Daniel Verdú / Ferran Bono Madrid
/ Valencia
Una trabajadora del Metropolitan Opera de Nueva
York retira unas cajas ante la amenaza de un cierre patronal. / CARLO
ALLEGRI (REUTERS)
En plena sinfonía de créditos ilimitados y burbuja inmobiliaria todo
sonaba perfectamente afinado. Pero, como tantos otros proyectos nacidos en el
esplendor económico español, el Palau de les Arts de Valencia —una ópera que a
golpe de talonario logró colocarse entre las grandes de Europa muy poco después
de su inauguración en 2005— está hoy al borde del abismo. En una situación
igual de peligrosa se encuentran muchos otros teatros de ópera dentro y fuera
de España. Algunos, como la New York City Opera, ya han cerrado. Otros están
amenazados de quiebra total, como la Ópera de Roma, fundada en 1880. Y el Metropolitan
de Nueva York se enfrenta a un inminente cierre patronal por un desacuerdo con
los sindicatos. Todos buscan un nuevo modelo de financiación para ser viables
después de la gran tormenta económica.
El proyecto del Palau fue un empeño de la Generalitat valenciana, que
gastó 478 millones de euros en el rutilante y hoy ruinoso edificio de Santiago
Calatrava: el trencadís de la fachada se tuvo que arrancar tras un
desprendimiento y el arquitecto y las contructoras serán demandadas por no
poder garantizar que la reparación del recubrimiento cerámico durará 10 años.
La Generalitat lleva además otros 169 millones invertidos en su funcionamiento.
La subvención del gobierno autonómico sigue siendo la principal, pero
insuficiente, fuente de ingresos del Palau, ya que con la crisis, los
patrocinios desaparecieron y la venta de entradas cayó.
La excelente propuesta artística del Palau contó en su momento con dos
variables que ya no existen: una economía esplendorosa en el momento de su
inauguración en 2005 y un presidente de la Generalitat (Francisco Camps)
entregado al proyecto. Con la chequera en la mano y la experiencia y buen gusto
de Helga Schmidt, su intendente, los prestigiosos directores Lorin Maazel —que
cobró 4,5 millones de euros en tres años— y Zubin Mehta —2,5 millones por el
mismo periodo— lograron crear una magnífica orquesta, para muchos la mejor de
España.
La calidad de las producciones llegó a cotas de excelencia con
montajes como El anillo del Nibelungo de La Fura dels Baus en 2008 /
2009. Incluso en plena crisis la música no dejó de sonar: la temporada pasada,
el Palau fue capaz de llevar a cabo fantásticas producciones como el Otello
que dirigió en el foso Zubin Mehta. Hoy, el equipo técnico está a punto de
desfallecer. La intendente, Helga Schmidt, ya ha comunicado su intención de
abandonar el Palau la próxima temporada. Y sobre la orquesta pende la amenaza
de más deserciones entre sus intérpretes.
A pesar de la caída de su presupuesto total (de 43 millones de euros
en 2008 a los alrededor de 20 millones de 2014), el Palau sigue siendo el
teatro de ópera con un porcentaje más alto de financiación pública, el 64% del
total, que procede casi exclusivamente de la Generalitat. El Liceo de Barcelona
cuenta con alrededor de un 45% de subvenciones, la Maestranza de Sevilla con un
58% y el Teatro Real de Madrid con un 25%.
La pregunta es recurrente en tiempos de crisis: si se cierran camas de
hospital, ¿por qué debe pagarse con dinero público el costoso telón de las
óperas? La queja podría parecer populista, pero plantea una cuestión de fondo.
En plenos recortes en educación y sanidad, aquella máxima de que la ópera no
puede ser rentable ya no parece aceptable. Como en otras instituciones
culturales españolas, el modelo de financiación tradicional ya no sirve. Nadie
cree que las grandes subvenciones vayan a volver. Y los patrocinios privados no
terminarán de llegar sin una ley de mecenazgo que el PP se comprometió a
aprobar en esta legislatura pero que aún no está ni en fase de anteproyecto.
Entonces, ¿cómo debe pagarse la ópera?
