Elsa Fernández-Santos Madrid
En el prólogo de ¡Yo soy Espartaco! el actor George Clooney escribe algo que siempre es bueno recordar: la verdadera naturaleza de un hombre —su grandeza o, por el contrario, su miseria— se manifiesta no por los principios que dice tener sino por los que finalmente tiene cuando lo que está en juego son sus propias habichuelas, su medio de vida y el de su familia. “En esos momentos es cuando se comprende la pasta de la que uno está hecho”. Clooney lo escribe para recordar uno de los episodios más valientes de la historia de Hollywood. El día que marca el fin de las listas negras que provocó la caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas. Ese día fue el 19 de octubre de 1960, fecha del estreno de Espartaco,de Stanley Kubrick, cuando gracias al empeño de su productor y protagonista, Kirk Douglas, se puso en los créditos de la superproducción el nombre de su verdadero guionista, Dalton Trumbo, oculto hasta entonces en seudónimos que perpetuaban la hipocresía en la que estaba instalada la industria del cine desde que el inquisitorial miedo del macartismo se instaló en su plácida vida.
Kirk Douglas, derecha, rueda a las órdenes de
Stanley Kubrick la secuencia de la pelea de 'Espartaco' con Draba (Woody
Strode, de pie). / universal studios lincensing lcc
En el prólogo de ¡Yo soy Espartaco! el actor George Clooney escribe algo que siempre es bueno recordar: la verdadera naturaleza de un hombre —su grandeza o, por el contrario, su miseria— se manifiesta no por los principios que dice tener sino por los que finalmente tiene cuando lo que está en juego son sus propias habichuelas, su medio de vida y el de su familia. “En esos momentos es cuando se comprende la pasta de la que uno está hecho”. Clooney lo escribe para recordar uno de los episodios más valientes de la historia de Hollywood. El día que marca el fin de las listas negras que provocó la caza de brujas del Comité de Actividades Antiamericanas. Ese día fue el 19 de octubre de 1960, fecha del estreno de Espartaco,de Stanley Kubrick, cuando gracias al empeño de su productor y protagonista, Kirk Douglas, se puso en los créditos de la superproducción el nombre de su verdadero guionista, Dalton Trumbo, oculto hasta entonces en seudónimos que perpetuaban la hipocresía en la que estaba instalada la industria del cine desde que el inquisitorial miedo del macartismo se instaló en su plácida vida.
¡Yo soy Espartaco! Rodar una película, acabar con las listas negras es la
memoria que el nonagenario Kirk Douglas (Ámsterdam, Estado de Nueva York, 1916)
publicó en 2012. Elegido mejor libro de cine editado en 2013 en Francia, llega
en septiembre a las librerías en español de la mano de Capitán Swing (con
traducción de Ricardo García Pérez) para detallar todo lo que ocurrió durante
los 14 enloquecidos meses que duró el rodaje de la película. Espartaco
costó 12 millones de dólares, más del doble de lo previsto, su fracaso
implicaba llevarse por delante la productora de Douglas, Bryna (nombre dedicado
a su madre rusa) y su propia carrera de actor. Más de cincuenta años después de
aquella aventura, este patriarca del viejo Hollywood dedica a sus nietos un
relato conmovedor, para que nunca olviden que en el mismo lugar donde hoy
disfrutan de una vida privilegiada se instauró el terror de un sistema enfermo.
Arropado por un equipo de documentalistas, echando manos de sus archivos y
recuerdos, Douglas da marcha atrás para rememorar aquel vergonzoso capítulo
histórico.
Dalton Trumbo en 1947 ante el Comité de
Actividades Antiamericanas. / universal studios lincensing lcc
“Lo que me propongo contarles en este libro es cómo fue la producción
de la película Espartaco durante otro periodo de enfrentamiento interno
en la historia de nuestra nación”, escribe. “La década de 1950 fueron años de
miedo y paranoia. En aquel entonces, el enemigo eran los comunistas. Ahora, el
enemigo son los terroristas. Los nombres cambian, pero el miedo permanece. Los
políticos exacerban aún más el miedo y los medios de comunicación lo explotan.
Se benefician de mantenernos atemorizados. El primer presidente estadounidense
por quien voté fue Franklin Roosevelt. Él dijo: ‘De lo único que debemos tener
miedo es del propio miedo”.
