Gregorio Belinchón Madrid
Hoy la esfinge se ha levantado de buen humor. Lleva reinando en el
cine europeo 50 años, ahí queda eso, desde que estrenó en 1964 Los paraguas
de Cherburgo. Había otras actrices de su talla de su misma generación.
Intérpretes más jóvenes han querido destronarla. Pero con sus altibajos,
Catherine Deneuve ha sobrevivido y triunfado durante todo este tiempo. Incluso
se sobrepuso a la muerte en 1967 de su hermana, Françoise Dorléac, también
actriz, más guapa, más talentosa. Aún hoy siguen las comparaciones. Deneuve ha
inspirado a Jacques Demy, a Luis Buñuel, a François Truffaut, a Roman Polanski.
Ha trabajado con Manoel de Oliveira, Lars von Trier, François Ozon, André
Téchiné o Tony Scott. Martin Scorsese dijo: “Catherine Deneuve es el cine
francés”. A ella siempre le han gustado los directores arriesgados, los auteurs
más auteurs. En cambio tiene pocos premios, más de los honoríficos, de
los de reconocimiento a una carrera, que de los competitivos: solo ha sido
candidata una vez al Oscar, con Indochina. A ella le da igual: ya ha dejado su impronta, la
esfinge —un apelativo que habla de su fortaleza, de su firmeza, a pesar de que
se define como “una mujer vulnerable”— ha marcado el cine mundial por los
siglos de los siglos.
Así que, por encima del bien y del mal, hoy Deneuve ha decidido
mostrar su mejor cara. Está de promoción de En un patio de
París, que se estrena en España el 22 de agosto. Carreras por el
salón. Una asistente pide perdón: “Nos llevamos las pastas”. La actriz está
tomándose un café en la sala de al lado y le apetecían galletas. Dos minutos
después, previo aviso de otra asistente, se oye rumor por el pasillo y entra
Catherine Deneuve, vestido marrón, pulsera de diamantes, melena trabajada y 70
años impecables. Siempre se ha hablado de su tratamiento facial con hilo de
oro, o del extremo cuidado con su melena, pero jamás se le fue la mano en la
cirugía y así luce de bien en el siglo XXI. En el filme En un patio de
París, una comedia oscura de Pierre Salvadori, director con buena mano para
hacer reír, la actriz encarna, de forma prodigiosa, a una mujer no muy
inteligente, más bien algo boba, que vive en la típica casa de apartamentos del
centro de París. Allí entra a trabajar como portero un músico en perpetuo
estado de depresión y ambos se convierten en unos extraños amigos.
Antes de la entrevista, Salvadori ha dado un par de pistas: Deneuve es
muy cinéfila, pero de ir a las salas, no del DVD: “Cuando se estrenó en 2010 mi
anterior filme, Una dulce mentira, París estaba colapsado por la nieve. Yo
estaba muy deprimido porque las salas estaban vacías, la gente no salía de
casa. Y recibí una llamada de Catherine, a la que conocía de pasada, alabándome
la película. Sí, la había visto en el cine. Luego, durante el rodaje de En
un patio de París, Deneuve me hablaba de directores chinos y japoneses
ignotos para mí con una pasión que yo solo podía responder: 'Sí, sí, buenísimo,
sí”. Así que, para empezar, la primera pregunta para la actriz es: ¿Qué es lo
último que ha visto en el cine? “He tenido suerte: he visto dos grandes filmes,
Un toque de violencia, de Jia Zhangke, y De tal padre, tal hijo,
de Hirokazu Kore-eda, que es un cineasta que idolatro”.
Catherine Deneuve y Luis Buñuel durante el rodaje
de 'Bella de día', en 1966. / Manuel Litran (PARIS MATCH/Corbis)
Deneuve se confiesa un poco cansada, pero a continuación cuenta un
secreto: “Soy capaz de dormir siestas de 10, 15 minutos esté donde esté. Como
Napoleón. Incluso con vestuario, en un plató. Me siento, mantengo el equilibrio
para no estropear el peinado y me duermo. Hay una foto en la que se me ve
echando la siesta con una corona puesta porque interpretaba a una reina de
Francia”. No le gusta que vayan amigos a verla al rodaje: “Mi personaje sigue
conmigo, lo mantengo. Mi espera es diferente a otras esperas, porque en pocos
segundos me tocará hacer algo muy distinto”.