Hoy existen tres grandes modelos de financiación en el mundo: el de
Centroeuropa, extremadamente subvencionado; el de EE UU, basado en el mecenazgo
y en un taquilla potente, facilitada por los grandes aforos de sus recintos y
por una programación más popular; y el mixto, sustentado por un equilibrio
entre taquilla, mecenazgo y subvención.
En el modelo centroeuropeo las subvenciones públicas suponen entre el
80 y el 90% del presupuesto total; el resto procede de la taquilla. Este
sistema, apoyado en los pilares de una gran tradición operística (Alemania, por
ejemplo, tiene al año 7.230 representaciones frente a las 531 de España),
permite mantener precios bajos y una programación artística arriesgada.
Esta había sido la apuesta hasta ahora del Palau de les Arts. Al igual
que Alemania tiene importantes teatros de ópera en sus principales ciudades,
Valencia quiso el suyo. Pero solo logró dinero público de la Generalitat. El
Gobierno central no entró a sufragar el nuevo teatro. Cuando el Ejecutivo
valenciano se quedó sin fondos, nadie salió al rescate del Palau. Hoy, la
aportación estatal es solo de 426.000 euros al año.
Dos de los grandes baluartes del Palau, el director de orquesta Zubin
Mehta y el tenor español Plácido Domingo, han puesto el grito en el cielo en
los últimos meses reclamando al Gobierno central que financie el teatro al igual
que hace con otros coliseos: el Real recibe 8,7 millones al año, el Liceo 6,7
millones y la Maestranza 1,4. El Ministerio de Cultura estudia la posibilidad
de entrar en su patronato, pero solo si se les informa con detalle de la
“estrategia de viabilidad”, explican fuentes del Instituto Nacional de Artes
Escénicas. Y esta estrategia pasará, necesariamente, por hallar fondos más allá
de las subvenciones.
Ese es, precisamente, el camino que sigue el modelo de financiación
estadounidense, basado en el mecenazgo. En EE UU las contribuciones
privadas oscilan entre el 50% y el 60% , la taquilla supone un 35% del
presupuesto y el resto se obtiene gracias a eventos especiales. El
Metropolitan, por ejemplo, puede llegar a tener 150 millones de euros solo en
patrocinios. Algo impensable hoy en España debido a la escasa cultura de
mecenazgo y la inexistencia de una regulación fiscal que lo favorezca. Además,
esta vía requiere concesiones más populistas en la programación para no perder
la batalla en la taquilla, que ha bajado en todas las óperas españolas.
Finalmente, el modelo mixto, empleado por algunos teatros como el
Covent Garden, la Ópera de París o la de Múnich. Podría ser una solución para
los teatros españoles, pero, de nuevo, sin una ley de mecenazgo sigue siendo
complicado atraer a los patrocinadores privados.
El Teatro Real de Madrid ha sufrido la transformación más radical de
los teatros europeos en los últimos años. Desde 2009 se ha volcado en el
capítulo de patrocinios y ha pasado de los 5,5 millones de euros de entonces a
11,6 de 2014. De este modo ha creado un modelo de financiación que en el teatro
madrileño denominan 30/30/30, en el que mecenazgo, subvenciones y taquilla
tienen prácticamente el mismo peso (además de un 10% por ingresos atípicos de alquiler
de espacios y otros eventos). Su director general, Ignacio García-Belenguer,
sostiene que el enorme esfuerzo dedicado al departamento de patrocinios y la
internacionalización de la marca del Real, gracias a la programación de los
últimos años diseñada por Gerard Mortier, han ayudado mucho. Pese a todo, cree
García-Belenguer, el volumen de subvención no puede ser inferior al 30%. Ese es
el límite para asegurar la viabilidad de una ópera que quiera mantener una
programación equilibrada.
En tiempos de escasez, la vanguardia, la innovación artística y las
composiciones modernas (sobre las que hay que pagar un 10% de derechos de
autor) son las principales perjudicadas. Tanto el Palau de les Arts como el
Liceo (donde la ocupación ha caído del 80%), ya han empezado a hacer
concesiones al teatro musical con Los Miserables para acercarse a un
público más amplio. También ofrecen visitas guiadas y empiezan a buscar a los
espectadores en la calle con oficinas de venta de entradas en plenas Ramblas.
