia provoca grandes atascos
y aglomeraciones bajo la pirámide creada por el arquitecto chino I. M. Pei,
mientras afuera una multitud aguarda el turno en una cola que alcanza el Arco
del Triunfo del Carrusel. La espera supera la hora y media.
El ambicioso proyecto de transformación del Louvre, previsto para
2016, permitirá acoger en el museo hasta 12 millones de visitantes al año
El 70 por ciento de los visitantes son extranjeros. Con un millón de
personas, los estadounidenses son los primeros, les siguen italianos y chinos,
esperándose que este año los orientales pasen a cabeza. Los españoles ocupamos
el puesto duodécimo con 210.000 visitantes.
Inaugurada en 1989, la pirámide es la parte más visible de una reforma
que se hizo para recibir a cuatro millones de visitas. No habían pasado 10 años
y las cifras superaban el doble de las previsiones. La nueva transformación
será, como lo fue entonces, la cara del nuevo Louvre. El denominado
proyecto Pirámide permitirá acoger a ¡12 millones! de personas al año. Con un
presupuesto de 53,5 millones de euros, está previsto que se concluya a finales
de 2016.
Lejos del trasiego de tan tumultuosos lugares, el patio Visconti
permanece en un sacro silencio que para sí quisieran muchas iglesias, la
cercana Notre Dame (ocho millones de visitantes al año), sin ir más lejos. Y
eso que aquí se localiza la última gran transformación del Louvre que ha
seguido a la pirámide de Pei. Desde finales de 2012, un singular techo
ondulado, metáfora de una alfombra voladora, ocupa el patio. Ala de libélula
suspendida en el aire, la etérea estructura de cristal traslucido apoyada en
paredes transparentes, fue la solución de los arquitectos Rudy Riccioti y Mario
Bellini para albergar uno de los más antiguos sueños del primer museo
parisino: las Artes del Islam.
La tarea no fue sencilla, pues se trataba de hacer sitio a una
colección que se extiende a lo largo de 12 siglos y abarca desde España al
norte de la India, incluyendo Sicilia, los Balcanes, Malta, el Magreb, Libia,
Egipto, Oriente Medio, Turquía, Irak, Irán y Afganistán. Junto con el techo
volante, se excavó el patio en una profundidad de 12 metros, lo que supuso el
empleo de un sofisticado sistema hidráulico que evitase el menor movimiento del
ala Denon. Todo ello sin tocar ni una de las fachadas del XVIII,
consideradas monumentos históricos.
Los 100 millones de euros gastados pueden parecer excesivos en estos
tiempos en los que hasta Francia tiene apreturas, pero el resultado es
espectacular. Un total de 2.800 metros cuadrados expositivos nuevos que
albergan cerámicas, cristalerías, joyas, armaduras, bronces, marfiles, tapices,
manuscritos, artesonados, elementos arquitectónicos reconstruidos... Hasta más
de 3.000 piezas, no pocas procedentes de España, que desde hace siglos se
llenaban de polvo en los almacenes del Louvre y también del Musée des Arts
Décoratifs, que ha cedido una importante cantidad de obras. Merece la pena
detenerse ante algunas. La pila bautismal de San Luis, pieza de latón,
oro y plata exquisitamente grabada procedente de la Siria del XIV; el
espectacular muro de azulejos otomanos del XVI y la extravagante jarra fatimida
egipcia tallada en cristal de roca en el año 1.000 son buenos ejemplos. Es hora
de partir. Cojamos fuerzas, hay que zambullirse de nuevo en la ávida marea
que recorre las galerías y para alcanzar la salida toca nadar a
contracorriente.
http://www.elmundo.es/cultura/2014/08/20/53f3924b22601d17098b4588.html
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