La entrevista se para: suena su móvil y sale a dejar la llave de la
habitación a su hija, Chiara Mastroianni [hija de su relación con Marcello;
tiene otro hijo, Christian Vadim, fruto de su romance con el director Roger
Vadim a los 22 años]. “En cinco minutos estoy de vuelta”. Regresa en uno. El
grupo de periodistas respira aliviado: “Me ha dicho mi hija que me relaje, que
les trate bien. Lleva razón, así que prosigamos”. Y sigue hablando de la
película: “Lo complicado es trabajar con alguien por primera vez. Por suerte,
Pierre ha sido un encanto. Nunca comparo directores. Si me obligan les diré que
Roman Polanski, por ejemplo, era muy preciso, es un director-actor que te
indica por dónde ir. Buñuel… era otra cosa, desde luego. En cambio Salvadori es
ligero”.
Uno de los iconos de Francia —Salvadori cuenta que en realidad su
personaje perdido y confuso refleja en parte a su país hoy; ella, en cambio,
rechaza esa posibilidad— rehúsa ser cualquier tipo de grandeur o de
icono de la moda. “Por favor, grandeza... Sigo aprendiendo hoy de todo. En el
cine también, aunque de forma diferente, porque obviamente estoy en una
posición distinta a la de hace años”. Asegura que se siente afortunada: “He
tenido mucha suerte. Ha habido actrices con más talento que el mío que han
desaparecido antes. Vivo rodeada de amigos directores y guionistas que me
apoyan. El cine es mi segunda naturaleza”. ¿Y lo de ser icono? Salvadori señala
que la primera vez que se reunieron, ella iba con sudadera y que no paró de
fumar sus eternos cigarrillos finos. “No, por favor. Yo no he influido a nadie,
sino que han sido los diseñadores quienes me han influido en mí. Cuando conocí a
Yves Saint Laurent yo era muy joven, y me cambió físicamente. Ha sido un amigo
muy querido y muy cercano durante dos décadas. Pero, sí, llevo ropa de otros
creadores. Y vaqueros. Por supuesto. Si estoy en el jardín, cuidando las
plantas, los uso. Cuando cuento esto, la gente me mira raro. Por favor... Sí,
la Deneuve hace jardinería en jeans. Cada vez me atrae menos ir a las
fiestas, a cosas así”. ¿Ni siquiera los premios? “He vuelto a ser candidata a
los César. No fui. No están pensados como espectáculo televisivo... y no me gusta cómo se vota. Es un sistema opaco, no estoy segura
de que la gente vea las películas. No volveré nunca más”. Dicho lo cual,
enciende otro cigarrillo. “Esto es un sitio privado, ¿no? Pues puedo fumar. Lo
dejé durante once años... Lo mismo lo vuelvo a intentar”. ¡Cualquiera se opone
a sus deseos! En cuanto a lo de la jardinería, poco tiempo más va a dedicarle.
Deneuve ha puesto a la venta su castillo de Primard, situado a unos 75
kilómetros al oeste de París, con sauna y hasta un home cinema, por
cuatro millones de euros. "A mí me relaja estar allí y llevar a mi madre a
pasear por el jardín”. Sí, la madre de Deneuve, la también actriz Renée Deneuve
—sus hermanas, Danielle, François y Sylvie usaron para la actuación el apellido
de su padre, otro intérprete, Maurice Dorléac— vive, a sus 103 años. “Así que a
mí aún me debe de quedar cuerda para rato, ¿no?”.