Douglas nunca fue un activista político. Pero no pudo mantenerse
indiferente. Él lo achaca a la temeridad juvenil, a cierta ira innata que le
recuerda demasiado a la peor cara de su alcohólico padre y a un sentido de la
justicia donde la profesionalidad y el trabajo están por encima de otras
cuestiones. “Hoy en día todavía hay quien sigue tratando de justificar las
listas negras. Dicen que eran necesarias para proteger a Estados Unidos. Dicen
que las únicas personas que resultaron perjudicadas fueron nuestros enemigos.
Mienten. Hombres, mujeres y niños inocentes vieron arruinada su vida debido a
esta catástrofe nacional. Lo sé. Estuve allí. Vi cómo sucedía”.
Hollywood se aprovechaba de su
talento pero sin reconocerle sus derechos. No podía pisar ni un estudio, ni una
fiesta, ni un rodaje
Dalton Trumbo no era amigo de Douglas, tampoco se conocían, pero le
contrató simplemente porque pensó que era el mejor guionista de Hollywood.
Trumbo había ganado con el seudónimo de Robert Rich el Oscar a la mejor
historia por Vacaciones en Roma (1953). Y, tres años después, al mejor
guion por El Bravo. Obviamente, ni pudo recoger las estatuillas
ni su nombre se oyó en ninguna gala. La doblez moral era absoluta. Después de
pasar por la cárcel y exiliarse en México, donde había formado parte de una
colonia de guionistas represaliados, vivía modestamente con su mujer y su hija
en una pequeña casa de Los Ángeles. Escribía sin parar, pero siempre parapetado
en falsas identidades. Hollywood se aprovechaba de su talento pero sin
reconocerle sus derechos. No podía pisar ni un estudio, ni una fiesta, ni un
rodaje. En 1947 se había negado a testificar ante el Comité de Actividades
Antiamericanas. Acogiéndose a la Primera Enmienda, fue uno de los llamados Diez
de Hollywood, que se negaron a declarar ante un tribunal que violaba los
derechos de libertad de expresión y de libre asociación. Ni se confesó
comunista ni delató a compañeros. En un combate verbal que exasperó al juez,
Trumbo gritó: “¡Este es el comienzo en Estados Unidos de un campo de
concentración para guionistas!”. Lo sacaron de la sala por la fuerza. Su
firmeza, al contrario que la de otros compañeros suyos, no flaqueó. Antes
moriría de hambre. “Él era una especie de pararrayos de la división del país”,
escribe Douglas. “Después de haber pasado casi un año en la cárcel seguía
estando en la lista negra de los estudios de cine: la instrucción de ‘no
contratar a determinadas personas’ llevaba vigente más de una década”.
Douglas recuerda algunas historias terribles. Suicidios ante la
impotencia de ver truncadas prometedoras carreras, la pobreza a la que se veían
abocadas muchas familias, la inquina de columnistas como Hedda Hopper, que
desde su tribuna de cotilleos señalaba sin piedad a los inculpados o a los que
les daban trabajo. Con pena y emoción, el actor evoca a Carl Foreman, era el
guionista de Solo ante peligro, pero por miedo a las represalias
los productores quitaron su nombre de la película. Foreman no había pertenecido
al Partido Comunista pero se negó a delatar. Huyó a Inglaterra. Se quedó sin
trabajos y sin amigos, su mujer lo abandonó. “Se convirtió en un apátrida”,
recuerda Douglas. En un encuentro en Londres, Foreman le insinuó que por su
bien era mejor que no les vieran comer juntos. Douglas no daba crédito, muerto
en vida, se había quedado totalmente solo.
Espartaco estaba basada en una obra que Howard Fast, popular autor de novela
histórica, escribió cuando estuvo encarcelado por su apoyo a un grupo
antifranquista español, el Joint Anti Fascist Refugee. El Comité de Actividades
Antiamericanas quería saber el nombre de los simpatizantes y Fast se negó a
revelarlos. Acabó en prisión. Allí gestó la novela que un tiempo después acabó
en manos de Douglas. La historia del esclavo tracio que dirigió la rebelión más
importante contra la República Romana era ese personaje épico que la incipiente
estrella necesitaba.
