JULIA
MARTÍN San Lorenzo del Escorial
¿Es que no hay programadores e instituciones con sentido común? ¿Qué
circunstancias pueden haber conducido a programar este magnífico y
estimulante espectáculo de Danza al modo de caviar en la ensalada, un solo
día y perdido dentro de un llamado "festival de verano" sin pies ni
cabeza, ni explicación alguna sobre las' churras y merinas' que le da por
juntar?.
Fue un lujo. Por la calidad de los bailarines -ocho solistas del
histórico ballet que fundara Georges Balanchine en los años treinta y que aún
conserva unas líneas de estilo inconfundibles-, por el acierto del programa, de
dos genios como Balanchine y Robbins, que quitaron el polvo al ballet para
ponerlo como reflejo de su tiempo y 'contaminarlo' con cualquier otro
estilo o inspiración, con un resultado elegante, optimista y depurado. Con
ellos nació esa 'escuela americana libre de cargas históricas, para poner el
ballet a la altura de una Norteamérica que construía su propia idiosincrasia.
Joaquín de Luz es el más desconocido de esa Generación de Oro que sacó
el maestro Ullate, y después de integrar su Ballet, pobló las mejores
compañías. El bailarín está en una madurez fantástica y además baila con
la misma generosidad y el mismo talante vital que conquistaba con veinte años.
Pero suma la experiencia de primer bailarín en el American ballet y después más
de diez años como estrella del NYCB.
Con Ashley Bouder, elegante, y fluida en el juego expresivo, el
español brilló en la preciosa 'estilización' de Other Dances, con un estupendo
ejercicio aéreo. Robbins depura las líneas y genera una ligereza permanente pero
alejándose del espejo romántico de Las Sílfides de Fokin para componer con los
valses y mazurcas de Chopin, un delicioso baile de pareja en demi-caractère.
Después del juguete diabólico la Tarantella 'balanchiniana' que muy
pocos se atreven a activar y Ashley Isaacs y Spartak Hoxa lo consiguieron con
nota, ágiles, veloces y humorísticos, se disfrutó de Joaquín de Luz a solas, en
una pieza hecha para su personalidad, que daba lucimiento a sus momentos de
bravura y a su personalidad teatral. De Luz, no sólo firmó una ronda de
dobles tours en l'air y varios momentos de control de energía perfectos:
conquistó con un estado de ánimo especial, transparente y agradecido (encima)
por bailar en su tierra.
El también español, Gonzalo García es el prototipo de bailarín
apolíneo, elegante y bello como actor del Hollyvood de los años cincuenta. Perfecto
en el modelo de 'neoclasicismo' del Apollo, con sus insertos de formas
'modernas', su armonía 'clásica' y el precioso pulido de líneas 'art decó'.
Bordó su complejo e imaginativo diseño de danza, igual de Sterning Hyltin,
Ashley Isaacs y Gretchen Smith en las graciosas variaciones de las musas.
El 'regalo' de Joaquín de Luz terminó con Who Cares, el homenaje que
'Mr. B.' rindió en 1970 al Nueva York de los años treinta retratando a su
manera balletística, los ritmos ligeros de las canciones de Gershwin (1924 a
1930). Un brillante bailarín, Amar Ramasar acompañó a las cuatro chicas en esa
actitud desenfadada y esa técnica de precisión y velocidad, que sólo ellos
pueden manejar así de resuelta, sin rastro de tensión. Porque aquí la
dificultad está recubierta de glamur, naturalidad y ganas de diversión. Es
Broadway y es ballet, en una vertiginosa borrachera de movimiento, con los
acentos estáticos precisos y apropiándose del espacio con un aire de dominio y
libertad asombroso. ¡Qué gusto!
http://www.elmundo.es/cultura/2014/08/07/53e3416522601d38168b4572.html
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