La mesa de mármol con surtidores de agua en los
jardines de Hellbrunn, diseñada en tiempos del arzobispo Markus Sittikus. / FLAVIO
VALLENARI
El palacio de
Hellbrunn con su parque en estilo grutesco, el laberíntico
ajardinado y los juegos de agua, constituye una casi surrealista excentricidad
cercana a Salzburgo, habitado por el espectro mítico de las barrocas sotanas
púrpura que han encandilado a poetas y músicos.
Markus Sittikus (1574 - 1619) llevaba en su escudo una cabra saltarina
y es que estaba como la tal montesa. Su madre lo llamaba " el hijo dulce",
sobre todo en contraste con su hermano mayor Kaspar, un salvaje famoso por sus
ataques de cólera. Por las venas de Markus y de Kaspar corría sangre de santos
(Carlo Borromeo era su tío) y de nobles milaneses (los Medici lombardos, nada
que ver con los homónimos florentinos). En 1591 Markus obtuvo una beca Erasmus
de la época y lo mandaron a Bolonia a pulirse (se le consideraba mitad
italiano), pero se les fue la mano en el abrillantado del joven: ya a los 15
años sabía latín, coleccionaba perlas de gota y bailaba con soltura la
gallarda. Su invención más señera y por lo que se le recordará siempre es el
palacio de Hellbrunn y su parque fantástico, que mandó edificar cuando ya era
arzobispo de Salzburgo.
El cronista Wilfried Schaber habla del "principio manierístico
del factor sorpresa" para describir la sensación de vuelo rasante que se
siente entre sus setos, grutas artificiales, chorros de agua y salones
profusamente decorados a la italiana. Me habían hablado del sitio, y tenía
leída la fascinación del poeta suicida Georg Trakl por el lugar (escribió allí
dos poemas, el último de ellos en 1914, cerca de su muerte), pero nunca imaginé
que me encontraría en una especie de parque temático "a la antigua",
inspirado claramente por el de los monstruos de Bomarzo (Vitorchiano), la Villa
Lante en Bagnaia, cerca de Viterbo y todo aquello que vio el deslumbrado joven
Markus en Frascati o en Tívoli, como por otras creaciones precedentes; muchas
no han sobrevivido y el hombre contemporáneo solamente las conoce por grabados
y leyendas.
El arzobispo Sittikus con Hellbrunn al fondo, en
el cuadro de Arsenio Mascagni.
Hay infinitud de descripciones de todas las épocas sobre Hellbrunn,
como los libros de viajes de Johann Kaspar Riesbecka de finales del siglo XVIII
o el de Lorenz Hübner de 1792; a mediados del XIX, Stephan Ludwig Roth relata
que de las fuentes seguía manando agua y la visita era una aventura llena de
sorpresas. Allí se representó ópera (dramma per musica) desde 1614.
Markus estuvo más de un año en la corte de Madrid entre 1593 y 1594
intentando infructuosamente cobrar deudas y pagas pendientes de su padre, que
había muerto en 1587. Madrid, según contó el refinado joven, era muy caro y
aburrido, por lo que fue a seguirse ilustrando por Italia. Ya lo encontramos en
1601 instalado en la Villa Aldobrandini de Frascati, donde se inició en los
"juegos de agua". Aquellos escarceos húmedos lo marcaron para
siempre.
Como ocurre habitualmente en estas invenciones, había un arquitecto
italiano por medio, en este caso Santino Solari (1576 - 1646), dotado de una
sensibilidad especial para respetar los accidentes topográficos; donde había
manantiales naturales, diseñó fuentes, donde había pequeñas lagunas, modeló
estanques, hasta se sirvió de las oquedades de la roca para colocar un grutesco
delicioso con un íbice que suelta agua por las fauces.
No se sabe con qué desayunaban los obispos huéspedes junto a los
residentes de Hellbrunn, pero una descripción de la época habla de la recreación
paisajística aliada a la escultura fantástica, una fiesta constante donde a la
procesión laica matinal seguía la juerga, de modo que allí "habitaban los
íbices con las cornamentas más poderosas, ciervos blancos, caballos con ocho
cascos, águilas domesticadas, aves plumiformes, peces enormes y flores
exóticas". Se repartía a granel el vino y la cerveza. Hoy paseamos
tranquilamente como visitantes modernos, armados con nuestra cámara de fotos,
pero hay que substraerse, trasladarse mediante las crónicas a los tiempos de
los desfiles y las mascaradas, la actividad preferida de nuestro héroe
fundador. Sabemos que el arzobispo quería mucho a su paje, Giovanni Visconti,
que sirvió de modelo para algunas pinturas del trampantojo (como la del
emperador Augusto coronado de laurel en el salón de bailes), y nos queda la
aséptica descripción del secretario arzobispal, un tal Johann Stainhauser, con
fama de "analfabeto y huraño", pero el caso es que escribió un libro.
Hoy el paseo por Hellbrunn es igual de mágico: las múltiples grutas
artificiales, como la de Diana cazadora, la de Venus o la del Espejo, el Teatro
Romano y la fabulosa mesa del príncipe, objeto muy cantado y replicado, la
polícroma fuente de Acteón o la muy escenográfica Gruta de las Ruinas dentro del
palacio, donde se admira la casi psicodélica cúpula octogonal.
El tema de Diana y Acteón se representaba habitualmente en los
teatritos de Hellbrunn; también se creó una carroza con el Bosque de las
Hespérides con miles de manzanas de cera cubiertas de pan de oro; Diana iba
desnuda en su carro; Acteón saltaba con la cabeza cubierta por una máscara en
forma de ciervo con cornamenta de cristal y seguido de dos galgos decorados
. Todo esta memoria era lo que encandilaba a Trakl, que se hacía encerrar en los
límites del fabuloso jardín para pasar la noche; y cuentan que al otro día por
la mañana se iba a trabajar risueño y alebrestado como un gamo o un Acteón,
hasta la farmacia Engel de la calle salzburguesa de Linzergasse. Tampoco
sabemos qué se llevaba el travieso poeta de las redomas de la botica para
palear la soledad nocturnal, pero el hecho es que la contentura le duraba más
allá del alba, y era conocida la adicción al opio que compartía con su hermana.
Ya en su tiempo se decía que el arzobispo Sittikus vivía rodeado de
una corte "digna de un príncipe", como también se comentaba que el
ardid de los chorros de agua por sorpresa en los recorridos era un pretexto
para que los incautos se tuvieran que despojar de sus vestidos o que la seda
quedara pegada y moldeada sobre la carne. Los carnavales de Salzburgo siguen
siendo famosos por sus carrozas y su desmadre; la primera piedra del jolgorio
anual la puso el mitrado de Hellbrunn.
http://cultura.elpais.com/cultura/2014/08/08/actualidad/1407521427_451534.html
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