En los últimos 15 años Deneuve ha ido derivando hacia papeles más
cómicos, llegando a esta En un patio de París. “He hecho de todo. En
realidad lo difícil es encontrar buenos guiones. Aunque es cierto que en estos
años he colaborado con Ozon, que es muy bueno en este género.
Téchiné tiene un guion estupendo de comedia cuya financiación no logra
levantar, y me encantaría hacerlo”. ¿No hay papeles ni para alguien para la que
escriben directores como Salvadori? “Pues ni con esas. Hay grandes actrices en
Francia, como Adèle Exarchopoulos [La vida de Adèle]. Y le aseguro que todas
tenemos el mismo problema: la falta de guiones”.
Catherine Deneuve en 'Repulsión', de Roman
Polanski (1965).
Los paraguas de Cherburgo (1964). No fue
su primera película —ya había trabajado con el entonces su pareja Roger Vadim—,
pero Jacques Demy sacó lo mejor de ella en este musical en que Deneuve encarna
a una chica enamorada de un joven soldado pero atrapada en un matrimonio sin
amor.
Repulsión
(1965). El lado oscuro de Deneuve, a plena luz. Roman Polanski, en su primera
película en inglés, dirige su personaje, el de una chica que va cayendo poco a
poco en la esquizofrenia cuando aumentan sus alucinaciones y deriva en una psychokiller,
con absoluta frialdad.
Bella de día
(1967). Comienza su colaboración con Luis Buñuel con esta timorata ama de casa
que empieza a dedicar sus tardes a la prostitución. Una película repleta de
detalles imaginativos como los zapatos o la caja misteriosa. Por cierto, ni
siquiera Buñuel sabía explicar bien el final.
La sirena del Misisipi (1969).
Truffaut y Deneuve, mano a mano. En la vida real se convirtieron en pareja, y
cuando ella le abandonó, él cayó en una profunda depresión. En la pantalla el que
sufre es Jean-Paul Belmondo, arrasado por esta femme fatale.
Tristana (1970). Esta
vez Buñuel traslada a Deneuve a la España más profunda, a los años treinta,
cuando queda bajo la protección de don Lope (Fernando Rey), un aristócrata que
la convertirá en su amante. Pero donde las dan las toman, y si él le habla de
libertad en la pareja, ella sabrá cómo disfrutarla.
El último metro
(1980). Vuelta con Truffaut. Deneuve encarna a una actriz casada con el
propietario judío de un teatro al que debe de ocultar en el París ocupado de
los nazis. Gérard Depardieu encarna a otro actor, con el que inicia un
triángulo amoroso.
El ansia (1982). En su
momento la actriz hizo sus pinitos en el cine estadounidense, y no escogió
bien. Aquí sí acertó al dar vida a una vampiresa egipcia envuelta en pleno
siglo XX en un triángulo amoroso con Susan Sarandon y David Bowie bajo la
dirección de Tony Scott.
Indochina
(1992). Deneuve es una de las 12 actrices francesas que han sido candidatas
al Oscar. No lo ganó, pero a cambio la película con la que competía, Indochina,
de Régis Wargnier, logró la estatuilla a mejor película de habla no inglesa. La
Indochina del título aún era colonia francesa y allí es donde vive el personaje
de Deneuve, dueña de plantaciones. Por cierto, otro drama con triángulo
amoroso.
Los ladrones (1996).
Deneuve y el director André Téchiné siempre han sabido conectar y sacar
partido en la pantalla de su estupenda relación. Puede que en Los ladrones
la actriz no sea tan protagonista como en Mi estación favorita, pero
está soberbia y es, desde luego, un enorme thriller.
Bailando en la oscuridad (2000).
Movida por su olfato a la búsqueda de nuevos talentos, antes o después
Deneuve iba a encontrar a Lars von Trier. La actriz le escribió una carta al
director danés, y, años después, este le regaló el personaje de la inmigrante
francesa amiga de la protagonista. Por cierto, cuando el escándalo Von Trier
en Cannes, Deneuve le defendió a capa y espada.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/17/actualidad/1408292768_174960.html
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