En el Liceo las subvenciones públicas han pasado de 28,9 millones en
2007 a 18,6 millones en 2013/2014 y los patrocinios, de casi 7 millones a 5,7
(el 17% del total presupuestario). Como explica un portavoz del coliseo
catalán, “ahora hay que incrementar todos los capítulos por igual porque desde
el inicio de la crisis ha habido disminución en todos ellos”. “Hay que apostar
por nuevas modalidades. No pensamos en un porcentaje ideal, pero tenemos claro
que los teatros hemos de ser capaces de generar recursos con iniciativa
privada”, explican desde el Liceo que se ha sometido a un plan de ajuste
despidiendo a 29 de los 349 empleados que había en plantilla.
En el Palau de les Arts también buscan patrocinios privados, por ahora
sin demasiado éxito. Ese ingreso por el que todos suspiran, se ha desplomado:
este año han conseguido solo alrededor de 200.000 euros, según su administrador
Francisco Potenciano, de los 1,5 millones que esperaban. El año que más fondos
se lograron por este concepto fue 2008, con 4,8 millones. El Palau llegó a
tener 31 contribuyentes, entre “benefactores, espónsores y patronos”. Ahora son
solo siete. La crisis económica se llevó a buena parte de las firmas, muchas de
ellas vinculadas a la construcción. También se dejó notar la implosión de las
cajas valencianas que colaboraban, Bancaja y CAM, y la salida de Iberdrola y
Telefónica.
El objetivo fundamental para sostener el Palau pasa por “recuperar la
confianza e implicar al tejido empresarial”, así como lograr que la Diputación
de Valencia entre en el patronato aportando fondos y que el Ministerio de
Cultura y el Ayuntamiento de Valencia aumenten sus asignaciones, añade el
administrador. A ello se suma un plan para sacar mayor rendimiento a un
edificio de 44.000 metros cuadrados, vigilados por 130 cámaras, cuyo coste de
explotación (mantenimiento, limpieza, seguridad… ) se eleva a siete millones de
euros al año. De momento, se han rebajado los alquileres de sus cuatro salas de
teatro y de otros 32 espacios ofertados para intentar incrementar su ocupación.
LUCÍA MAGI
El país que inventó el bel canto, que vio nacer a Verdi, a
Puccini y que presta su idioma a las partituras clásicas de todo el mundo,
asiste pasivo a la agonía de sus teatros líricos. “Hace 20 años que ningún
Gobierno invierte un euro en una reforma orgánica del sector”, denuncia Silvano
Conti, coordinador nacional del apartado cultural de Cgil, el sindicato más
grande del país. “El único plan es sacar las tijeras”. El estado de salud de
los escenarios para la ópera es grave: “De las 14 fundaciones que tenemos de
Norte a Sur, ocho están en quiebra. Con algo de solidez solo queda la Fenice de
Venecia, porque sabe aprovechar con inteligencia su renombre y el factor
turístico de la ciudad”, dice Conti. Asombra que justo en la capital se viva
una de las situaciones más complejas y dramáticas: el jueves el Teatro Opera di
Roma esquivó la liquidación por los pelos. In extremis,su destino —al
menos en el cortísimo plazo— fue salvado con un acuerdo entre la mayoría de los
sindicatos y la propiedad, que es mixta entre público y privado. “Las cuentas
son un desastre”, repite por su lado el alcalde Ignazio Marino, de izquierdas y
con poco más de un año de mandato a sus espaldas. Marino es también presidente
de la Fundación Teatro Opera y conoce los números rojos de sus arcas. Los
desgranó en rueda de prensa: “La última temporada provocó un agujero de 12,9
millones de euros”, dijo. “Si nos hubieran dado lo debido, estaríamos
tranquilos”, contesta. “Esperábamos financiaciones de Ayuntamiento y Región que
nunca llegaron”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/02/actualidad/1406990553_974012.html
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