El rodaje del filme se fraguó con Trumbo escribiendo insomne y a la
sombra. Si los estudios averiguaban que él era el guionista, el proyecto podría
acabar en la papelera o víctima de una estampida dentro del equipo. Años antes,
cuando Frank Capra intuyó que detrás de Vacaciones en Roma podría estar
la mano de un escritor de la lista negra, fue claro: no se arriesgaba. El clima
era tóxico: Elia Kazan acababa de tirar la toalla para sumarse a la ponzoña
delatando a ocho compañeros.
En el relato de Douglas hay muchas escenas reales que superan la mejor
ficción. Como el día en que, finalizado ya el rodaje, Dalton Trumbo entró con
él y Stanley Kubrick en los comedores de Universal después de años sin poder
pisar un estudio. Todas las miradas se volvieron hacia ellos, algunos incluso
empezaron a señalar con el dedo. El camarero, atónito, le cedió la carta a
Douglas y este se la pasó al guionista: “Empecemos por mi amigo. ¿Qué le
apetece tomar, señor Trumbo?”. Tembloroso y algo cabizbajo, el escritor añadió:
“Tendrás que darme unos minutos. Hace mucho que no vengo aquí”.
Hasta 2011, el nombre de Dalton Trumbo no figuró en los créditos de Vacaciones
en Roma. En 1971, el escritor dirigió la película sobre su
perturbador alegato antibelicista de 1939 Johnny cogió su fusil.
Murió en 1976. Douglas, por su parte, afirma que Espartaco no acabó con
las listas negras sino con “las listas de la hipocresía”. Trabajar con Trumbo
fue una lección de vida que este honorable anciano no quiere llevarse a su
gloriosa tumba. Sus palabras sobre él no pueden ser más hermosas: “Dalton era
fiel a sus ideas hasta decir basta, pero jamás se ofendía cuando alguien las
ponía en duda. Albergaba una extraña mezcla de seguridad en sí mismo aligerada
también por una gran distancia de sí mismo. Tomarse el trabajo muy en serio sin
tomarse a uno mismo muy en serio constituye un don muy inusual que en él era
abundante… Me enseñó mucho sobre la valentía y la elegancia. Y espero que este
libro contribuya a que se recuerde a Dalton Trumbo como el auténtico héroe
estadounidense que fue”.
Kirk Douglas suelta varias perlas del rodaje de Espartaco.Desde
los airados desplantes de Stanley Kubrick al no tener todo el control de la
película (de la que siempre renegó) a la famosa censura que se ejerció sobre
una escena homosexual entre Craso (Laurence Olivier) y su esclavo Antonino
(Tony Curtis) y en la que Olivier intenta seducir a Curtis mientras este le
frota la espalda en la bañera.
El diálogo llega a su punto álgido cuando Olivier le pregunta a Curtis
si le gusta por igual “comer ostras” que “comer caracoles”, en clara alusión al
sexo femenino y masculino.
—Cuestión de gustos, ¿no?
—Sí, amo.
—Y el gusto no es lo mismo que el apetito, y por tanto no se trata de
una cuestión de moralidad, ¿no es así?
—Podría verse de esa manera, amo.
—Es suficiente. Mi toga, Antonino... Mi gusto incluye... tanto los
caracoles como las ostras.
Los censores pusieron el grito en el cielo, solo autorizaban la escena
si sustituían “ostras y caracoles” por “alcachofas y trufas”. Ante semejante
disparate, la escena, hoy repuesta, quedó fuera.
La otra joya es sobre la filmación de las escenas de las batallas. Lo
que hoy se hace en una oficina con ayuda de un ordenador en 1960 pasaba por
contratar a un ejército disponible y barato: es decir, el Ejército español. “El
generalísimo fascista Francisco Franco ordenó a su ministro de Defensa cancelar
el proyecto cuando nuestro equipo ya había llegado a Madrid. Tras una serie de
negociaciones frenéticas —que, según me enteré posteriormente, incluyeron un
pago en efectivo realizado directamente a la organización benéfica de la
esposa de Franco—, el rodaje volvía a ponerse en marcha. Contratamos 8.500
soldados españoles, a razón de ocho dólares diarios, para que representaran el
papel tanto de soldados romanos como de esclavos rebeldes. La única orden
terminante que dio Franco fue que no se autorizaba que ninguno de sus soldados
muriera en la película. No es que le preocupara mucho su seguridad, simplemente
no quería que nosotros hiciéramos que pareciera como si murieran. Orgullo
español”.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/07/actualidad/1407435018_563616.html
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